Estudiar lejos de casa: la inmigración en primera persona

 

Por Lorena Berro

Alicia Coromoto Monsalve Rojas y Doralis Monsalve son madre e hija. Llegaron desde Venezuela hace varios años. Su historia es común a otras tantas de inmigrantes, y también es singular. Muestra lo que representó para ellas la decisión de dejar su país, sin saber a ciencia cierta lo que les iba a deparar el destino lejos de casa. Lo que cuentan refleja no solo aquello que sintieron, sino el modo en que los recibió esta tierra a la que se abrazaron únicamente con la esperanza de poder forjar un mejor futuro. Sus relatos también exponen el valor que tuvo la educación en el proceso de integrarse a una cultura diferente a la propia, sin perder identidad, y exhiben con claridad que las instituciones educativas juegan un rol clave para propiciar la integración.

La charla en la que aceptan narrar su historia de inmigración transcurre en la Escuela Secundaria Domingo Faustino Sarmiento de la UNNOBA, donde la joven cursa quinto año. Alicia también está vinculada a la Universidad, ya que es estudiante de segundo año de la carrera de Contador Público. Son fervientes defensoras de la educación que reciben en el país. En su condición de inmigrantes entienden que acceden a derechos, pero también tienen responsabilidades que honran. Lo dicen en el inicio de la entrevista y sostienen esta apreciación en varios momentos de una conversación, que transcurre entre recuerdos y aprendizajes y que está atravesada por un debate abierto en el país respecto de si la educación universitaria de los extranjeros debe ser o no arancelada.

Dejar Venezuela

Alicia, quien además es mamá de Andrea, hermana menor de Doralis, reconoce que no fue fácil tomar la determinación de emigrar y define ese proceso como “un drama trágico y conmovedor”.

“Nunca estuvo en mi mente salir de Venezuela, pero hubo un hecho que marcó un punto de inflexión”, señala y relata: “Allá las clases comienzan en septiembre. Los útiles escolares costaban mucho dinero, así que les había comprado un combo que llegaba de Colombia. Un día, Doralis regresó del colegio y me preguntó por qué había comprado lápices de colores distintos a los de siempre, y me confesó que en la escuela le habían dicho que ‘eran de pobres’. Recuerdo que fui a una librería en busca de la marca que siempre habían tenido y una caja de 24 costaba lo que yo ganaba en un mes de trabajo. Ese día supe que no quería criar a mis hijas de esa manera. Yo había crecido humildemente, con las necesidades básicas cubiertas, y los lápices de colores para un niño en una escuela son una necesidad básica”.

Con sus dos hijas pequeñas, Alicia jamás pensó que iba a tener que emigrar de su país.

Ese hecho resultó trascendente en su decisión. Alicia ejercía su profesión de técnica en Estadísticas de Salud en el Hospital Universitario de Mérida, donde vivían. Sin embargo, lo que ganaba ya no alcanzaba para cubrir gastos mínimos. Corría el mes de octubre cuando empezó a buscar destinos posibles para emigrar. Muchos de sus colegas que habían salido de Venezuela vivían en Chile, pero ella no soportaba la idea de los sismos. Analizó otras posibilidades como México, Colombia, Ecuador y Brasil, pero se inclinó por Argentina. “Siempre me había llamado la atención este país y soy fanática del equipo de fútbol argentino en los mundiales. Me dije: ‘¿Por qué no?’ y comencé a hacer los trámites para renovar mi pasaporte y gestionar mi documentación”.

“En noviembre llamé a una amiga para decirle que tenía decidido irme de Venezuela. ‘Nos vamos juntas’, me respondió y así iniciamos el camino. En marzo de 2018 estábamos viajando en micro. Teníamos turno para tramitar el DNI en abril. Viajé sin mis hijas, que quedaron al cuidado de mis padres”, prosigue. Tuvo que cruzar cinco países hasta llegar. Sus primeros días transcurrieron en Capital Federal. Su condición de scout le abrió algunas puertas y la ayuda que les brindó un pastor cristiano evangélico resultó vital para la subsistencia inicial.

La llegada a Junín

A través de un aviso publicado en las redes sociales, supo que en Junín necesitaban personal para trabajar en una estancia. No sabía dónde quedaba la ciudad y, mucho menos, en qué consistía el trabajo. Pero necesitaba establecerse. Se postuló, le hicieron una entrevista y obtuvo el empleo.  Su principal y único objetivo era ganar estabilidad para traer a sus hijas con ella. “Las había dejado porque sabía que salir de Venezuela del modo en que iba a hacerlo no iba a ser fácil. De hecho, no lo fue, hubo días en que no tuve para comer”, cuenta.

Su desempeño y la responsabilidad con la que cumplía con su trabajo le fueron abriendo el camino. Sin embargo, reconoce que en varias ocasiones pensó en volverse a Venezuela. “Por las noches le pedía a Dios que me devolviera a Venezuela si no podía traer a mis hijas”, confiesa.

“Soy una mujer de fe y cuando me tranquilicé y pude calmar la ansiedad, todo fue fluyendo. Al año de estar en Argentina, mis patrones me facilitaron el dinero para los pasajes y pude traerlas. Les estaré eternamente agradecida”, recalca. Y confiesa que recién cuando ellas estuvieron aquí, volvió a sentir el sabor de la comida, “nada sabía rico sin mis niñas”.

Ya con sus hijas en Argentina, dejó la estancia y se estableció en la ciudad de Junín. Trabajaba en la casa de sus patrones por la mañana y cuidaba a un señor por la tarde. Todo se fue ordenando.

La escuela, un espacio vital

Doralis y su hermana llegaron a mitad del ciclo lectivo 2019 y pudieron incorporarse rápidamente en la Escuela Primaria N° 19 y, al poco tiempo, iban también a la Escuela de Educación Artística “Víctor Grippo”.

La inserción en el ámbito educativo resultó clave para la integración.

Que la escuela las recibiera fue muy importante para nosotras. A la mañana estaban en clase mientras yo trabajaba, al mediodía las iba a buscar, almorzábamos juntas y después las llevaba a la escuela de estética y yo ingresaba a mi otro empleo”, comenta Alicia.

Ir a la Universidad

Con el paso del tiempo, Alicia comenzó a trabajar en un emprendimiento dedicado a la elaboración de arepas y tequeños, más tarde en una fábrica de piletas y en un jardín maternal.

Participando en el Grupo de Scout de  la Parroquia San Ignacio de Loyola conoció a Martín Samboña, quien hoy es su esposo, y “padre del corazón” de las niñas. “Él se dedica a la gestión contable, yo trabajaba con él, y fue quien me incentivó para que me inscribiera en la UNNOBA. Yo había hecho un intento en Ingeniería en Sistemas, pero la pandemia complicó las cosas, así que fui a averiguar y me inscribí en la carrera de contador público y estoy en segundo año”, relata.

Alicia ama estudiar e inculca el valor de la educación a sus hijas. En sus horas de estudio, la acompaña el mate.

Ser inmigrante

Aunque establecida y construyendo una buena vida, Alicia asegura que es difícil el desarraigo. “Sin embargo, Argentina, por ser un país de inmigrantes, nos recibió muy bien y desde el primer día las personas fueron muy cálidas con nosotras”, destaca y pone como ejemplo lo que sucedió en la escuela con sus hijas: “Podrían habernos dicho que no había cupo porque estábamos a mediados de año y, sin embargo, les abrieron las puertas”.

“A mí me pasó lo mismo: en la Universidad la condición de inmigrante, no pesa. Solo llama la atención mi modo de hablar, y cuando digo que soy venezolana, aparece la pregunta que toca el corazón. Todo el mundo me pregunta si es real todo lo que se vive en Venezuela y responder es doloroso”.

Desde la mirada de Doralis

Doralis escucha con atención a su madre. Hay en ambas una memoria intacta de lo que han vivido. Lo que cuenta Alicia cobra, en la voz de la joven, otro sentido, porque tuvo que emigrar de su tierra siendo aún una niña. “Mi mamá siempre buscó lo mejor para nosotras, incluyendo el viaje, e hizo que fuera una aventura”, refiere y señala que ni ella ni su hermana percibieron que estaban saliendo de su país para no volver.

Confiesa que recién ahora, en plena adolescencia, comienza a experimentar nostalgia por los lugares y los seres amados que están lejos. Sin embargo, asegura que su inserción en la escuela y otros espacios facilitaron la integración.

Doralis está en quinto año de la Escuela Secundaria de la UNNOBA, donde ingresó por sorteo.

Recuerda la alegría que sintió cuando supo que había resultado sorteada para ingresar a la escuela secundaria de la UNNOBA. “Mi mamá me había dicho que era la mejor escuela de Junín y una de las mejores del país, eso me generaba ilusión y expectativa”, cuenta.

“De mi educación en Venezuela no tengo muchos recuerdos, algunas veces no podía ir a la escuela y cuando iba no siempre aprendía algo bueno. Aquí aprendí muchas cosas y lo que más me gusta es que tengo profesores y tutores a los que puedo recurrir si tengo alguna dificultad”, comenta.

Cambiar costumbres y crecer

Asegura que, por fuera de la escuela, el cambio más significativo fue de algunas costumbres: “Al principio el modo en que hablaban me confundía un poco, pero después me acostumbré y comprendí también que no todo el mundo iba a quererme, que a algunas personas les iba a caer mejor que a otras”. Cuando lo dice, su relato se introduce en los vértices más sensibles de su adaptación. Le tocó vivir situaciones incómodas: “A algunas personas les caía mal por el hecho de no ser argentina y me hacían bromas en tono despectivo. Pero muchos también me aceptaban y me aferré a eso y hoy en los ámbitos en los que me desenvuelvo, me siento una más. Soy una de las más activas, y la paso bien”.

Siente que se valió de lo que considera su don para adaptarse a otra cultura: “Siempre fui buena para hacer amigos. Y de hecho fue lo que más me costó dejar cuando nos vinimos a Argentina. Acá rápidamente hice una amiga y aprendí la diferencia entre los amigos íntimos y el resto”, agrega.

Doralis piensa seguir una carrera universitaria. Ama el diseño y el arte.

Respetuosas de sus raíces

Ninguna de las dos renunció a su cultura. Conservan su modo de hablar, y rinden culto al trato respetuoso hacia los demás.  Pero también han adoptado formas de vivir “muy argentinas”. Se sienten orgullosas de esa construcción.  Parte de la historia de ellas está en Venezuela, también allí hay afectos entrañables. Eso genera nostalgia. “Extraño abrir las ventanas de mi cuarto y ver las montañas. Aunque Junín se parece bastante al lugar en el que vivíamos, es todo plano y tampoco hay nevadas”, expresa Doralis.

A su mamá le pasa algo parecido, pero tiene la íntima convicción de que Argentina es el lugar donde se seguirá escribirá el futuro. “Lo mejor de estar acá es que estoy con mi familia, tengo amigos, lo paso bien, tengo recuerdos hechos aquí, donde se dio mi pasaje de la niñez a la adolescencia. Argentina es como mi segunda casa”, afirma Doralis, que evalúa poder seguir estudiando una carrera universitaria en la UNNOBA, al terminar el secundario. Le gusta el Diseño.

Junto al rector de la UNNOBA, en la escuela secundaria de la Universidad.

Una profunda gratitud

Madre e hija agradecen haber encontrado en este país un espacio donde forjar el porvenir. Sin embargo, también son conscientes de que en Argentina se ha abierto un fuerte debate en torno a la inmigración.

La apreciación de Alicia es contundente en relación a esto: “Todos los países le tienen recelo a la inmigración, porque hay alguien que llega al país y no se sabe a qué viene. Eso lo entiendo. Sin embargo, creo que, con normas bien establecidas, nada malo puede generar ese proceso”.

“No estoy de acuerdo con alguien que pase de una frontera a otra sin pagar impuestos y se lleve cosas. Eso es como si alguien entrara a tu casa y se arrebatara tus cosas. Eso no está bien”, opina.

Tanto Alicia como Doralis valoran el servicio a la comunidad. Son una familia scaut.

“La mayoría de los inmigrantes trabajamos, tenemos emprendimientos, pagamos nuestros impuestos y nuestros servicios. No llegamos para que nos regalen nada.  Estoy en contra del ‘me tienen que dar porque sí’. Eso nos daña a todos”, expresa.

Yo no vine para estar un rato e irme. Sería ingrato con el país que me recibió. Yo vine a brindar lo mejor de mí. Soy una amante de la educación y le inculco eso a mis hijas, y también les digo que deben retribuirle a este país la educación que están recibiendo, tienen que dejar en alto la educación argentina y ser abanderadas de la educación de este país”, concluye.

La realidad en la UNNOBA

Desde su creación, la UNNOBA hizo de la internacionalización un pilar de su proyecto institucional e impulsó distintos programas orientados a favorecer el intercambio de experiencias académicas con universidades de distintas partes del mundo. De igual modo, desde siempre sus puertas estuvieron abiertas para acompañar la formación de estudiantes extranjeros, muchos de ellos establecidos previamente en la región, que eligen la Universidad para delinear su proyecto de vida.

El último informe difundido por la Secretaría Académica de la UNNOBA a principios del ciclo lectivo 2024, refiere que la Universidad cuenta con 93 estudiantes extranjeros en el total de su matrícula —estimada en 12 mil estudiantes—, lo que representa el 0,8 por ciento. La inmensa mayoría de ellos provienen de familias establecidas en la región hace tiempo y han cursado en el país otras instancias de su educación formal.

Conocé más sobre estudiantes extranjeros en la UNNOBA en la nota “Apertura e intercambio en el ADN de la Universidad”