“Cada escritor tiene sus motivaciones, y son bastante misteriosas”
Junín, Los Toldos, Buenos Aires. Desde allí a las ciudades del mundo y, al regreso, un profundo interés por la Patagonia. La obra literaria de Sylvia Iparraguirre está signada por la geografía y las experiencias que genera. “El contacto con lo urbano es un aprendizaje, es algo que ocurre personalmente entre la ciudad y vos”, afirma. Fue uno de los temas que atravesó la serie de conferencias que la escritora dictó en la UNNOBA durante los meses de junio, agosto y octubre en la ciudad de Junín.
Las tres charlas que organizó la Secretaría de Extensión abordaron tres literaturas al parecer bien distintas, como son las de Argentina, EE.UU. y Rusia, pero con puntos de contacto. Tres literaturas distantes en el espacio y en su tiempo, pero con elementos coincidentes.
“La dimensión de los países es algo común, son enormes y con grandes llanuras. Hay un paisaje y un tipo de vida nómade tanto en el cowboy, el gaucho como en el mujik. Pero también son sociedades atravesadas por una marca, que nosotros la tenemos desde Sarmiento, este eje dicotómico entre civilización y barbarie, que atraviesa las tres culturas”, explica.
En ese sentido, Iparraguirre destaca -y casi a contrapelo de algunas teorías literarias en boga- que “todo trabajo literario responde a una época, a una sociedad, y se inscribe históricamente por más que el autor lo ignore o su tendencia sea no querer hablar de su tiempo. Así no sólo se puede comprender mejor el fenómeno literario, también se puede ampliar el horizonte del lector”.
La autora de “La tierra del fuego” desarrolla esa idea sobre la trama de literatura argentina, “una literatura eminentemente urbana, que se ha construido alrededor de Buenos Aires, que refleja la lucha entre unitarios y federales, la ciudad afrancesada en el 80 y la búsqueda de una identidad durante las posteriores vanguardias artísticas”. Todo un proceso que Iparraguirre aborda desde la lectura de El matadero (Echeverría), La gran aldea (Vicente López) y la vanguardia de Roberto Arlt y Jorge Luis Borges en los años 20. “Siempre está presente, en esos tres momentos, esa dicotomía de fondo que es la marcada por la civilización y la barbarie”, reflexiona.
Ese interés por la relación entre literatura y sociedad se puede rastrear hasta encontrar un anclaje en la propia biografía de la escritora. “Cada escritor tiene sus motivaciones, y son bastante misteriosas. En mi caso seguramente hay una marca muy fuerte dada por mi infancia y adolescencia en la provincia, que contrasta luego con el momento en que voy a estudiar a Buenos Aires para hacer mi vida adulta en lo urbano. Recuerdo que me sentía una chica completamente libre por ir a un café a leer a la hora que quisiera”, rememora.
Lectores, literatura y educación
Las recientes reformas educativas han hecho un particular énfasis en la incorporación de la literatura con un fin práctico: la alfabetización. Consultada sobre esta política educativa, Iparraguirre considera que “la literatura sólo existe si hay un lector. Buscar esos lectores es lo más legítimo que puede pasar, sean niños, adolescentes o adultos”. Pero además, indica que “el primer escalón para entrar a la lectura es la literatura. No se empieza leyendo ensayos. Los niños leen cuentos, historias, y así se abren las posibilidades a otras lecturas”. Y agrega: “En una carrera universitaria se accede a textos académicos, del área que sean, pero para comprenderlos hay que saber leer”.
– Estamos en una sociedad cada vez más mediada por la tecnología, que invita a lecturas breves y veloces. ¿Hay alguna tensión o contradicción entre nuevas tecnologías y literatura?
– No, en el sentido en que hay diversos usos posibles. Es un hecho visible el acceso extraordinario que tienen los niños a la tecnología, por ejemplo en relación a la motricidad fina. Pero es necesario complementar esas capacidades con otros aspectos que no son puramente técnicos. Internet puede ser una gran enciclopedia pero para el que sabe usarla. Se tiene que compensar esa velocidad, realizar un equilibrio mediante la reflexión. Hoy se puede advertir que los chicos se aburren con algo que implique quince minutos de trabajo. Por eso hay que cultivar esos quince minutos, porque si no te volvés una persona sin posibilidad ni capacidad de prestar una mínima atención. Y la lectura compensa eso porque te permite imaginar, reflexionar, hacer las conexiones necesarias en la memoria. Una sola página de lectura implica una cantidad de ejercicios intelectuales que no las da el simple uso de un teclado. Por eso hay que cultivar la lectura.
Algunos libros de la escritora:
Humanismo y ecología
El sitio web oficial de Sylvia Iparraguirre indica que la escritora colabora, desde hace muchos años, con asociaciones ambientales. El Universitario preguntó sobre ese interés particular: “Creo que nací ecologista. No le podía dar forma a esos pensamientos y veo que siempre estuvo en mí. No es un interés curioso de mi personalidad, es un interés humano esencial. Felizmente el tema ambiental forma parte de la educación y ahora los chicos tienen mucha conciencia. Se trata de entender la sobrevivencia de la especie humana junto a otras especies, y que no sea un planeta homocéntrico. Por lo tanto, es un principio del humanismo ser ecologista”.