Ser merecedores del legado Reformista

Por Guillermo R. Tamarit
@RectorUNNOBA

El centenario reformista nos convoca a recoger las mejores tradiciones de la universidad argentina y proyectarlas para enfrentar los desafíos de la “sociedad del conocimiento”.

Este aniversario no supone una mirada nostálgica y poética del movimiento estudiantil de Córdoba, sino una profunda revisión de su actualidad y de su futuro.

En su nacimiento, la Reforma fue parte de los cambios de su contexto histórico: la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, el conjunto de los movimientos socialistas y anarquistas y, en nuestro país, las primeras elecciones populares en Argentina, junto al ascenso de la Unión Cívica Radical al poder de la mano de Hipólito Yrigoyen (primer Presidente designado por el voto popular). Todo ello constituirá un nuevo orden mundial y nacional.

En nuestro país comienza a expresarse la juventud universitaria, el movimiento político del radicalismo yrigoyenista que, junto a expresiones del Partido Socialista y de incipientes movimientos de trabajadores sindicalizados, van desplazando el “orden conservador” encarnado por la alianza de sectores clericales, militares y oligárquicos que habían constituido una institucionalidad elitista en la Argentina.

Comenzaba a desarrollarse una “nueva democracia”, que le agregaba a la idea de libertad la de igualdad, con la intención de resolver los problemas sociales a través de la integración y la movilización de los sectores populares.

En la universidad, su correlato fueron los planteos para garantizar el acceso de nuevos sectores sociales a los estudios universitarios y el debate de nuevas ideas y saberes. Propendía a la construcción ciudadana a través de la formación de una nueva clase dirigente surgida de los estudiantes. Implicó un movimiento social y político que daba preeminencia a lo social y colectivo por sobre lo individual. En otros términos, eran la militancia política y universitaria al servicio del cambio social.

Otro carácter determinante del movimiento reformista fue su visión de América Latina como una entidad política y social, cuando se anuncia en el Manifesto la llegada de la “hora americana”. De esta manera, se contraponen los valores europeos, frente al surgimiento y potencia de los “ideales latinoamericanos”.

Esta concepción continental que expresaron en nuestro país Saúl Alejandro Taborda, Deodoro Roca, Julio V. González, entre muchos otros, y que fuera definida como entidad cultural, política y social, tendrá fuerte impacto en Perú, a través de la actuación de José Carlos Mariategui y Raúl Haya de La Torre (fundador del APRA); en Cuba, con Julio Antonio Mella, para mencionar sólo algunos países de América Latina. Ha sido, sin duda, el aporte original argentino de mayor trascendencia mundial.

Contexto actual de la educación superior

El desafío de esta hora para los reformistas es cómo abordar las rupturas de la denominada “postmodernidad”, que nos plantea por un lado la necesidad de formación en superespecializaciones técnicas que sostengan la reproducción del desarrollo tecnológico y por otro lado, nos asigna el rol de consumidores a quienes participamos de la sociedad como trabajadores/ciudadanos.

En este contexto el Estado-Nación cedió espacio a la internacionalización y con él, se disipó y fundió la idea de ciudadanía en el espacio del consumo.

Como nos advierte el profesor Michael J. Sandel: “Debemos debatir el significado moral de los bienes y la manera adecuada de valorarlos… es el debate que no tuvimos durante la era del triunfalismo del mercado. Y el resultado fue que sin darnos cuenta, sin decidirlo, pasamos de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado”, porque su lógica, la del mercado, ha invadido dimensiones de la vida que antes estaban regidas por normas y valores ajenos a la economía.

En este marco el desarrollo tecnológico que envuelve a la sociedad y, especialmente, a los jóvenes se expresa como un gran cambio en los consumos culturales, lo que condiciona radicalmente, entre otras cosas el proceso educativo.
La “hiperconectividad” y su sensación de que todo llega tarde, la “hipernegatividad” y su correlato de que todo es insuficiente, la “hipersubjetividad” que desalienta los proyectos comunes y la intoxicación digital, con los denominadas fakes news o noticias falsas, genera un proceso de desinformación deliberada, que impugna a las instituciones y sus valores. En este contexto se desenvuelve la educación superior.

Una de las consecuencias de este modelo de consumo, contrario a los objetivos de una universidad, lo explica Vicente Verdú: “La imagen ha ganado mucho terreno a la imaginación. La emoción ha robado prestigio a la reflexión. Lo instantáneo, el suceso puro, vence al proceso y a la reflexión, prevalece la cultura de la imagen que apela a la emoción, en un mundo instantáneo de sucesos puros”.

Nuestro desafío como universitarios abarca a su vez la nueva dinámica del mundo del trabajo. De acuerdo con los especialistas, 5 millones de puestos de trabajo desaparecerían en 2020 a manos de la tecnología. La inteligencia artificial a la vez que creará entre 50 y 60 por ciento de nuevas actividades laborales, hará crecer en forma exponencial la productividad. La mano de obra, como fuerza motriz, será desplazada y solo influirá relativamente en la generación de riqueza. El impacto previsto de la inteligencia artificial en el modo de producción es equivalente a 3000 veces el que tuvo la Revolución Industrial a mediados del siglo XVIII. Y formar a las generaciones que participaran de este proceso, supone un reto adicional.

Los desafíos de la educación

Nuestra actividad supone brindar formación técnico-profesional a la vez que formamos ciudadanos, lo cual debe hacerse de manera crítica. Como sostiene el profesor Rodríguez Días “formar profesionales competentes no es lo mismo que formar a través de competencias. El individuo diplomado por la universidad no solo tiene que ser competente, esto es obvio, sino que también debe ser responsable. Tiene que ser consciente de su papel en la sociedad y no ser, simplemente, un instrumento para la producción de riquezas de las grandes empresas. Además, entrenar a alguien para un mercado de trabajo que meses después puede no ser el mismo, representará para los individuos colocarse en una situación de permanente precariedad”.

Convivimos con parte de estas transformaciones. En el caso de las ofertas educativas, la posibilidad de enseñanza personalizada a través de tutores inteligentes, la robótica educativa, los desarrollos en neurociencia cognitiva, entre otros, son ejemplos de esta realidad.

También sabemos que aquellos países que inviertan en el capital social contarán con una ventaja competitiva, podrán preparar a sus jóvenes en las habilidades necesarias para crecer y responder a las demandas económicas, sociales y políticas del siglo XXI.

El desarrollo de la ciencia y la tecnología como política de Estado, en colaboración con las empresas y las instituciones de la sociedad civil; promoviendo la innovación para la inversión productiva; dando impulso al desarrollo de la infraestructura; con instituciones sólidas y transparentes; el cuidado del medio ambiente; y el establecimiento de estrategias de largo plazo, plantean el contexto a partir del cual podremos imaginar acciones concurrentes que dejen atrás los ciclos de frustración que han caracterizado a nuestra región.

Hoy los países desarrollados y aquellos que aspiran a serlo, apuestan a consolidar sociedades del conocimiento, a partir de valores como la verdad, la creatividad, la justicia y la democracia. Las sociedades integradas, que comparten una visión de futuro común, tienen mejores oportunidades para su desarrollo. Una educación inclusiva y de calidad es el punto de partida para enfrentar los desafíos que nos plantea la sociedad del conocimiento.

Desafíos del movimiento reformista

Este es el contexto para el nuevo desafío reformista: entender a las universidades como una herramienta fundamental para acortar la distancia entre la revolución tecnológica, el estado de la educación y la cultura de nuestros ciudadanos. Entender a las universidades en el contexto de una comunidad que debe avanzar de manera conjunta, para lo cual este tipo de instituciones deben ubicarse como parte del sistema de educación conjunto, buscando soluciones de manera integral.

Al mismo tiempo, se deben incorporar las demandas de igualdad, respetando la diversidad cultural, asumiendo las perspectivas de género y aceptando las diferencias culturales y religiosas; manteniendo la capacidad de incorporarnos al proceso de internacionalización de la educación sin dejar de alentar la integración regional.

Debe remarcarse que nuestros objetivos de investigación científica y tecnológica no deben abandonar los desafíos de ayudar en la generación de trabajo, combatir la pobreza y promover el desarrollo sostenible. De estos compromisos debe estar presente siempre la necesidad de una rendición social de cuentas ante los ciudadanos, que son quienes con sus impuestos sostienen el sistema de educación pública.

Aun en tiempos complejos para el país, no debemos renunciar a los objetivos de cambio social que siempre planteó el movimiento reformista, ya que hoy las universidades públicas como instituciones y el movimiento estudiantil representan un espacio contracultural que cuestiona un paradigma hegemónico de la denominada “globalización asimétrica” que, por definición, genera desigualdades en las sociedades de los países en desarrollo.
Debemos construir la mejor herramienta para que quienes no llegan aún a la universidad de calidad, puedan encontrarse con su mejor destino.

La Reforma Universitaria no es una meta, es la larga marcha de poner a la Educación Superior al servicio de los sectores populares.