La mujer de la lámpara

El caso de Florence Nightingale es uno de los más gráficos y contundentes si se quiere explicar el concepto de vocación. Una mujer proveniente de familia acomodada, a mediados del siglo XIX, y nada menos que en Inglaterra, difícilmente podía pensar en atravesar las barreras de las clases sociales y el sexismo. Con imaginación y tesón pudo lograr su ansiada meta: la profesionalización de la enfermería.

La joven Florence gozó de una educación privilegiada gracias a la dedicación personal de su padre, William Edward, un liberal progresista. La formación de elite, sumada a la sensibilidad social que se respiraba en la familia, abonaron la constitución de una personalidad contundente. ¿Cómo canalizar en la práctica ese torrente de voluntad?

En 1845, Florence se decidió por aprender la enfermería desde la práctica en una clínica donde un médico -amigo de la familia- facilitaría los medios. Sin embargo sus padres consideraban que no era un trabajo adecuado para una dama de su posición social.

“Para ellos era como si hubiese decidido ser ayudante de cocina”, comentaría Florence muchos años después. Incluso para los médicos de aquella época, “una enfermera no necesitaba más formación que una criada”, por lo que no tenía sentido estudiar la enfermería.

Pese a las negativas familiares pudo recorrer y estudiar en diferentes hospitales de Europa, sobre todo en Alemania y Francia. Observó en París con detenimiento los sistemas arquitectónicos hospitalarios y su función para canalizar la luz y el aire, algo que impactaría en su posterior práctica.

El momento crucial para poner a prueba sus conocimientos llegaría durante la Guerra de Crimea (1853-1856), una conflagración que en lo político tuvo mucho que ver con la naciente Modernidad. El Imperio Ruso y el Imperio Otomano se disputaban el dominio naval del mar Negro, y allí dieron la muestra de agotamiento y extinción de esos modelos despóticos que cedían frente a las jóvenes repúblicas. La ciencia y sus métodos llegaron a los hospitales británicos (que apoyaba al bando otomano) para atender un problema crucial: el creciente número de soldados que morían por simples heridas. Ese conocimiento hospitalario arribaría de la mano de Florence Nightingale.

Crimea fue la primera guerra europea registrada ampliamente con material fotográfico. La muerte de los soldados ya era un tema que comenzaba a preocupar desde la prensa escrita. El entonces secretario de Guerra británico, Sidney Herbert (que conocía a Florence), le pidió que supervisara el papel de las enfermeras en los hospitales de la zona en guerra. Nightingale no lo dudó y arribó a Constantinopla junto a 38 enfermeras el 4 de noviembre de 1854 con el cargo de Superintendente del Sistema de Enfermeras de Hospitales Ingleses en Turquía.

¿Cómo hizo Nightingale para bajar unas cifras que indicaban que cuatro de cada diez soldados heridos en combate fallecían a un ínfimo 2% de mortalidad en tan sólo seis meses? Una de las primeras medidas fue reunir estadísticas sobre la mortalidad (algo novedoso, ya que la estadística no era utilizada aún para comprender problemas). Y con ello pudo descubrir los motivos y causas de la mortandad. Sus medidas centrales fueron promover la higiene y asignar a la enfermera un rol destacado en la organización del entorno.

Ninguna mujer había ocupado antes un puesto oficial en el ejército, pero no estaba dispuesta a aceptar órdenes de personas en cargos no médicos. También sus enfermeras respondían a los médicos (y no a jerarquías eclesiales o militares). Instaló una lavandería en el hospital y en tan sólo un mes ya había conseguido mejoras en el mantenimiento de las salas, había obtenido ropa de cama y prendas nuevas para los soldados y había mejorado las comidas del hospital.

Pero Florence no era alguien que sólo dictaba la estrategia a seguir. Para ella “la labor práctica de la enfermera es algo imposible de aprender en los libros y sólo se puede aprender a fondo en las salas de un hospital”. Es por eso que cada noche recorría los pasillos del hospital, caminando largos kilómetros con un candil, velando por la salud. Sus enfermeras luego contarían que un soldado agradecido besaba la sombra de la “dama del candil” cuando ella pasaba por su lado.


La Escuela Nightingale

En 1860 se inauguró la Nightingale Training School en el Hospital Saint Thomas de Londres. Fue la primer escuela de enfermería laica del mundo.

Hacia 1887, 42 hospitales contaban con enfermeras jefes formadas en la Escuela Nightingale. Las enfermeras egresadas también comenzaron a emigrar a países como Australia, Canadá, India,

Finlandia, Alemania, Suecia y Estados Unidos. Así se fue creando una red internacional de escuelas que aplicaban el sistema Nightingale.

A medida que el oficio de enfermería se convertía en todo el mundo en una ocupación digna, el “candil” de Florence Nightingale se fue convirtiendo en un ícono de la profesión.