El árbol perfecto
Por Ana L. Sagastume
Son pocas las ciudades que conocen con exactitud cuántos árboles tienen. Junín es una de ellas, gracias a un censo realizado en la UNNOBA por un equipo que dirigió la doctora en Ciencias Agrarias y Forestales, Ana Clara Cobas.
El trabajo consistió en contabilizar todos los árboles de las veredas del casco urbano de Junín (sin tener en cuenta plazas ni plazoletas), clasificarlos según la especie y determinar su estado sanitario. “Tenemos cerca de 28 mil árboles en el casco urbano”, arroja Cobas como dato final y opina: “Esto no es poco, si se lo compara con censos que se han hecho en otras ciudades”. Para tomar un ejemplo, Rosario posee alrededor de 1.228 árboles por km cuadrado, en tanto que Junín lo supera con 1.556 para la misma superficie. Esto representa entre 10 o 15 árboles en promedio, por vereda.
Pero la sorpresa de Cobas no fue por la cantidad hallada sino por la especie que aparece en el primer lugar: no es el plátano, tal como las quejas populares le sugerían en un principio, antes que inicie el estudio. En rigor es el fresno el árbol más elegido para las veredas juninenses, con un 28%. A él le siguen el ligustro disciplinado, con un 14% y el liquidámbar, con casi un 11%. Recién en cuarto lugar aparece el plátano (con un 9%, lo que representa sólo un tercio de la cantidad de fresnos totales), objeto cotidiano de malestar de los vecinos, por las alergias que éste favorece y el anegamiento en las canaletas que produce su floración.
Cabe preguntarse: ¿son apropiadas las especies halladas por la altura que desarrollan y el “nivel de agresividad de sus raíces? En todo caso, ¿existe un árbol “ideal” para el casco urbano? “Depende del ancho de la vereda”, aclara Cobas. El fresno (dorado y americano) está indicado para veredas medianas, de más de dos metros y medio de ancho. Esto implica que en veredas más angostas podrá causar algún tipo de problemas. En tanto, el ligustro disciplinado es un árbol de porte chico que puede inclusive plantarse en veredas angostas (con un ancho de entre 1,5 a 2,5 metros). Sin embargo, no es tampoco un árbol “ideal” porque sus frutos, unas bayas de color azulado, tiñen las veredas y por ese motivo son la fuente del descontento de muchos vecinos. Cobas, que normalmente tiene un hablar sereno y amable, cambia el tono y sostiene tajante: “Hay muchas quejas de los árboles… que las hojas que se caen, que las semillas que tapan cañerías, que las veredas que rompen… ¡Son árboles que tienen que adaptarse a un ambiente que no es el suyo! Debemos, entonces, aprender a coexistir”.
Con la amplia gama de tonos que exhibe en otoño -que van desde el rojo vibrante, pasando por el morado, hasta al amarillo y verde-, sus hojas en forma de estrella y de textura suave, el liquidámbar podría ser el árbol perfecto si se consideran sus atributos, exclusivamente, desde un punto de vista estético. Sin embargo, solo está recomendado para veredas anchas, mayores de 3,5 metros. “El liquidámbar es un árbol de porte grande, que crece bien en una rambla o bulevar, donde puede desarrollar sus copas. Por ejemplo en avenida Libertad o avenida San Martín. Hay que tener en cuenta que este árbol, cuyos ejemplares en Junín son jóvenes, llegará a la misma altura que los plátanos añejos de Pueblo Nuevo”.
Aunque plantar un árbol traiga ciertos inconvenientes (tener que barrer la vereda y limpiar los techos y canaletas con cierta regularidad), Cobas remarca los múltiples beneficios que aporta: “Además de brindar oxígeno, el árbol regula la temperatura y disminuye el impacto de las lluvias”. Sin embargo existen árboles que, sin lugar a dudas, no están recomendados para las veredas, porque las desventajas que proveen superan a las ventajas. En este grupo se encuentran los sauces y álamos: “Son dos árboles muy invasivos, porque tienen muchos rebrotes. Sus raíces tienen un nivel de agresividad tal, que pueden terminar rompiendo caños de gas y agua y cimientos de la vivienda”. Cobas tampoco recomienda plantar paraísos, pero por otros motivos: “Existen árboles que no se adaptan bien a la zona, en el caso del paraíso se enferma mucho y se termina pudriendo”. Así y todo, este ejemplar es el que le sigue al plátano en la elección de los juninenses (en quinto lugar y con un 5,5%).
El censo se realizó en el ámbito del Laboratorio de Ensayos de Materiales y Estructuras (LEMEJ) que dirigen el ingeniero Luis Lima (director científico) y la ingeniera María José Castillo (directora ejecutiva). El proyecto estuvo a cargo de las ingenieras agrónomas Viviana Cornejo y Patricia Correa, que trabajaron junto a Cobas. Como censistas, participaron diez estudiantes de Agronomía de la UNNOBA: María del Rosario Malavolta, Sofía Canalis, Federico Martiñan, Cristian Reynoso, Nicolás Piorno, Lucas Witting, María Paz Di Costanzo, Carol Androver, Martina Mugavero y Fernando Golpe.
En la actualidad, Cobas está a cargo de un proyecto de Extensión que tiene por meta sensibilizar a la población respecto de la importancia del arbolado urbano, así como brindar información útil respecto de especies apropiadas, los cuidados, los métodos de poda y las normativas municipales. Para ello, tienen previsto brindar charlas en las distintas sociedades de fomento de la ciudad de Junín y distribuir folletos con recomendaciones respecto de la poda y árboles apropiados (de acuerdo al ancho de la vereda).
Disciplinar la naturaleza
Si en los espacios abiertos es importante, en la ciudad resulta fundamental podar los árboles, no solo para preservar la salud de las especies sino también para prevenir futuros accidentes. En efecto, no es “podar por podar”: existen normas y técnicas apropiadas para llevar adelante dicha tarea. En principio, respetar la armonía y la forma original del árbol. “Debe podarse en proporción al árbol. Es decir, si el árbol es muy grande no podés dejarle una copa pequeña. El tamaño de la copa debe estar en relación a la raíz y al tronco”, señala Cobas y recuerda: “Había una forma de podar muy típica en Junín en la que se dejaba el tronco, dos ramas y se mochaba, para que después saliera la copa redondita, pero esa no era la forma natural del árbol”.
Otro punto importante es intentar mantener el equilibrio del ejemplar: “Si tenes el cableado de un lado y, por ese motivo, querés sacarle las ramas, no tenés que sacar todo de un lado y nada del otro. Hay que preservar la estructura y armonía del árbol”.
El mejor momento para realizar la poda es en los meses más fríos. De ahí viene la máxima popular de que solo se poda en los meses sin erre (mayo, junio, julio y agosto). “De esta manera disminuimos la posibilidad de que ingresen patógenos, como hongos e insectos, que luego podrían hacer que el árbol se enferme y muera”, fundamenta Cobas.
Porque, precisamente, al podar estamos infringiendo una herida al árbol, existen técnicas que disminuyen el daño causado: “Debe podarse de manera oblicua y no recta, para así favorecer que la savia drene y cicatrice el corte, evitando el ingreso de patógenos que enferman al árbol”. Otra recomendación es que la superficie cortada quede lisa (mediante sierras o serruchos) y que se realice en la base del nacimiento de esa rama.
Cobas señala que la enfermedad en un árbol es, muchas veces, un proceso lento, no visible en lo inmediato: “Hay árboles que se van ahuecando de a poco. Vos no te das cuenta y un día de tormenta se caen, porque en realidad estaban enfermos desde hacía mucho tiempo. En la ciudad esto podría ser peligroso, porque hay casas, gente que transita por la vereda, autos, etcétera”.
La investigadora también informa sobre tratamientos muy específicos, como la poda de raíces, y sugiere que este tipo de trabajos, tan delicados, deben estar a cargo de personas capacitadas. “El procedimiento es cortar las raíces que están más cerca de la casa, colocar una lona negra y volver a cubrir. Son tratamientos que salen caros y hay que hacerlos bien. Porque si vos tenés un árbol muy grande y le cortas las raíces, el primer viento que venga te lo va a voltear”, previene.
También existen algunos “trucos” a la hora de plantar, los cuales pueden evitar futuros problemas causados por la agresividad de las raíces: “Uno puede hacerle una cazuela bastante profunda y en los primeros 30 o 40 cm ponerle un tubo de plástico para que las raíces pasen por debajo de las zonas de caños”.
Cobas finaliza la entrevista con una obviedad que, sin embargo, suscita la atención respecto de aquellos seres que parecen inmóviles, inmutables, pero que tienen una evolución natural (como los humanos) que involucra su nacimiento y muerte: “Debemos tener en cuenta que los árboles no son eternos. Mientras que en un bosque el árbol crece y se cae, sin causar mayores problemas, en la ciudad es distinto. Para evitar los daños que podría causar su caída, en determinado momento hay que hacer una reposición del ejemplar”.