Pandemia, un año después

 

Por Lorena Berro

Hace un año una decisión del Gobierno nacional imponía la cuarentena obligatoria para impedir el colapso sanitario que podía generar la propagación del virus SARS-CoV- 2, causante de la COVID-19. En Argentina, comenzaban a hacerse visibles las implicancias de la pandemia. Hoy que comienzan a habilitarse actividades y se ha puesto en marcha el plan de vacunación, se generan las condiciones para suponer que se está iniciando la ansiada “nueva normalidad” . Sin embargo, la pandemia está lejos de haber terminado.

Lo que propone el calendario, a poco más de un año de aquel 20 de marzo en que se inició el confinamiento, es la posibilidad de mirar con visión retrospectiva lo vivido para tomar aprendizajes.

La tarea del sistema de salud, tanto público como privado, ha sido y es titánica; la ciencia ha avanzado a pasos agigantados y ha conseguido llevar adelante estrategias de colaboración que hubieran sido impensadas sin la magnitud de esta tragedia que puso de rodillas al mundo. El desarrollo de vacunas y la construcción de conocimientos en tiempo real sobre un virus desconocido aparecen entre las principales riquezas para capitalizar de esta experiencia.

Como contracara, en este tiempo de pandemia también se han visibilizado los egoísmos, las violencias y la estigmatización. Ese es el camino que hay que abandonar si no se quiere abortar la posibilidad de resurgir mejores de esta vivencia tan disruptiva como dolorosa.

La aparición de nuevas variantes del virus SARS-CoV- 2 y el presagio de una inminente “segunda ola” producto del sostenido aumento de casos, enciende luces de alerta. A pesar de  ello, la ciudadanía pareciera no estar dispuesta a observarlas, como si se impusieran mecanismos de negación que velaran la realidad en toda su magnitud.

En este escenario, como ha sucedido en otros momentos de la emergencia sanitaria, la educación vuelve a brindar las claves para habilitar la reflexión e interpelar al conjunto social sobre lo que el futuro impone como tarea. La licenciada en Psicología, Graciela Giménez, y la licenciada en Comunicación Social, Yanina Frezzotti, docentes de la carrera de Enfermería de la UNNOBA, aportaron su visión sobre lo que la pandemia ha representado hasta aquí en términos psicosociales. Describieron algunos eventos y señalaron cuestiones que consideran necesario no desatender para evitar la idea ilusoria de una pospandemia que aún no ha llegado.

—¿Cómo evalúan en términos psicosociales el tránsito por el primer año de la pandemia de coronavirus?

—Yanina Frezzotti: Ha sido un año muy complejo en varias dimensiones. Desde el punto de la comunicación, la infodemia irrumpió como un fenómeno generado por la incertidumbre. A través de las redes sociales se fueron viralizando contenidos, a veces informativos y muchas veces desinformativos. Comenzaron a circular rumores, noticias falsas, contenidos maliciosos, teorías especulativas que fueron canalizadas a través de las redes sociales, respondiendo a la necesidad de la gente de hallar respuestas que no podía brindarle la ciencia, que como sabemos, avanza a otro ritmo. La crisis sanitaria, política, económica y social que atravesamos empezó a dar lugar a la circulación de esos contenidos para llenar vacíos.

—Graciela Giménez: La pandemia tuvo un acompañante permanente que impactó seriamente en términos psicosociales que fue la infodemia. Pandemia más infodemia generaron en términos psicosociales la tergiversación de la posibilidad real de analizar las conductas sociales tal como estamos acostumbrados a hacerlo.

—¿Qué fenómenos sociales observan que se han expresado en este tiempo en el que las redes sociales han tenido mucho protagonismo como canal de comunicación?

—YF: En el marco de un grupo multidisciplinario radicado en el Centro de Investigaciones y Transferencia del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (CITNOBA), llevamos adelante una investigación sobre “Repertorios y flujos de comunicación en espacios digitales” y advertimos un crecimiento exponencial de la violencia a través de las redes sociales. Hicimos un relevamiento entre jóvenes y observamos que ellos perciben este fenómeno, aunque tratan de resguardarse, evitando intervenir en debates públicos, sobre todo cuando se generan a partir de temas “polarizantes”. Están más ausentes del diálogo en redes cuando se habla de “vacunas sí o no”, cuando se plantean debates sobre la conveniencia o no del confinamiento, o el uso o no del barbijo. Sí intervienen más en las cuestiones de género y el cuidado del medio ambiente, aunque siempre lo hacen con un perfil bajo y recurriendo a otras herramientas que brindan las redes para sumarse de alguna forma al activismo digital. Pero la violencia en redes creció y eso tiene impacto en términos sociales por la capacidad de penetración de esos contenidos. Lo mismo sucedió con la violencia de género que también encuentra un canal a través de las redes sociales para expresarse, aunque en este caso, los jóvenes, que es el grupo que estudiamos en el proyecto, suelen ser observadores pasivos y tienden a naturalizarla.

—¿Cómo han impactado desde el punto de vista psicológico y psicosocial el confinamiento y las modificaciones que sufrió la dinámica de la vida cotidiana?

—GG: Hay emociones que generó la pandemia, estados de ánimo que afectaron a la sociedad. La UBA hizo clasificaciones con rigor científico, y han prevalecido el miedo, la frustración, el enojo, la ambivalencia, la desorganización, el aburrimiento, la tristeza y la soledad; sensaciones que parecieran no contener ninguna connotación positiva y que han estado subrayadas por la incertidumbre.

En las redes sociales, los jóvenes se mostraron más ajenos al debate sobre las cuestiones vinculadas a la pandemia.

—¿Estas manifestaciones pueden tener efectos perdurables sobre la salud emocional individual y colectiva?

—GG: Lo que ha sucedido en este tiempo ha redundado en patología mental. En mi opinión, la pandemia puso en foco una cantidad de cuestiones y cuando la estructura psíquica, la configuración de biografía y experiencia de los sujetos son terreno propicio, el síntoma aparece. No me arriesgaría a decir que a alguien lo enfermó la pandemia, ni que hay una depresión por pandemia. Todavía no hay un registro suficiente, porque aún estamos transitando el problema.

—¿Cómo evalúan este tiempo de la pandemia y  los mecanismos que se pusieron en juego a nivel social para sobrellevar una situación que se ha sostenido en el tiempo? 

—YF: Creo que hubo dos grandes momentos: el comienzo de la pandemia, donde tuvimos mucho más miedo, lo que hizo que emergiera la solidaridad social y esta idea de cuidarnos entre todos, de protegernos y “remar todos para el mismo lado”, de preguntarle al vecino si necesitaba algo… ese tiempo inicial que nos permitía mirar el impacto positivo que la pandemia podía llegar a tener en el medioambiente y un montón de cuestiones. Y luego, con la naturalización del problema, se inició otro momento en el que volvieron a surgir los individualismos, los egoísmos y se impuso el “sálvese quien pueda”. Con ello la idea de que tal vez la pandemia no nos deje nada, porque seguimos siendo los mismos, igual que ha pasado con otros eventos traumáticos de la humanidad.

—GG: Creo que hemos enmascarado el problema. La pandemia sigue. Pero recurrimos a mecanismos conscientes e inconscientes para convencernos de que es un problema que afecta a otros. Ya ha pasado antes con el sida y en esta oportunidad intentamos hacer lo mismo, poner afuera el problema para sentir que no somos nosotros “los apestados”, que es “algo que viene de afuera”, que “nos tiraron la peste”.

—YF: Hay un mecanismo de negación que se expresa en falsas certezas que construimos, como la que señala que el virus no existe, que es una gran mentira que usan para dominarnos. En el plano informativo estas teorías circularon desde el comienzo de la emergencia sanitaria y circulan aún hoy. Seguramente hay recursos que consciente o inconscientemente utilizamos para procesar situaciones adversas que encuentran sustrato en la información que consumimos o que buscamos.

GG: En estas situaciones tan disruptivas se expresan conductas básicas del ser humano que son de “fuga” o de “ataque” y siempre eluden la propia responsabilidad. Como sociedad estamos naturalizando el problema y eso expresa una vez más la falta de educación, como si los cuidados que adoptamos cuando la pandemia empezó, los hubiéramos guardado.

—¿Este mecanismo de negación es un impulso natural a vivir como antes?, ¿o seremos socialmente capaces de construir una nueva normalidad?

—GG: Creo que es relativo. La potencialidad de vivir que tenemos los seres humanos nos llevó en distintos momentos de nuestra historia a poner en juego el poder de la voluntad para sobrevivir. Pero no creo que haya una nueva normalidad, soy bastante escéptica. La diferencia va a estar en que tendremos algo más en la historia para sumar. En términos de espiritualidad no se va a modificar nada. Respecto de la conducta social, no es la pandemia un factor de impacto que genere cambios en este nivel. Eventos que trajo la pandemia en términos de usos y costumbres se van a sostener. Vamos a tener que aprender a vivir de otra manera, porque de acuerdo a lo que señalan los científicos, ésta no será la última pandemia y eso nos obliga a estar más atentos. Pero los egoísmos, las solidaridades, las generosidades, las mezquindades, van a seguir estando.

—YF: Personalmente opino que apenas podamos, todo va a volver a ser como si nada hubiera pasado, también como un intento de tratar de olvidar el trauma. Por supuesto que en algunos ámbitos específicos las transformaciones van a continuar, como el uso de la tecnología en la educación y los adelantos de la ciencia; pero también otras cuestiones menos positivas como la precarización laboral y las violencias.

 La incorporación de la tecnología a la vida cotidiana fue una constante de este tiempo.

La dimensión positiva

Al momento de rescatar aspectos positivos que dejó el tránsito por este primer año de pandemia, las docentes de la UNNOBA coincidieron en marcar los avances de la ciencia y el uso de la tecnología como elementos valiosos.

“Algunos sectores reacios a incorporar la tecnología la adoptaron e incorporaron a sus prácticas laborales e interacciones sociales y eso es algo positivo”, recalcó Yanina Frezzotti, docente de la asignatura Socioantropología de la Salud y becaria del CONICET. “En el ámbito educativo, muchos docentes han aprendido cosas nuevas y se han visto modificados a sí mismos en el proceso, esto los reubica en otro escenario, pueden establecer otros vínculos y eso es positivo”, añadió. “Si bien nada reemplaza la presencialidad en educación, hoy se cuenta con un recurso que ya no se podrá dejar de considerar”, recalcó Frezzotti, quien también es docente de posgrado.

Aunque nada reemplaza la presencialidad, el recurso tecnológico en lo educativo no se puede soslayar.

En la misma línea, Graciela Giménez, secretaria Académica del Instituto Académico de Desarrollo Humano de la UNNOBA y docente de las asignaturas Antropología de la Comunicación, Introducción a las Ciencias Sociales, Sociología de la Enfermería y Psicología de las Organizaciones de la carrera de Enfermería de la UNNOBA, sostuvo que el avance de la ciencia es un aspecto positivo: “A raíz de la emergencia sanitaria han surgido experiencias colaborativas valiosas, nuevas líneas de aprendizaje y conocimiento. Se ha puesto en evidencia el valor de la actividad científica y el uso de la tecnología que se ha horizontalizado”.

Hacia adelante

—¿Cuál es el valor de la educación y de la comunicación en contextos que siguen signados por la incertidumbre?

—YF: Es fundamental capacitar en competencias digitales, pero no solo para achicar la brecha digital, sino para formar en competencias reflexivas. La alfabetización informacional es un concepto clave. Enseñarle a las nuevas generaciones y practicar juntos esta idea de no consumir la información, sino procesarla para validarla.

—GG: Hay que insistir mucho en la educación. Este tiempo nos mostró que estamos atravesados por la información y por las redes sociales, pero no es cuestión de usarlas, sino de pensar para qué las utilizamos. Hay que trabajar muy fuertemente en lo educativo para que los hábitos de cuidado puedan incorporarse, porque no todo el mundo tiene la posibilidad de poder cuidarse o de saber hacerlo. En este sentido el compromiso de la educación es ineludible. Solo con mejor educación vamos a salir enriquecidos de esta experiencia tan dolorosa.

La resiliencia como tarea

—¿Es posible promover la resiliencia como instrumento para pensar la pospandemia? 

—GG: La resiliencia en tanto capacidad humana de sobreponerse y adaptarse a situaciones adversas, se puede fomentar, acompañar. No es una condición natural, hay que aprender a ponerla en marcha: es un entrenamiento, una decisión. La resiliencia no se puede convertir en un acto social por sí mismo, porque depende de la historia y capacidad adquirida de cada persona. El nivel de resiliencia es tan diverso, que no podemos plantearla del mismo modo para todos. Ahora bien, como la mayoría de las personas está atada a la pulsión de vida, se pueden pensar estrategias para desarrollar esa potencialidad. Pero la resiliencia es un proceso interior, un trabajo.

—YF: Coincido en que el ser humano tiene una capacidad resiliente y que para favorecer la resiliencia a nivel social, la educación cobra un valor superlativo. Hay que insistir con la educación que es lo que nos va a dotar de recursos para entender la complejidad del tiempo que estamos viviendo y nos va a permitir ensayar soluciones para los problemas que deberemos resolver en el futuro.

Capitalizar lo aprendido

De la mano de la reflexión sobre la resiliencia y la tarea de promoverla a nivel social, tanto Graciela Giménez como Yanina Frezzotti se detuvieron en la importancia de capitalizar los aprendizajes que dejó este año de pandemia. Ambas coincidieron en señalar que la crisis sanitaria puso en evidencia la importancia del Estado y el conocimiento científico. También resaltaron enseñanzas valiosas en el orden práctico, vivencial y existencial, como la recuperación de hábitos de higiene y conductas saludables, la incorporación de herramientas tecnológicas a la vida cotidiana y a la educación.  “Hay un aparente registro de representación social de mayor intercomunicación”, dijeron.

Asimismo, observaron que se visibilizaron problemáticas sociales estructurales que “tal vez constituyan una oportunidad para trabajar sobre ellas”.
Por último, remarcaron que durante este año de pandemia se instituyó una percepción de inmediatez y finitud sobre el que antes no se reflexionaba y emergió una valoración de la interdependencia social. Todos aspectos de los cuales sacar enseñanzas para trazar el camino hacia el futuro que sigue siendo incierto, pero que encuentra a la sociedad con el bagaje de experiencias del sendero ya transitado.

 

Diseño: Laura Caturla