Candid#1, la vacuna huérfana

Por Lorena Berro

Cada vez que una enfermedad irrumpe en una comunidad y comienza a expandirse con consecuencias drásticas, aparece la necesidad de la ciencia de contener esa emergencia sanitaria y trabajar en la búsqueda de alternativas que permitan su control. En ese devenir, el hallazgo de una vacuna que posibilite la prevención constituye la aspiración máxima. No importa la dimensión del problema ni su alcance geográfico: morigerar la incidencia y reducir la mortalidad es el reto de la actividad científica.

En las décadas del 50 y del 60, las epidemias de Fiebre Hemorrágica Argentina (FHA) causaban un número importante de muertes y desvelaban al grupo de científicos que estaba abocado a conocer la enfermedad causada por un ratón de campo (el Calomys musculinus). En aquel viejo hospital de llanura —donde hoy funciona el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas “Doctor Julio Maiztegui” (INEVH)— los pabellones estaban abarrotados de pacientes en aislamiento que perdían la vida a causa de una enfermedad que les hacía doler el cuerpo hasta matarlos, sin que se supiera demasiado sobre las causas de aquello conocido como “El Mal de los Rastrojos”.

Fue el doctor Julio Maiztegui y un grupo de profesionales, muchos de los cuales recién se iniciaban en el camino de la Medicina y asumieron la tarea como un reto personal y social, quienes trabajaron sin pausa para hallar primero un tratamiento que resultara efectivo —el plasma de convaleciente— y más tarde una vacuna —la Candid#1— que lograra el control de esta enfermedad endémica, circunscripta a una región del país, actualmente delimitada por las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y La Pampa.

A partir de la aparición del virus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, aquel modelo nacido en el corazón de la pampa húmeda, producto del desvelo de quienes abrazaron la actividad científica y tomaron todas sus herramientas para lograr contrarrestar las grandes epidemias, se puso en el centro de todas las miradas. Antes, la labor realizada por estos científicos había sido observada para replicar intervenciones orientadas a controlar los brotes de Ébola, SARS y MERS, entre otras enfermedades que afectaron diversas regiones del planeta. Hoy que el mundo entero está a la espera de la llegada de una vacuna que finalmente pruebe ser capaz de detener el avance de la pandemia desencadenada por el nuevo coronavirus, ir hacia atrás en la historia y recordar las instancias que se siguieron para el desarrollo de la Candid#1 resulta no sólo un ejercicio de memoria necesario, sino un espejo en el cual mirar la tarea que es capaz de realizar la ciencia cuando se pone al servicio de objetivos precisos y cuenta con el acompañamiento de una comunidad.

Una historia en primera persona

La doctora Delia Enria no solo trabajó a la par de Julio Maiztegui en los estudios dirigidos a probar la eficacia del plasma inmune para tratar la FHA, sino que durante años estuvo abocada a la tarea asistencial. Más tarde, como directora del Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas “Doctor Julio Maiztegui” (INEVH), lideró el ensayo clínico realizado en el país para probar que la vacuna producida en Argentina era equivalente a la elaborada en Estados Unidos, donde se produjo por primera vez.

Es, junto a otros profesionales, testigo y protagonista de un hecho científico sin precedentes que cambió la historia de una enfermedad.

En ese contexto, su testimonio aporta no solo una mirada retrospectiva de aquella “lucha” que desencadenó que el país asumiera la responsabilidad y dispusiera de los recursos para fabricar la vacuna Candid#1,  sino que acerca al presente la visión de una mujer de la ciencia respecto de la realidad que vive el mundo atravesado por la pandemia de coronavirus, una situación que a su juicio dejará como saldo “una crisis que requerirá de la ciencia, los Estados y el compromiso social para sortear las batallas que aún quedan por dar, y que no se reducen a lo sanitario”.

—¿Cuándo surgió la necesidad de contar con una vacuna contra la Fiebre Hemorrágica Argentina y cómo fue ese desarrollo?

—Una vez aislado el Virus Junín, causante de la Fiebre Hemorrágica Argentina, la necesidad de la vacuna empezó a manifestarse en el trabajo de diferentes grupos científicos. Hubo distintos intentos, uno de ellos con una vacuna a virus inactivado por parte del Instituto Malbrán. Luego, la Cátedra de Microbiología de la Facultad de Medicina tuvo un primer inicio de vacuna contra el Virus Junín, de donde surgió la cepa XJ clon 3, que incluso llegó a aplicarse a voluntarios. Esa vacuna se interrumpió por decisión de la Academia Nacional de Medicina porque las etapas de su desarrollo no habían seguido lo que se aconsejaba para un producto de uso en humanos. La tarea científica siguió avanzando en otros aspectos, se describieron otros arenavirus y en el año 1976 se realizó en Argentina una conferencia internacional que reunió a expertos de todo el mundo. Ese encuentro concluyó en la necesidad de explorar nuevas posibilidades de vacuna tomando los avances logrados en el trabajo con la cepa XJ clon 3. La idea era buscar una vacuna para todos los arenavirus partiendo del Virus Junín, pero lamentablemente no se logró.

—¿La exploración de esas nuevas posibilidades de vacuna se hizo en Argentina?

—La sugerencia de los expertos de esa conferencia internacional devino en un proyecto colaborativo internacional que involucró al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la Oficina Sanitaria Panamericana, el Ministerio de Salud de la Nación, el Instituto Maiztegui, que se creó a consecuencia de ese proyecto, y la Unidad de Enfermedades Infecciosas de la Oficina de Defensa de los Estados Unidos. Esto habilitó la posibilidad de trabajar en varias líneas. Una de ellas siguió el camino de la cepa XJ clon 3. Se convocó al virólogo argentino Julio Barrera Oro para desarrollar la vacuna en Estados Unidos, en un laboratorio con condiciones de bioseguridad de nivel IV, en un momento en el que eran escasas las condiciones de infraestructura para este tipo de desarrollos en el mundo. Luego de varios años, Julio Barrera Oro con un grupo de trabajo enorme desarrolló la Vacuna Candid#1. Y mientras tanto en Argentina estábamos sentando las bases para desarrollar el ensayo clínico y ayudando en etapas colaterales de este proceso. Estamos hablando del año 1979 y la candidata a vacuna Candid#1 estuvo lista en 1984, un momento en el que nuestro país no tenía autoridad regulatoria.

Ríos de tinta corrieron en torno a la tarea realizada para la producción de  la vacuna Candid#1.(Diario LA OPINIÓN)

—¿Cómo se subsanó el hecho de que Argentina no tuviera autoridad regulatoria para aprobar las distintas fases de este proceso y dónde se llevaron adelante?

—El pedido, si bien pasó por una comisión de regulación del Ministerio de Salud de la Nación, obligó a la conformación de un Comité de Ética en el Instituto Maiztegui, que fue el primero de la Argentina. A propósito de este desarrollo, se presentó la autorización para iniciar los ensayos clínicos ante la autoridad regulatoria de Estados Unidos (FDA), terminadas ya las pruebas in vitro y en distintos modelos experimentales. Cuando este organismo autorizó el comienzo de la fase I, se hizo con voluntarios americanos. Para ello una investigadora del Instituto Maiztegui, la doctora Ana María Briggiler, viajó para participar como observadora. La fase II se desarrolló tanto en Estados Unidos como en Argentina, fueron los estudios que empezaron en Pergamino hacia el año 1985 y fueron completando las etapas de lo que se llama “seguridad de la vacuna”. Para la fase III elegimos trabajar con voluntarios de localidades de la provincia de Santa Fe, donde la incidencia de la enfermedad era muy alta, porque eso nos iba a permitir tener con mayor rapidez las pruebas de eficacia, algo que no se mide por los anticuerpos que desarrolla una persona, sino por la protección que la vacuna brinda contra la enfermedad.  A esos voluntarios los llamo “nuestros granaderos”, porque respondieron con mucho compromiso. Este estudio se desarrolló a “doble ciego”, es decir que la mitad recibió la vacuna y el resto, placebo. Y en paralelo, seguíamos ampliando la cantidad de inmunizados vacunando a personas a riesgo y haciendo otros estudios vinculados con la inmunidad celular y completando una infinidad de pruebas de fase II y III. El código de la vacuna se abrió en la década de 1990 y demostró una eficacia del 95,5 por ciento. Inmediatamente, y como éticamente corresponde, se procedió a aplicar la vacuna a todos los que habían recibido placebo.

—Finalizadas las fases de estudio, ¿dónde se produjo la vacuna Candid#1?

No se consiguió ningún laboratorio que aceptara fabricarla por ser una droga huérfana. Esto quiere decir que no es comercialmente rentable por las características que tiene la FHA de ser una enfermedad confinada a una sola región del mundo. Durante algún tiempo la produjo el Instituto Salk, de Swiftwater, Pensilvania, Estados Unidos. Con esas dosis se inmunizó a muchas personas, todavía bajo informe de consentimiento, porque la vacuna no tenía licencia.

La planta de producción en el INEVH fue el fruto de una gestión que contó con el apoyo de toda una comunidad.

—¿Cómo fue que finalmente Candid#1 consiguió producirse en Argentina y cómo recuerda ese proceso que representó un enorme trabajo en términos institucionales y políticos?

—Cuando por razones presupuestarias el Instituto Salk dejó de fabricar la vacuna se inició otra dificultad para nuestro país, porque quedaba en nosotros la responsabilidad de producirla, sin que estuvieran dadas las condiciones para ello. Me tocó personalmente llevar adelante aquella lucha porque Julio Maiztegui ya había fallecido. Trabajamos mucho con la doctora Ana María Ambrosio y un gran compromiso de todo el personal del Instituto. Fue necesario finalizar las obras de la planta de producción y conseguir financiamiento. Fue un proceso que llevó casi una década, con no pocos conflictos. La producción de Candid#1 en el Instituto Maiztegui se logró a razón de un recurso de amparo que presentó un ciudadano y obligó a la Nación Argentina, representada por el Ministerio de Salud, el Ministerio de Economía y la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud (ANLIS), a producir la vacuna. A partir de allí comenzó un proceso de financiación que fue seguido muy de cerca por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Cuando obtuvimos los primeros lotes propios, la autoridad regulatoria nacional autorizó la vacuna, pero fue necesario hacer un nuevo ensayo clínico porque la eficacia de Candid#1 estaba demostrada para el biológico producido en Estados Unidos. Eso motivó el ensayo clínico que se hizo en los años 2005 y 2006 con una inmensa cantidad de voluntarios mayores de 15 años. Los resultados dieron lugar a la licencia y Candid#1 fue incluida en el calendario nacional de inmunizaciones para las provincias del área endémica.

Delia Enria, junto al doctor Julio Barrera Oro, en la Academia Nacional de Medicina que reconoció la labor científica realizada.

—¿Qué rescata de aquellos años de trabajo?

—El control de la Fiebre Hemorrágica Argentina significó una tarea de muchísimos años, que empezó con el descubrimiento del Virus Junín y culminó con la vacuna, superando todas las dificultades. A la vista de los resultados obtenidos, hasta lo negativo aportó cosas que sirvieron mucho. Logramos disminuir sensiblemente la incidencia de la enfermedad, aunque en los últimos años por olvido ha vuelto a aumentar.

—¿Qué los motivó como científicos a impulsar tan fuertemente el desarrollo de la vacuna?

Fue una lucha política terrible, pero había un proyecto clarísimo. Lo que nos impulsó fue la convicción de lo que se iba a lograr.  Hay responsabilidades que recaen sobre el Estado, no como partido sino como institución. Nos correspondía proteger a la población de una enfermedad endémica. Hay muy pocos ejemplos en el mundo de lo que se ha logrado con la Fiebre Hemorrágica Argentina y sería una pena que se olvidara ese ejemplo, que significó incluso el paso de mando de una generación a otra para seguir trabajando en la misma dirección.

—¿Teme que ese ejemplo pueda perderse?

Me apena que la producción de Candid#1 se haya interrumpido. Pero sé que están encaminadas las gestiones para restablecer el funcionamiento de la planta de producción del Instituto Maiztegui.

—Más allá de restablecer la producción de Candid #1, ¿considera que hay otros desarrollos que ameritaría generar en torno a esta vacuna?

—Sería interesante seguir buscando vacunas diferentes a la Candid#1. Siempre es necesario desarrollar líneas más seguras de producción. Pero, en principio, creo que la gran tarea es asegurar la continuidad de lo que ya tenemos, que es una vacuna segura y efectiva.

—En lo personal, ¿qué ha significado haber sido parte de este trabajo científico que permitió el control de la Fiebre Hemorrágica Argentina?

Ha sido una oportunidad única en mi vida de la que me siento honrada. He podido gozar de una profesión bella como la Medicina en todos los aspectos posibles: desde atender a los pacientes, desarrollar un tratamiento y participar del desarrollo de una vacuna. Ha sido un desafío interesante que espero haya valido la pena. Personalmente me enriqueció mucho y me mostró lo que es capaz de hacer una comunidad cuando abraza un propósito.

Como integrante de un grupo de trabajo de la OMS, Enria sigue de cerca el proceso de desarrollo de la vacuna contra el Coronavirus.

Sobre la vacuna que espera el mundo

En el caso de la Fiebre Hemorrágica Argentina el uso de plasma inmune y su probada eficacia aplicado en estadios tempranos de la enfermedad, se transformó en aliado para manejar los brotes epidémicos y dio tiempo a que el desarrollo de la vacuna pudiera respetar todas sus fases de implementación.

Frente a la pandemia de coronavirus, el desarrollo de vacunas parece ser una carrera contra el tiempo. Y la premura se erige en condición indispensable para sortear la urgencia de la emergencia sanitaria.

Alejada ya de la conducción del Instituto Maiztegui, tras haberse jubilado, y en su rol de integrante del Comité Estratégico de Asesores en Infecciones Peligrosas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la mirada de Delia Enria sobre el proceso de desarrollo de vacunas contra el Virus SARS-CoV-2 es auspiciosa, aunque cauta respecto de la estricta vigilancia posvacunación, que deberá hacerse atendiendo a que será una vacuna que se autorizará “bajo uso de emergencia” y sin que estén completas algunas fases.

—¿Qué mirada tiene de la tarea que está llevando adelante la ciencia para alcanzar el desarrollo de vacunas que resulten efectivas contra el virus SARS-CoV-2?

—Estoy siguiendo muy de cerca el brote desde que no sabíamos de qué se trataba. Siento que la ciencia hizo un muy buen trabajo cuando allá por el año 2000 advirtió sobre la posible emergencia de enfermedades y eso permitió desarrollar herramientas. A los pocos días de la irrupción del nuevo coronavirus tuvimos secuenciado el virus y, aplicando los conocimientos generados en el trabajo con virus similares, se pudo avanzar rápidamente en la lucha contra el SARS-CoV-2 mediante un trabajo colaborativo público-privado de innumerables grupos de investigación del mundo. Ha habido algunos malos juegos políticos de algunos países, pero en general lo que se ha visto es una colaboración científica internacional sin precedentes. Creo que es una maravilla que a poco más de once meses de haber sido detectado el virus, estemos vislumbrando la posibilidad de una vacuna, que seguramente obtendrá una licencia transitoria, porque ninguna fase III va a estar completamente terminada. Celebro que haya varias posibilidades de vacuna y que incluso algunas hayan avanzado en la producción bajo riesgo. La pandemia lo amerita.

—¿Qué observación merece el hecho de que posiblemente la vacuna comience a aplicarse sin tener completa la fase III?

—Tengo confianza en las autoridades regulatorias internacionales y nacionales. Creo que se va a tener que recurrir a una autorización de uso de emergencia. No es lo deseable, pero la situación lo exige. Entiendo que se necesitará una vigilancia posvacunación muy estricta y esto representará un desafío grande para el sistema sanitario que está muy conmocionado con lo que le está ocurriendo.

—Desde su experiencia, ¿qué mensaje habría que transmitir a la población que siente cierta desconfianza por la premura de este proceso?

A la población hay que transmitirle tranquilidad y pedirle que confíe en sus instituciones. Son muchos los organismos que van a intervenir para regular el uso de la vacuna contra el coronavirus. Será difícil el abordaje de la vacunación en tiempos de pandemia.

—¿Cómo imagina el futuro del mundo pospandemia?

—La vacuna en sí misma no resolverá el problema. Las medidas de cuidado personal y colectivo han llegado para quedarse. El tiempo pospandemia, que aún no ha llegado, será difícil porque se aventura una crisis mundial de dimensiones enormes. El HIV significó una crisis, pero no de esta magnitud. Esta es una situación que desencaja nuestros hábitos y para comunidades como las nuestras, amantes del acompañar, esto tiene consecuencias en todas las dimensiones de la vida personal y social.

—¿Tenemos que acostumbrarnos a convivir en un mundo donde cada vez sean más frecuentes emergencias sanitarias como las causadas por el coronavirus?

—Sí. Esa es la advertencia que han hecho los expertos internacionales que trabajan en enfermedades emergentes. Y el énfasis está puesto en las zoonosis, algo que involucra los modos de intervenir del ser humano en el ecosistema, que lo ponen en contacto con enfermedades que estaban presentes y no lo habían alcanzado. Esto desafía los sistemas de producción alimentaria, interpelándonos sobre cómo sostener la sanidad de los mismos.

—¿Hay algo de la tarea desplegada en esta región para el control de la Fiebre Hemorrágica Argentina que pueda ser tomado como “modelo” para pensar intervenciones en escenarios sanitarios tan complejos?

—Creo que nuestro principal aporte ha sido la mirada interdisciplinaria del problema y la incorporación de otras disciplinas que no siempre se visualizan claramente en el campo de la salud, como las ciencias sociales o la antropología. Estas disciplinas resultan de suma utilidad para pensar la relación de los seres humanos con el ambiente y contribuir en la adopción de nuevos hábitos, la aceptación de tratamientos y vacunas. Creo que en esta pandemia, a raíz del uso de plasma, se ha mirado el modelo desarrollado por Julio Maiztegui. Estoy convencida que hay muchos aprendizajes más que pueden tomarse de su modo de hacer ciencia con el acompañamiento de la comunidad.


Diseño: Laura Caturla