De vocación, genetista

Por Marcelo Maggio

En la actualidad, hablar de genes, organismos modificados, o de las mutaciones genéticas de los virus ya es una parte de las noticias cotidianas o de las series de ficción que llevan todo al límite. En tiempos de pandemia, el estudio de los genes dejó de ser algo trivial para convertirse, literalmente, en esperanza.

Las jugueterías de la ciudad de Casilda, provincia de Santa Fe, deben haber estado en problemas cuando Gianina Demarchi, con 8 años, pidió un microscopio de regalo. Se iniciaba un camino con ese pedido y con esa inquietud. Más tarde, ya entrando al secundario, para seguir con sus amigos se anotó en “el comercial”, pero rápidamente se dio cuenta que no era lo suyo. Se enteró de otra escuela en su ciudad donde tenían la orientación en Ciencias Naturales, y hacia allá fue. No se equivocó, aunque doliera dejar amistades detrás. “Hubo un ejercicio de una materia, Biología, que era sobre ADN, algo muy básico y de escuela, pero ahí me surgió algo y dije esto es lo que quiero hacer”, recuerda.

Empezó a buscar qué era la genética con esa mirada al infinito, o al vacío, que se da cuando se está en el último año de la escuela secundaria. Buscando, fue que dio con la UNNOBA, que estaba bastante cerca de Casilda, y se encontró a su vez con la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), en la que también se dicta Genética. “Les pedí a mis padres ir a Misiones a conocer la universidad, y también visitar la UNNOBA; finalmente decidimos por la UNNOBA donde me sentí como en mi casa… sería la cercanía con mi ciudad, la gente, el lugar”.

Comenzó a cursar en 2007 en la sede de Pergamino. La UNNOBA tenía apenas cuatro años de vida y a ella le atrajo esa juventud. Y durante el último año de cursada conoció a la doctora Carolina Cristina, a cargo de una materia que marcaría su graduación: “En ese momento Carolina estaba formando su grupo de becarios en la Universidad en sus líneas de investigación en tumores, al que me permitió ingresar como pasante para iniciar mi tesis de grado, con un tema que sigo hasta el día de hoy”.

Desde aquellos tempranos días en Genética fue avanzando y haciendo un camino que le permitió alcanzar, a sus 31 años, el Doctorado en Ciencias Biomédicas por la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario, con una tesis que ya desde el título parece intratable para quienes no pertenecen a su campo de investigación: “Participación de las células madre en el desarrollo y progresión de los tumores hipofisarios. Nuevos blancos terapéuticos: vías de señalización Wnt/β-Catenina”.

Una mirada desde la genética

Al elegir una carrera, tanto quien la realizará, como quienes financiarán ese camino del conocimiento, quieren saber de qué se puede “trabajar”, por el “hacer” concreto. Gianina Demarchi confiesa: “Al inicio de la carrera leía sobre las salidas laborales y no entendía nada. Lo único que sabía era que quería estar adentro de un laboratorio”. ¿Se imaginaba como una investigadora? Gianina respondió que no: “En el último año, hablando con una docente —Virginia Pasquinelli— me enteré de la existencia de los doctorados, de ese tipo de futuro laboral, y ahí empecé a entender cuál podría ser mi carrera más allá de la tesis”.

“La salida laboral está muy relacionada con el agro en nuestra zona —explica—, los cultivos modificados genéticamente, los inoculantes, o incluso las empresas farmacéuticas para tareas, como el monitoreo de protocolos. Muchos de mis compañeros, una vez que obtuvieron el título de grado, empezaron con esos trabajos”. Pero la genética puede ir por tantos lugares, que hasta sus propios estudiantes se sorprenden: “Si tiene ADN, lo podés estudiar. Entonces si es un cultivo, cerveza, o un paciente con cáncer, podés avanzar, porque tenés las herramientas para profundizar en eso”. Gianina reconoce que desde lo laboral nunca le interesó lo vegetal, pero rememora que tenía “compañeros que ya entraron sabiendo qué cultivo querían mejorar”.

Así fue que se alejó de los cultivos para encontrar su tema, ya desde la tesis de grado: “Las vías de señalización, los componentes de la célula que van llevando mensajes. Hay distintas señales y yo me ocupo de una en particular”. Esta investigación forma parte de un proyecto más amplio que dirige la doctora Carolina Cristina, investigadora a cargo del Laboratorio de Neuroendocrinología / Fisiopatología de la Hipófisis que formó en el CIBA.

“La vía que yo estudio se llama Wnt/β-Catenina, y su funcionamiento en el desarrollo de tumores de hipófisis. En mi tesina de grado lo que hice fue generar estímulos en células hipofisarias de ratones y observar cómo respondía esa vía a esa estimulación. Ese fue el puntapié para la investigación en el doctorado, donde profundizamos el rol de esa misma vía pero en otros modelos experimentales, de rata y ratón, como así también en muestras provenientes de cirugía de tejido tumoral hipofisario de pacientes con y sin quimioterapia”, detalla.

Gianina Demarchi presenta su trabajo en un congreso en la ciudad de Mar del Plata.

Defensa virtual: saltando todos los obstáculos

Creo que nadie hubiese ido a Rosario a ver algo como una defensa doctoral. Entonces, con mi novio organizamos para transmitirla por una red social: amigos, familiares de todas partes, compañeros de la escuela, del laboratorio, estaban todos conectados para seguirla en vivo”, cuenta feliz de haber compartido ese momento, que terminó siendo comunitario en un año que apretaba con el aislamiento de cada amanecer.

En la defensa de la tesis doctoral mediante plataforma virtual.

“La situación de aislamiento obligó a abandonar la parte experimental final de la tesis porque el laboratorio se cerró en marzo. Pero mi tesis de doctorado ya estaba escrita y entregada antes de la pandemia en su versión borrador en noviembre de 2019”, detalla Gianina.

Sin embargo corría julio de 2020 y Gianina no tenía noticias de su trabajo, ¿lo habrían aprobado? ¿se habría perdido en los pasillos virtuales debido a la pandemia? Nada de eso: el trabajo borrador estaba aprobado y, ya que preguntaba, tenía que mandar la versión final para hacer la defensa. “¡La tenía que completar, no estaba lista!”, exclama Gianina. “Fueron quince días en los que pude tomarme un tiempo del trabajo del diagnóstico en el laboratorio. Gracias al apoyo del equipo y de mi directora, pude terminar de escribir. Ahí me dijeron que la defensa iba a ser online, que no había otro modo. Y nos preparamos para eso, recuerda.

De la hipófisis a la tesis, un camino

—La glándula hipófisis es objeto de estudio desde la Grecia Antigua, es decir que es bastante célebre. ¿Podrías describirla y explicar cómo afectan los tumores que ahí crecen?
Es una glándula endócrina que secreta hormonas, que son mensajeros que van por la sangre y le dan indicaciones al resto del organismo, por eso se dice que controla la homeostasis. Por ejemplo, “le dice” a la glándula mamaria que produzca leche. Con otra hormona “le dice” a la glándula de la tiroides que produzca las hormonas tiroideas. Va orquestando las funcionalidades del cuerpo. A su vez, es regulada por hormonas del hipotálamo. En algunos casos se desarrollan tumores en la hipófisis, que tienen un comportamiento complejo porque si bien en general son “benignos”, es decir, no hacen metástasis, en realidad se ve que pueden resistir los tratamientos. Por su ubicación en la base del cerebro pueden llegar a comprimir nervios y estructuras cerebrales, con consecuencias difíciles de tratar luego.

—En términos estadísticos, ¿cuánto representa el tumor de hipófisis?
Los tumores de la hipófisis rondan el 15% de todos los tumores que se dan dentro del cráneo, no es un número menor. Hay un porcentaje de ellos que responde a los tratamientos, entonces, se logra controlar, pero hay un porcentaje que los resiste y es donde está el mayor desafío. Los tratamientos convencionales funcionan en un buen número de pacientes y reducen la secreción hormonal, pero para los que no responden a estas terapias el tumor vuelve, incluso después de una cirugía. Hay nuevas terapias que es lo que nos interesa estudiar, terapias a las que en algunos casos se responde bien, entonces nos preguntamos por qué y qué pasó desde el nivel molecular.

—Sigamos indagando los elementos que figuran en el título de tu tesis. ¿Qué son las células madre y qué relación tienen con lo tumoral?
Se trata de células con características del desarrollo embrionario pero que persisten en un bajo porcentaje en los tejidos adultos. Se está viendo en la actualidad que hay células madre prácticamente en todos los tejidos. Estas células son las que tienen la capacidad de responder frente a una herida o a la pérdida de células en un órgano. Es decir, tienen la capacidad de dar origen a nuevas células del tejido. Para eso se mantienen en un estado desdiferenciado, o sea que no están comprometidas a funcionar como ese órgano, pero están ahí y pueden dar origen a nuevas células del órgano. En la hipófisis están, también. Pero el problema es cuando se desregula su función, porque son responsables de originar cáncer o contribuir al cáncer que se originó. Estas células desdiferenciadas pueden autorrenovarse y proliferar, por lo que si llegan a adquirir una característica de “malignidad”, o sea, si se vuelven cancerosas, se van a diferenciar en células malignas. Por eso se maneja la hipótesis de que las llamadas recidivas, cuando vuelve la enfermedad después de un tratamiento o una operación, pueden estar dadas por la permanencia de células madre tumorales. Es un tema complejo al que resulta de interés estudiar desde las vías de señalización, porque son las que participan en el funcionamiento de esas células madre.

Trabajo con ratones en el laboratorio, junto a la doctora Carolina Cristina.

—Llegamos a esa frase, tal vez la más difícil del título. ¿Qué son las “vías de señalización”?
Se llaman así a las cascadas de proteínas, uno de los componentes de las células. Una de sus funciones es la de recibir señales del exterior de las células y amplificarlas en el interior. Si la señal “le dice” a la célula, “el ambiente es favorable, podés crecer”, entonces la célula toma ese mensaje y lo va pasando entre sus proteínas hasta que promueven una modificación que da como resultado su proliferación. A veces pasa algo que rompe la regulación natural. Va todo bien pero una proteína mutó y no recibe la señal de frenar, entonces crece. Yo estudio la vía denominada Wnt/b-Catenina. También están los receptores NOTCH, que es otra señal que se estudia en el laboratorio y es parte de las tesis de mis compañeras. Hay múltiples vías y los efectos son diferentes: que la célula crezca, que se reproduzca, que muera, que se generen nuevos vasos sanguíneos, etcétera. Nos gustaría responder a preguntas tales como: si efectivamente inhibimos la señalización, ¿colaboramos con el tratamiento?; ¿es más efectiva la droga cuando reducimos la actividad de las vías de señalización?

—En tu caso, ¿cómo sigue la carrera luego de obtener el doctorado?
Publicar nuestros trabajos de investigación, que es la manera con la que podemos comunicar nuestros hallazgos. Tenemos que cerrar los experimentos que hubo que aplazar, y en mi caso esos resultados pueden servir para completar una instancia posdoctoral. Tanto la Universidad como el CONICET nos brindan becas para realizar esa etapa de la investigación. Además durante un posdoctorado tenemos la oportunidad de prepararnos para lo que constituye, más adelante, la carrera de investigador científico.

Junto a la directora del CIBA, investigadoras y becarias en el Congreso Multidisciplinario de la UNNOBA.

Investigar en tiempos de pandemia

Como fue narrado en una nota anterior en El Universitario, Gianina forma parte del grupo de becarias y becarios que se doctoraron durante la pandemia y que se sumaron al trabajo cotidiano de detección de COVID-19. “Nadie imaginaba esto, así que fuimos viviéndolo. El laboratorio se cerró en marzo (de 2020) y quedamos aislados en casa. Todo lo que se podía guardar y dejar en espera hasta otro momento, se guardó, por ejemplo tejidos, cultivos, células, todo se congelaba para ser retomado en otro momento”.

“Sabíamos cómo manejar un virus, pero esto era diferente”, recuerda. ¿Por qué? “Después del cierre del laboratorio, desde el Ministerio observaron que el CIBA tenía los equipos y recursos necesarios para el diagnóstico. Preguntaron quién estaba dispuesto… ¡y fuimos corriendo! No estábamos acostumbrados a no ir al laboratorio. Además teníamos la oportunidad de hacer algo muy aplicado y formar parte de este desafío que era mundial. Personalmente me dije ‘voy a aportar mi pequeño granito de arena’ con los diagnósticos, aunque todavía no sabíamos cómo”.

Subsidio Fundación Bunge & Born para especialización en oncología en Bélgica.

Gianina cuenta que se iniciaron con “entrenamientos online”, por ejemplo, “para saber cómo ponerse y sacarse la protección correctamente, cómo moverse dentro del laboratorio, cómo preparar el edificio en zonas; aprendimos a separarnos en grupos para no cruzarnos, y desde abril de 2020 que estamos de lunes a lunes aportando con nuestra labor”. Y agrega: “Lo asumimos con mucha responsabilidad también, no nos podíamos contagiar ni visitando a nuestros seres queridos, porque si se enfermaba uno, bajábamos un grupo de trabajo entero en el CIBA”.

El desafío de la pandemia sumaba también la tarea de continuar con el dictado de las clases universitarias, aunque esta vez de forma online. Gianina trabaja en “Introducción a la Biología” y en “Química biológica”, materias que se cursan en los primeros años de Agronomía, Alimentos y Genética. “No me imaginaba dando clases, pero me encanta, siento que me complementa mucho. Hay algo que tiene la investigación básica, lo que hacemos en nuestro laboratorio, y es que no ves un resultado tangible. Nuestros resultados son publicaciones de trabajos científicos, por lo tanto, es difícil ver el aporte. Mediante la docencia me complemento, porque me ayuda a seguir pensando en lo que hago y a su vez brindarlo en las aulas”, finaliza, y se desconecta de la entrevista para ir rápido, de vuelta, rumbo al laboratorio.

 

 


Diseño: Laura Caturla