Independencia y educación
Por el doctor Guillermo R. Tamarit
@RectorUNNOBA
Los 200 años de nuestra joven Argentina son la oportunidad para la evocación y el desafío entre aquello que, como legado, recogemos de la declaración de Independencia de las Provincias Unidas de América del Sud, su desarrollo, nuestro presente y su futuro.
Por estos días los análisis son variados y plurales, en nuestro caso elegimos aquello que nos concierne en forma más cercana, la relación entre independencia y educación, un balance y perspectiva entre estos términos.
La independencia refiere a dimensiones colectivas de pueblos y países, pero también a la dimensión individual. Y señalamos una vez más la indisoluble relación entre la autonomía individual y la ciudadana. Cuando la mitad de nuestros jóvenes no terminan el nivel educativo secundario y con ello pierden las posibilidades al acceso de bienes materiales y simbólicos indispensables para actuar por sí mismos, de acuerdo a sus intereses, a sus expectativas y a sus sueños, y por ello, encuentran limitaciones para su aporte al desarrollo de la sociedad, vemos la íntima relación que existe entre las dimensiones individuales y las colectivas.
Tanto la libertad como la independencia, individual y colectiva, no son condiciones inherentes al ser humano, sino logros de la integración social y de las luchas de los pueblos. A partir de ellas construimos ciudadanía basada en valores morales que compartimos como sociedad y que construimos a partir de reglas, es decir, a partir de la ley.
Y es en la medida en que cada argentino logra desarrollarse como ciudadano, en el pleno ejercicio de sus derechos, que podemos señalar la vigencia de la independencia de nuestro país. En esta relación la educación se estatuye como un pilar indispensable, para pensar la independencia.
Domingo Faustino Sarmiento lo expresaba con toda claridad:
…un padre pobre no puede ser responsable de la educación de sus hijos; pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la Nación, hayan por la educación recibida en su infancia, preparádose suficientemente para desempeñar las funciones sociales a que serán llamados. El poder, la riqueza y la fuerza de una Nación dependen de la capacidad industrial, moral, e intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar estas fuerzas de producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que la posean. La dignidad del Estado, la gloria de una Nación no pueden ya cifrarse, pues, sino en la dignidad de condición de sus súbditos; y esta dignidad no puede obtenerse, sino elevando el carácter moral, desarrollando la inteligencia, y predisponiéndola a la acción ordenada y legítima de todas las facultades del hombre.
Nuestra generación tiene el desafío de, a la vez que incorporar a los sectores de pobreza estructural a niveles de acceso a derechos básicos indispensables, construir los incentivos para que el esfuerzo de estudiar se vuelva a constituir en una herramienta de movilidad social ascendente.
Las dimensiones de independencia y educación son metáforas utópicas, no existen niveles de independencia ni de educación “adecuados”, “suficientes” u “óptimos”. Por lo tanto desde siempre perseguimos ese horizonte: el de constituirnos en un país de oportunidades, en paz, con acceso a derechos y bienestar para todos.
Ya lo han hecho otras generaciones, muchas de nuestras familias son el testimonio de miles de inmigrantes que llegaron escapando de la pobreza y desarrollaron sus sueños a partir de las oportunidades que brindaba nuestro país. Debemos volver a hacerlo. Hay millones de argentinos que esperan su oportunidad, debemos ofrecerles las herramientas para construir su independencia, que es la nuestra. ¡Viva la patria!