El “dengue” del maíz
Por Gricelda Incerti
Los productores de maíz de nuestro país enfrentan un nuevo y peligroso adversario que ha ocasionado pérdidas millonarias: un insecto diminuto de solo 4 milímetros de longitud que aprovechó el cambio climático para proliferar y poner en riesgo las cosechas futuras. Les presentamos a la chicharrita.
Dalbulus maidis es el nombre científico de este insecto vector que transmite tres patógenos la bacteria Spiroplasma Kunkelii, el fitoplasma Maize Bushy Stunt y el virus del rayado fino del maíz, ocasionando en su conjunto una enfermedad que se denomina corn stunt o achaparramiento.
Tanto el insecto como la enfermedad se dan el sur de Estados Unidos hasta Argentina, siendo favorecidos por el cambio climático.
Lo cierto es que este diminuto enemigo ha aumentado su población exponencialmente, causando estragos en las cosechas. Las chicharritas son, en rigor, vectores de enfermedades que debilitan las plantas y reducen drásticamente la productividad de los cultivos: la plaga que acechó al maíz en la campaña 23/24 se “comió” más de US$ 2.000 millones de exportaciones, llegando a diezmar los lotes de las principales zonas productoras.
En el Centro de Bioinvestigaciones (CeBio) de la UNNOBA, la doctora Inés Catalano dirige el proyecto (financiado por PIC-SIB-UNNOBA) en el marco del cual se estudian dos especies de “chicharritas”: Delphacodes kuscheli, vector del agente que causa el “Mal de Río Cuarto”, y Dalbulus maidis, que causa el achaparramiento del maíz. “Podríamos decir que las chicharritas se alimentan de la sangre de la planta, vendría a ser el dengue del maíz”, compara la investigadora y directora del CeBio.
Este insecto, es un hemíptero, es decir, una especie con un aparato bucal adaptado para llegar a las tejidos conductores del maíz, el cual es su hospedante casi exclusivo. Es, además, monófago, o sea que se alimenta casi exclusivamente de esta gramínea. Al hacerlo, puede transmitir enfermedades, la más frecuente es la causada por la bacteria Spiroplasma kunkelii.
El proceso ocurre así: cuando la chicharrita se alimenta, inyecta saliva y succiona savia. Si se alimenta de una planta enferma, llevará consigo al patógeno y, la próxima vez que ingiera, podrá enfermar nuevas plantas. Es un proceso similar a cómo el mosquito Aedes Aegypti transmite enfermedades.
“Achaparramiento” es el nombre vulgar con que se conoce a la enfermedad. Las especificaciones del término las da Catalano: “El achaparramiento es el síntoma más drástico, el más fuerte. Es un acortamiento de los entrenudos de la planta de maíz y, entonces, el resultado es una planta petisa. Una vez que el insecto picó y contagió a la planta, la bacteria se aloja en el floema (tejido vivo de las plantas que transporta nutrientes), que sería como nuestro sistema circulatorio. Por el floema va toda la comida, y todos los solutos para que el maíz pueda crecer”.
En definitiva, a la planta no le llega su alimento: “La bacteria se aloja y obstruye el floema. Entonces, no le llegan esas reservas de alimento en el momento en el que maíz está en estadio reproductivo, que es cuando debe llenar el grano. Lo que tenemos, de esta manera, son maíces con menos producción. Abrimos las espigas y están vacías o mal granadas”.
Bajo la mira del vector
Si nos centramos en la chicharrita, se la reconoce por su tamaño muy pequeño, alcanzando no más que 3 a 4 mm de largo. El ejemplar adulto es color crema translúcido, con dos puntos más oscuros sobre la cabeza y con las alas más largas que el abdomen.
Un dato no menor es que la hembra puede colocar hasta 600 huevos, presentando por lo menos siete generaciones desde septiembre a mayo y sobreviviendo en el invierno en gramíneas, para luego colonizar el maíz siguiente. Las ninfas nacen libres del patógeno y, al igual que el adulto, lo adquieren al alimentarse de plantas enfermas. El adulto sobrevive, en promedio, 45 días, aunque los invernantes pueden llegar a sobrevivir hasta 90-120 días.
En la campaña 21/22 la plaga y la enfermedad se concentraron, principalmente, en el norte argentino. En la presente campaña hubo precipitaciones dispares en todo el país, lo que ocasionó siembras escalonadas, que proporcionaron alimento constantemente a la chicharrita y favorecieron su reproducción e incremento poblacional.
La ingeniera Agrónoma Carolina Sgarbi (profesora de Zoología Agrícola de la carrera de Ingeniería Agronómica de la UNNOBA) detalló cómo se dio el avance hacia la zona núcleo: “Este insecto está presente en nuestro país desde la década del 90, aproximadamente, siendo endémico del norte de Argentina. En los últimos años, las condiciones ambientales y agronómicas en nuestra región favorecieron el aumento de su presencia. Las condiciones ambientales que favorecen su desarrollo son altas temperaturas y bajas precipitaciones. En nuestra región, los inviernos han sido más benignos en los últimos años, permitiendo que una población remanente de chicharrita sobreviva y reactive su actividad en primavera. Agronómicamente, la ampliación de la ‘ventana’ de siembra del maíz ha hecho que el hospedante esté presente durante más meses, favoreciendo el aumento de las poblaciones”.
“Mientras haya cultivo de maíz, la chicharrita estará presente”, asegura Sgarbi y añade: “La amplia época de siembra favorece el aumento de sus poblaciones debido a su alto potencial biótico, alta capacidad reproductiva y su movilidad. Donde se den las condiciones ambientales y agronómicas predisponentes, la chicharrita aumentará su población e invadirá nuevas áreas”.
Control de la plaga y desafíos actuales
En este contexto, desde el Laboratorio de Insectos de Interés Agrícola, ubicado en el seno del CeBio, buscan modos de controlar enfermedades del maíz a través de la genética. Los investigadores y técnicos están rodeados de estos milimétricos insectos y plantas de maíz, realizando en estos momentos el diseño de nuevos mecanismos de control de la transmisión de estas enfermedades que sean ecológicamente sustentables. En este aspecto se combinan las capacidades de biólogos, genetistas, ingenieros agrónomos y fitopatólogos. “Nuestro grupo de trabajo viene haciendo estos estudios a partir de un transcriptoma (genoma expresado) de Dalbulus, desde hace varios años. En verdad, tenemos un transcriptoma de cada estadio del ciclo de vida del insecto. Estos transcriptomas tienen la ventaja de ser una especie de ‘fotografía’ del genoma expresado en un momento específico. De esta manera, nuestra aproximación al problema que nos planteamos es mucho más práctica”, explica Catalano.
De acuerdo a la investigadora, controlar esta plaga “resulta complicado”, debido a la capacidad de los insectos para producir una gran cantidad de huevos y porque los insecticidas convencionales “no son totalmente eficientes”. Ella y su equipo están investigando medidas de control, incluyendo insecticidas basados en ARN interferente, similar a lo utilizado en algunas vacunas de COVID-19. “Queremos ‘silenciar’ genes específicos del insecto, como aquellos involucrados en la oviposición, para impedir la puesta de huevos. Aunque esta técnica funciona en laboratorio, aún es un desafío aplicarla a campo” , especifica la investigadora.
La problemática de esta plaga a dado lugar a diferentes investigaciones desarrolladas a partir de tesis de grado, maestría y doctorado. Entre ellas, la de Victorio Palacio, en la Maestría de Bioinformática de la UNNOBA, y la tesis doctoral (en proceso de redacción) de Lucía Dalaisón, en la que se estudiaron los genes relacionados con la fecundidad de D. maidis. Este trabajo logró un avance sustantivo en el campo de conocimiento, ya que se logró silenciar los genes a través de alimentación.
“Gracias al transcriptoma ensamblado y anotado hace ocho años, se generó una base sólida para la inferencia génica de la especie que permitió realizar publicaciones en revistas de alto impacto, avanzar en varias tesis. En estos días ya estamos viendo resultados que pueden ser aplicados para dar respuesta al sistema productivo nacional”, afirma Catalano.
Catalano mencionó también un proyecto de mejoramiento genético en colaboración con el Centro Internacional en Maíz y Trigo, en México, utilizando más de doscientas especies de maíz para identificar líneas resistentes a la enfermedad o al Dalbulus. Este proyecto está enmarcado en el Doctorado de Mejoramiento Genético de la UNNOBA y llevado a cabo por la licenciada en Genética Noelia Beltrame.
Estrategias actuales de manejo
Actualmente se está debatiendo si sembrar o no maíz en la campaña 2024/25. Tanto los productores como las agencias relacionadas, tienen dudas sobre esta cuestión. Aún con el conocimiento existente sobre la biología y ecología del vector, las inquietudes no se despejan. Por el momento, lo que sí se sabe certeramente es que se pueden adoptar buenas prácticas de manejo.
En este sentido, la ingeniera Carolina Sgarbi es contundente: “Hay varias recomendaciones importantes, por ejemplo, controlar la densidad poblacional del insecto vector. Esto se puede realizar de varias formas. Entre ellas, es fundamental evitar realizar ‘maíz sobre maíz’ en el mismo ciclo de cultivo y eliminar plantas voluntarias. Vigilando maíces guachos (plantas que nacen a partir de granos perdidos en la cosecha) durante 90 días antes de la siembra se evita la fuente de inóculo de la enfermedad y que los adultos invernantes dejen descendencia. De esta manera se minimiza la sobrevivencia del vector”.
Sgarbi también hace hincapié en realizar siembras tempranas para escapar de la presencia de elevadas densidades de la chicharrita cuando la planta de maíz es más susceptible. Además, es crucial atender la rotación de cultivos, ya que la chicharrita es monófaga y, como depende de una sola especie, esto facilitaría cortar su ciclo.
Otra de las medidas que se están evaluando es trabajar en el desarrollo de híbridos adaptados con tolerancia o resistencia al patógeno del achaparramiento del maíz.
Diseño: Laura Caturla