Educación en democracia: promoviendo el mundo del saber
Por el doctor Guillermo Tamarit, rector de la UNNOBA
El 10 de diciembre cumplimos 30 años de democracia ininterrumpida, lo que implica que estamos asistiendo al periodo más largo de vigencia de este sistema en la historia de nuestro país.
El presidente electo de aquel momento, Raúl Alfonsín, eligió el Día Internacional de los Derechos Humanos para su asunción, siendo este el primer símbolo para poner punto final a la más trágica dictadura de Argentina. Planteaba con toda claridad el comienzo de una reparación histórica basada en la verdad y la justicia. Decía en ese histórico 10 de diciembre de 1983: “La manera de restañar esas heridas no puede girar en torno a venganzas o resentimientos”, “La democracia no podría edificarse sobre la claudicación, actuando como si aquí no hubiera pasado nada”. Consecuentemente, durante su gobierno fue anulada la ley de autoamnistía, así como fueron condenados, con juicios ejemplares, los genocidas a cargo de las Juntas Militares.
Así, la joven democracia de 1983 abarcó una multiplicidad de dimensiones: Derechos Humanos, Justicia, Economía, Sociedad, Bienestar común, integración latinoamericana, pobreza, exclusión, Educación y Salud.
El programa inicial requería un abordaje amplio de las distintas dimensiones de la vida en democracia, que superara el debate en torno a democracia formal y democracia sustancial.
Desde el plano simbólico era necesario resignificar los conceptos de Patria, Estado, Nación que habían sido apropiados por la dictadura militar para sesgarlos y limitarlos.
Fue otro presidente de este período democrático, Néstor Kirchner, quien derogó los indultos establecidos por el presidente Carlos Menem y desarrolló una nueva y vigorosa etapa en el esclarecimiento y sanción de los hechos aberrantes desarrollados durante la última dictadura militar.
Tanto Néstor Kirchner como Raúl Alfonsín resultan asociados al desarrollo de la educación y de la justicia, a partir del protagonismo popular y el progreso social.
Sin embargo, a 30 años del restablecimiento de la democracia debemos seguir interrogándonos respecto de sus deudas pendientes. Así, la calidad democrática en torno a construcción de ciudadanía resulta ser un eje fundamental para la reflexión.
Carlos Nino, en su trabajo “Un país al margen de la ley”, plantea que la persistencia de la economía en negro, los sobresueldos y la corrupción determinan un sistema democrático de baja calidad. Estos comportamientos sociales son, para este gran jurista, una conducta endémica de nuestra sociedad. Esta tendencia recurrente a la ilegalidad en todos aquellos intersticios posibles (ilegalidad estructural) afecta negativamente la producción social.
Sentencia que cuando existe la concepción de que el cumplimiento de la ley es un obstáculo y que las reivindicaciones sociales y el desarrollo -económico, social, político- deben lograrse a todo costa, se afecta la institucionalidad.
El principal contrapeso al poder es el derecho y las formas del proceso, donde el debido proceso deviene sustancial, no solo instrumental. Debemos sostener la ley.
Educación para progresar
El pensador polaco Zygmunt Bauman plantea que en la sociedad actual la única certeza que se nos ofrece es la incertidumbre. En este contexto, sostener postulados tradicionales resulta cada vez más difícil.
En el pasado cada generación sobrepasó a sus padres en educación, cultura y logros económicos. Por primera vez, las habilidades educativas de una generación no superarán, no igualarán, ni siquiera se aproximarán a las de sus padres.
En el mismo sentido, la peligrosa convicción de que el mundo comienza con la vida de cada uno es condenar el pasado al olvido y privar de sentido al presente: si no advertimos que provenimos de un pasado, no seremos capaces de concebirnos como constructores de un futuro. En esto radica la importancia de trasmitir a las nuevas generaciones esa esencial dimensión histórica del ser humano.
A las complejidades apuntadas debemos sumarle la crisis en torno a la desigualdad. El profesor Michael J. Sandel, de la Universidad de Harvard, en su libro Lo que el dinero no puede comprar analiza el paso de la “economía de mercado” a la “sociedad de mercado”: cómo el mercado pasa de organizar las relaciones de producción a organizar las relaciones sociales, invadiendo los campos de la Salud, la Educación, la Seguridad. Esta mercantilización gradual agrava la desigualdad de las personas.
Sin dudas, la desigualdad es un problema más allá de la pobreza: si la brecha entre ricos y pobres es muy grande, lo que sucede es que, en definitiva, dejamos de compartir los espacios públicos y la vida en común. La democracia no requiere de una igualdad perfecta, pero sí que la ciudadanía y el bien común sean percibidos por todos los integrantes de la sociedad. Porque es imposible exigirle compromiso con el sistema democrático a aquellos que no participan de ninguno de sus beneficios.
En este contexto, insistimos en el rol democrático de la educación y su larga historia en nuestro país que permitió mejorar las condiciones generales de la sociedad.
Ya en 1884 Domingo F. Sarmiento hacía referencia a los problemas de la desigualdad y de la educación: “Vuestros palacios son demasiados suntuosos, al lado de barrios demasiados humildes. El abismo que media entre el palacio y el rancho lo llenan las revoluciones con escombros y sangre. Pero os indicaré otro sistema para nivelarlo: la escuela”. Añadía: “El solo éxito económico nos transformará en una próspera factoría, pero no en una nación. Una nación es bienestar económico al servicio de la cultura y de la educación” (Banquete en Chile, 5 de abril de 1884).
La ley 1420 de educación gratuita, laica y obligatoria, promovida por Sarmiento, cambiaría como ninguna otra la historia de la educación argentina. En tanto la Reforma Universitaria de 1918 sería un modelo para nuestras universidades públicas. Los acontecimientos que mencionamos resultan oportunos frente a la actual situación de crisis que atraviesa nuestro sistema educativo.
La tradición argentina de progreso, a partir del esfuerzo de estudiar, propició la movilidad social ascendente. Posibilitó no solo el bienestar material de los ciudadanos, sino el acceso a bienes culturales y a una amplia participación política. Es decir, permitió materializar el anhelo de nuestros mayores que soñaron y construyeron este país como una “tierra de oportunidades”.
Sin embargo, aquella tradición de progresar a partir del esfuerzo está hoy fuertemente cuestionada. No parece tan claro que luego de veinte años de clases y exámenes se obtengan recompensas equivalentes a las que otros obtienen sin esfuerzos verificables y sin saber cuál es la contribución que realizan al progreso de su comunidad.
Por lo que la inclusión social es una condición necesaria, pero no es suficiente: la calidad ciudadana se nutre tanto de dimensiones simbólicas como materiales que resultan determinantes para la cohesión social.
El individualismo, el utilitarismo egoísta, el descarnado economicismo de la sociedad actual nos ponen cada vez más lejos de la posibilidad de avanzar como sociedad en democracia. Por lo que debemos persistir en la epopeya de la educación. Promover el mundo del saber y no del tener. Abandonar el conflicto y apostar por la cooperación, entendiendo que debemos converger en la diversidad.
La democracia y la educación son una larga tarea de creación, que debemos cuidar, imaginar, trabajar. En palabras del genial Luis Alberto Spinetta: “… y deberás plantar y ver así a la flor nacer, y deberás crear si quieres ver a tu tierra en paz”.