200 años de políticas económicas argentinas, entre ilusiones y desencantos
“Podremos acordar o no en los éxitos y fracasos, en las causas y consecuencias, pero todos coincidiremos en que estos doscientos años no han sido ni monótonos ni aburridos”, sintetiza sonriente el contador Marcelo Storani, secretario Académico de la Escuela de Ciencias Económicas y Jurídicas de la UNNOBA, al hacer una evaluación sobre el desarrollo de las políticas económicas argentinas desde 1816 hasta nuestros días.
Para abordar el análisis, Storani, junto con el contador Fabián Bengochea, director del Departamento de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales de la UNNOBA, se ven obligados a diferenciar determinadas etapas.
De esta manera, explican que a partir de 1810 “una serie casi interminable de luchas civiles e internacionales postergó cualquier intento de progreso económico sólido durante varias décadas”.
Recién en 1853 “se consiguió una Constitución aceptada por las provincias”, aunque “la incorporación de la poderosa Buenos Aires y su Aduana, generadora de casi el 70% de los recursos con que se financiaba el erario público por aquella época, se consumó sólo a comienzos de la década de 1860”. Así y todo, “la organización nacional se prolongó hasta 1880, después de dos décadas todavía plagadas de conflictos”.
La llamada “generación del progreso” abarcó el período comprendido entre 1880 y 1914. “En dicha época –cuenta Storani– había que llenar el desierto, y se necesitó de inmigración y capitales. Para eso Argentina contaba con la ventaja geográfica de interminables llanuras, la pampa húmeda, asociada a las actividades productivas por excelencia: la ganadería y la agricultura”.
Hasta la década de 1870, la ganadería extensiva era la actividad más importante de la zona pampeana, pero a partir de allí, “el trigo fue el símbolo de la revolución agrícola argentina”. Así fue como el país se ganó el título de “granero del mundo” durante el período 1914-1929. “En 1915 las exportaciones duplicaban a las importaciones y hacia 1929 el ingreso per cápita de Argentina superaba a Estados Unidos y Canadá”, remarca Bengochea.
Fue entonces “el inicio de la larga noche argentina”, de acuerdo a la definición de Storani: “La crisis del 30 afectaba la economía mundial, y en nuestro país era derrocado Hipólito Yrigoyen. El colapso del comercio mundial provocado por la Gran Depresión afectó severamente las posibilidades de importaciones del país”.
Durante el período 1949/1958 los analistas dan cuenta de dos momentos bien diferenciados: en el primero de ellos, que abarca hasta el año 1952, se buscó mantener salarios reales crecientes y hacer foco en el consumo interno como motor de la economía; mientras que a partir de 1952 “comienzan a implementarse políticas económicas tendientes a controlar el gasto público y recuperar niveles de superávit comercial [cuando los ingresos por las exportaciones superan a los egresos por las importaciones]”.
Storani y Bengochea remarcan que entre los años 1958 y 1963 se dio en el país “lo que podría llamarse la instalación del primer gobierno con tintes desarrollistas en su concepción económica”, bajo la presidencia de Arturo Frondizi. El desarrollismo, como corriente surgida en los países subdesarrollados, sostenía que el Estado debía impulsar la industrialización para alcanzar una situación de desarrollo autónomo. “No hubo ningún otro período del siglo en el que el ingreso per cápita aumentara un 60% en quince años, que es lo que ocurrió en Argentina entre 1959 y 1974”, enfatiza Storani.
Para los docentes, “la historia vivida por la generación que hoy bordea los 50 años está marcada por cuatro catástrofes económicas: el Rodrigazo (1975), el desmoronamiento del tipo de cambio en los años 1981/1982, la hiperinflación del período 1989/1991, y la crisis de 2001”.
Luego, Néstor Kirchner, que asumió la presidencia en 2003, se vio “beneficiado por un período de precios récord de las materias primas, en especial la soja, que le permitió sacar al país de uno de sus peores momentos históricos”.
La llegada al Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner dio inicio “a una etapa muy diferente del kirchnerismo, marcada por conflictos con el campo, un sector de la prensa, la Iglesia y el sindicalismo no oficialista, entre otros”.
Storani considera que “para bien o para mal, la ‘década K’ marcó al país y dejó su huella en casi todos los ámbitos de la Nación”.
Así se arribó a la gestión actual, que comenzó con “un sinceramiento de las variables de la economía, fundamentalmente del tipo de cambio”, acompañado por “un inusitado ajuste de tarifas públicas, cuyas consecuencias se están tratando de evaluar hoy en día, aunque ningún pronóstico resulta muy alentador”.
A modo de conclusión, Storani señala: “Así nos fuimos construyendo a lo largo de nuestra existencia. Con marchas y contramarchas. Desde el ‘La vida por…’ al ‘que se vayan todos’. Y es en este escenario que debemos encontrarnos, no para pelear sino para debatir, no para descalificar y sí para acordar, no para destruir, sí para sumar. Debemos ser concientes de que la patria es una construcción colectiva. Nadie se salva solo. Somos una sociedad. Falta que nos comportemos como tal”.