“Necesitamos volver a ser un país triguero”
Con la llegada, permanencia y reinado de la soja en nuestros campos mucho se habló y debatió acerca de sus ventajas y sus riesgos. Y no es para menos: la Argentina pasó de sembrar en 1991 cinco millones de hectáreas con esta oleaginosa a unas 19 millones de hectáreas en 2010, lo que equivale a decir que el 59% de la tierra de nuestro país está sembrada con ese cultivo.
Al centrarse todas las miradas y estudios en los rindes, precios y mercados del “oro verde”, muchas veces se pasó por alto que su avance firme y extenso significaba una paulatina y constante pérdida de terreno del trigo.
Diversos estudios y publicaciones demuestran que en la primera década de 1900 Argentina exportaba alrededor de 3 millones de toneladas de trigo y ocupaba el primer lugar como exportador mundial con el 23% de la producción. Luego, entre los años 1900 y 1930 dicha superficie se incrementó a una tasa de casi 123 mil hectáreas por año.
Carlos Senigagliesi, ingeniero agrónomo de vasta trayectoria, investigador del INTA y docente de la UNNOBA, expuso su preocupación en números: “En 1928 sembrábamos nueve millones de hectáreas, después bajó a seis y ahora estamos debajo de los 4 millones de hectáreas. Es una locura que Argentina no produzca trigo”. Y ante el esplendor del boom sojero advirtió: “El trigo tiene y debe convivir con la soja porque no compiten, se complementan. Necesitamos volver a ser un país triguero”.
¿Por qué no se siembra trigo?
Con una cultura triguera legendaria, mercados ávidos del cereal, buenos valores de los precios internacionales y un clima propicio para su siembra, surge la pregunta para conocer las causas.
“Hoy al productor no le conviene sembrar trigo porque no tiene rentabilidad. Por un lado, tiene alrededor de un 20% de quita en el precio por retenciones más otra reducción que llegó a tener un valor similar por el sistema de comercialización que rige en la actualidad”, explicó Senigagliesi.
De hecho, el Estado otorga permisos de exportación (ROEs) de los saldos exportables en “cuotas”, con el justificativo de asegurar el consumo interno. De esta manera elimina la competencia entre los molinos y los exportadores por la compra y por lo tanto el productor recibe menor valor por su cosecha.
Por otro lado, está la diferencia cada vez más grande entre el dólar oficial y el paralelo que afecta a toda la actividad económica. “Lo que los productores venden tienen precios referenciados al valor oficial, pero los costos por insumos y servicios están afectados de alguna manera por la brecha cambiaria”, analizó el ingeniero distinguido recientemente por la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria.
Si bien en el último año hubo algunas señales de cambio cuando el Estado otorgó los permisos de exportación por el total del saldo exportable, lo que produjo alguna mejora en el precio, la falta de previsibilidad es la causa por la que el productor no va a cambiar la decisión de sembrar menos trigo.
La soja sigue siendo el cultivo que le da la mejor alternativa de rentabilidad y por lo tanto seguirá siendo preferida en la decisión de siembra.
Este cuello de botella de “origen político” significó para el país la pérdida no sólo de 5.200 millones de dólares desde 2009 sino también de mercados: “Concretamente el brasilero, al que le vendíamos entre 6 y 7 millones de toneladas todos los años, lo que equivale a 1.500 millones de dólares a valores actuales”, calculó Senigagliesi. Y concluyó: “El país está perdiendo una cantidad enorme de dinero, al igual que los productores, para los cuales el trigo es muy importante para financiar la implantación de todos los cultivos”.
¿Por qué debería sembrarse?
Más allá de la cuestión económica, el retroceso del trigo en la Argentina preocupa no sólo por la rentabilidad perdida y los mercados que buscaron otros proveedores sino también por las consecuencias sobre la sostenibilidad de los sistemas de producción agropecuarios. “Se necesita sembrar trigo por una cuestión de rotación de cultivos”, subrayó el coordinador de la carrera de Agronomía de la UNNOBA.
“Sembrando sólo soja no hay suficiente rastrojos que aporten carbono y, por ser muy extractiva en nutrientes, los suelos van perdiendo materia orgánica y fertilidad”, resumió Senigagliesi. Y ahondó: “El trigo aporta un alto volumen de rastrojo y recibe nutrientes por fertilización que ayuda a mantener la fertilidad. Ocupa el suelo durante un período que con la soja de primera se encuentra sin utilización y se complementa con la oleaginosa que se puede sembrar como cultivo de segunda. Junto con otros cereales como el maíz, el sorgo y la cebada, contribuiría para tener sistemas de producción en rotación y diversificados, más sustentables desde el punto de vista productivo y ambiental”.