“El Estado no es el único depositario del poder”
El Estado no es un “actor homogéneo, todopoderoso, con capacidades imbatibles”, tal como habitualmente se lo piensa. De acuerdo a Germán Soprano, docente en el Doctorado en Historia, al analizarlo se debe pensar en “sus especificidades e intervenciones conflictivas”.
Soprano es doctor en Antropología, investigador y docente. En la UNNOBA dictó el seminario “Las escalas del Estado”, en el primer año del Doctorado en Historia. “Este seminario tiene como foco el estudio de proyectos, instituciones y actores estatales en Argentina, desde el siglo XIX hasta la actualidad”.
“La expresión escalas del estado proviene de una perspectiva de análisis que en Argentina se desarrolla en distintas disciplinas sociales -explica Soprano-, así es posible comprender el Estado en su heterogeneidad. Para eso recurrimos a aportes no sólo historiográficos sino también de la sociología, antropología o la ciencia política”.
Esta perspectiva de análisis se inicia a mediados de la pasada década del 90 y supone desarmar “la categoría de Estado para pensar el estado en plural”, afirma el docente. Esa pluralidad implicaría dejar de lado esa visión monolítica del Estado todopoderoso para pasar a entender que “cada proyecto, cada actor y cada institución obran de acuerdo a lógicas y prácticas sociales específicas, y que no pueden ser subsumidas bajo un único rótulo”.
También habilita pensar la conflictividad desde otro punto de vista y enriquecer el modo de solución de los problemas: “La creación de una agencia estatal, la definición de una política pública nueva, o la pretensión de incidir sobre ciertos grupos de la sociedad, son cuestiones que siempre generan conflictos y negociaciones, ya sea con otros actores estatales o con actores societales. Por ejemplo, en la política de seguridad hay conflictos en la práctica específica de intervención entre las burocracias de distinto nivel, como provincial y federal. Al mismo tiempo están los conflictos con los grupos de la sociedad civil, ya que la implementación de una política pública siempre supone ámbitos de negociación y de conflicto entre los funcionarios estatales y las denominadas poblaciones destinatarias”.
El eclipse de un viejo matrimonio
Durante el siglo XX se instaló una fuerte concepción del poder político asociado al control del aparato estatal y sus agencias. Pero los distintos fracasos, guerras y colapsos de países han hecho naufragar el matrimonio entre poder y Estado. Por eso, de cara al nuevo siglo, es necesario entender la complejidad de otro modo: “Las relaciones de poder no sólo están concentradas en el Estado; así como debemos determinar las diversas formas de existencia del Estado en instituciones, proyectos y funcionarios, el poder es una categoría que es necesario especificar, y allí se advierte que el Estado no es el único lugar en el cual puede habitar eso que genéricamente llamamos poder”.
-¿El Estado es un mal necesario o es una construcción virtuosa de las sociedades?
-La tradición moderna de la teoría política ha centrado en el Estado su reflexión más importante. Esto no es un juicio de valor. Ya se lo piense como expresión del contrato en la tradición liberal clásica de Hobbes o Locke, o si se lo piensa como condensación del poder frente a la cual hay que intervenir tomándolo para después destruirlo, como plantea el marxismo, el Estado sigue siendo el centro de la disputa por el poder. Pero en el presente vemos que el poder también se juega en el ámbito de las empresas transnacionales, en las relaciones que se establecen al nivel de la disputa entre capital y trabajo, en la participación de los movimientos sociales como forma de empoderamiento de ciertos sectores de la sociedad; con esto no menospreciamos al Estado, pero sí podemos evitar pensarlo de un modo fetichista, tanto como la condensación de todos los problemas o de todas las soluciones de la sociedad.
-En la ambigüedad o moviento pendular que tiene el humor social sobre el Estado, e incluso los representantes, ¿no se va perdiendo la sustancia de lo estatal?
-Hay una vieja definición de Estado de Max Weber, que lo define como una institución en la cual se ejerce el monopolio legítimo de la violencia sobre un territorio. Esa definición tiene un término que no es suficientemente enfatizado, el de “legítimo”. La legitimidad del Estado, como condensación del poder político, como expresión de la representación política ciudadana, como espacio en el cual se regula en función del bien público, o como cualquier otra definición, supone reconocer al Estado como ámbito legítimo. En Argentina hemos vivido situaciones como la del año 2001 en la cual el Estado parecía descalabrarse, y eso pasó porque se cayó la legitimidad. En Argentina se reconstituyó, pero en la experiencia internacional hay casos en los cuales la legitimidad del Estado deja de ser producida por la diversidad de actores que hacen la sociedad, y el Estado se desmorona. Esos países pueden asumir procesos de “balcanización”, de guerra civil, etcétera. El Estado es una referencia legítima para los actores y eso lo vuelve en sí mismo un objeto de interés para las ciencias sociales, pero no lo convierte una institución sagrada, eterna o imperecedera.