Educación y pobreza

Por el doctor Guillermo Tamarit, Rector de la UNNOBA

A casi 30 años del inicio de la recuperación de la democracia en el país, aquellas palabras del primer Presidente electo: “con la democracia se come se cura y se educa” continuan en tono de promesa.

El Presidente Raúl R. Alfonsín plantó bandera respecto a la responsabilidad ética de la democracia como fórmula de convivencia, tanto en el plano de los bienes intangibles, los derechos individuales y colectivos. Fundó la convivencia política basada en la ley y el pluralismo, como también en la necesidad de dotar de un contenido material que garantice el ingreso y el acceso a los bienes indispensables para el desarrollo de ciudadanía.

Si bien el esfuerzo de esta última década, en relación a los planes sociales y de ingreso, han mitigado las situaciones desesperadas, también es cierto que no han podido aún resolver la situación de pobreza de millones de compatriotas. Esta es la principal deuda de la democracia argentina.

La persistencia de la pobreza y de la exclusión suscita condiciones perversas: establece una lógica particular, centrada en asegurar la subsistencia, en torno a valores, ideas y estrategias que generan una nueva relación con la ley y el Estado.
Genera un circuito que naturaliza la pobreza: esta pierde su “estado de excepción” y, entonces, convivimos con la desnutrición, enfermedades que pensábamos desterradas, droga e ilegalidad, entre otros muchos y variados flagelos sociales.

Como consecuencia natural de estas condiciones se aleja de muchas personas la posibilidad de la convivencia armónica, y asoma otro aspecto asociado a la pobreza y a la desigualdad: la conflictividad social, que es la respuesta natural y racional de quienes no tienen acceso a bienes elementales y deben exhibir frente al resto de la sociedad su situación.

Sin remover las causas profundas que impiden el acceso de tantos argentinos a condiciones de igualdad en sus posibilidades económicas, en la calidad de los ingresos, de la salud, de la educación, de aceso a la vivienda, de transporte, etc., solo estaremos alimentando un círculo vicioso que pondrá en peligro el progreso de la sociedad en su conjunto.

Es una tarea persistente de la democracia, y requiere amplios y profundos debates que nos ayuden a demoler los prejucios que impiden las soluciones de fondo. Debemos incorporar a todos al desarrollo económico y cultural, y apartarnos de las prédicas demagógicas que, tanto en seguridad como en pobreza, promueven soluciones mágicas.

Trabajamos desde nuestro lugar, la Universidad, para colaborar en la búsqueda de soluciones que permitan enfrentar y resolver estos problemas con realismo.