“Los adultos nos estamos ahorrando demasiadas preguntas”
La edad suele aparecer como un tema en las conversaciones. Ocupa un espacio y es objeto de una valoración. Esa sumatoria de años, que da como resultado la edad de las personas, suele forjar identidades alrededor de ideas como la de “juventud” y tensiones con otras, como la de “adulto” o “mayor”. ¿Qué se esconde en estas valoraciones?
El Universitario dialogó sobre este tema con Graciela Frigerio -especialista en Educación, investigadora y docente con experiencia internacional-, que fue invitada por el Programa de Educación y Promoción de la Salud de Adultos Mayores (PEPSAM) de la Secretaría de Extensión para dictar la conferencia “Relaciones Intergeneracionales”.
– Usted plantea su conferencia a partir de pensar las relaciones entre las generaciones, pero ¿es posible definir taxativamente una generación?
– No es mi estilo pensar el tema a partir de un rango de edad, como lo hace la sociología. Creo que uno vive siempre entre generaciones. A lo largo de la vida, con independencia de la edad que se tenga, estamos siempre discutiendo unas herencias. No hay algo que empieza y termina, sino que hay épocas, tendencias, pensamientos hegemónicos. Más que la distinción me preocupa la ausencia de solidaridad entre las generaciones.
– ¿Se puede marcar una diferencia entre esa ausencia de solidaridad que usted señala, con la existencia necesaria de cierto grado de conflicto intergeneracional?
– Vos hablás de Edipo, pero lo más curioso de esa historia es lo que Occidente hizo con su lectura. No son Freud ni Edipo los que indican que hay que matar al anterior, es el capitalismo el que dice que no hay lugar para dos. El lugar es para los grandes o para los chicos. Y el capitalismo elige, según el estilo de su crisis, a quién favorece. A los nuevos los puede explotar mejor durante algún tiempo, o quizás le conviene que vuelvan los viejos porque la crisis no la saben manejar los nuevos. Entonces no es el aparato psíquico, es el mercado y su vector de competencia los que determinan.
En una época en la que parecería que la juventud debe conservarse a cualquier precio, Graciela Frigerio plantea: “El hecho de que los grandes nieguen su carácter de sujetos mortales y se aferren a una suerte de perpetuación juvenil tiene consecuencias en las relaciones intergeneracionales. El crecimiento de los más chicos pone en evidencia que el más grande envejece, lo que crea unas tensiones particulares”.
– ¿Cómo se manifiestan esas tensiones entre las generaciones?
– Habría que preguntarse, en relación a la vida de algunos adultos, ¿hay algo de sus vidas no vividas que esté jugando una mala pasada a las vidas posibles de vivir por los jóvenes? La vida vivida siempre se pone en contraste con las vidas no vividas, aquellos caminos que hubiéramos tomado con otras decisiones. Entonces hay unas vidas no vividas que conviven con las vidas vividas. Cuando los chicos son pequeños, todo es vida por vivir, todo es a decidir. En cambio este paralelo establece unas relaciones de resentimiento en algunos grandes, incluso se convierten en el peso de una nostalgia, de esas vidas que les hubiera correspondido y no les dejaron tener. Esto impacta en los conflictos entre grandes y chicos.
– ¿La juventud se ha convertido en un valor social?
– No me parece que la edad sea un valor en sí. Pocas veces se ha visto tan maltratado a ese grupo etáreo, un grupo estigmatizado, sospechado, cuya peligrosidad potencial no deja de estimarse con ideas como bajar la edad de imputabilidad, o con medidas como psiquiatrizarlos desde una edad cada vez más temprana.
Violencia y generaciones
Para Graciela Frigerio resulta inevitable pensar la violencia política al plantear el tema de las relaciones intergeneraciones situadas en Argentina. “Estamos festejando treinta años de democracia pero no hemos registrado la amplitud y la profundidad del trauma de los tiempos de la dictadura”, explica. Si ese trauma permanece sin resolverse y sin poder elaborarse por completo, hay que asumir que habrá consecuencias culturales.
“Hay un hueco verdadero en la trama intergeneracional: está perforada. Alrededor de ese agujero pasó de todo. Quedó miedo, inhibición, pulsión, lo inelaborable, lo tramitable, pero es un agujero innegable”, afirma.
Pensar la magnitud de la violencia implica elaborar qué significó “apropiarse de cuerpos, desaparecer sujetos, robar identidades”. Frigerio es categórica al respecto: “Los que pensamos que hay una transmisión intersubjetiva entre las generaciones sabemos que esos traumas deambulan al modo de fantasmas y dejan unas huellas, que tienen que ver con la dificultad de confiar en el otro, la sensación de estar totalmente desprotegido o con la mimetización con la violencia de la que se fue víctima”.
La docente se refiere a la confianza que tiene que tener el contrato social y que define dónde se deposita la violencia para la protección de todos: “Que ese lugar para el ejercicio de la fuerza haya sido usurpado y utilizado en contra de la población implica una profunda herida en el tejido social, de muy lenta, difícil, y en parte imposible cicatrización”.
Nativos e inmigrantes
La comunicación entre las generaciones plantea un conflicto también en el plano comunicacional, sobre todo a partir de cierto determinismo tecnológico que postula la existencia de nativos digitales e inmigrantes digitales. Los niños y adolescentes aparecen entonces ocupando un espacio de privilegio cultural. “Cuando se alfabetizó a todo el mundo a alguien se le ocurrió que ahora había analfabetos tecnológicos. Siempre se está tratando de crear un marginado, porque hay algo del modo capitalista de trabajar que necesita excluidos, entonces se va corriendo la barra de la exclusión”, asegura.
Si las nuevas tecnologías han cobrado un protagonismo insospechado, para Frigerio no se ha desarrollado un pensamiento suficiente sobre su impacto: “No hemos medido ni nos hemos preguntado sobre los efectos en la producción de la subjetividad. Nos sentimos demasiado seducidos, capturados e impedidos de pensar críticamente. Esto no es estar en contra de las nuevas tecnologías ni desconocer que en cada época algunas novedades impusieron modos distintos de acercarse al conocimiento del mundo, pero me parece que los adultos nos estamos ahorrando demasiadas preguntas y eso no es bueno para comunicarte con nadie”, concluye.