¿Enseñar con inteligencia artificial?
Por Marcelo Maggio
¿Cómo enfrentará el sistema educativo los desafíos que le presenta la inteligencia artificial (IA) generativa? ChatGPT, Copilot, Gemini, son sólo algunas de las herramientas más difundidas que, a la vez que masifican su uso, permean en las aulas a gran velocidad.
Con cada nueva capa de tecnología digital se introduce un renovado desafío para la educación. Desde poder pensar la existencia misma de una computadora dentro del aula, pasando por la conectividad a la red de redes, el uso indiscriminado del “dios Google” o la recurrente Wikipedia como la fuente de todos los trabajos prácticos. Sin embargo, hoy parece que el monstruo que emerge del océano es bien diferente a todos los anteriores. Por eso la respuesta no demora y ya se están pensado pedagogías que contemplan nuevas prácticas y que incluyen a la inteligencia artificial, que pareciera extender su sombra como una amenaza de extinción por toda la geografía donde pase.
La inteligencia artificial generativa puede producir “cosas”, ya sean textos coherentes como hace ChatGPT, u otro tipo de contenidos como imágenes, audio, video, presentaciones de diapositivas, programas, diseños web, recetas de cocina… desde las plataformas que van surgiendo a medida que el negocio lo promete. Este nuevo paradigma de aprendizaje, el generativo, para el caso del lenguaje se “entrena” mediante la ausencia de palabras y realiza predicciones sin la participación de un humano que le indique cuál es el significado o qué debe hacer con ese tipo de información.
Algunos intelectuales, como el filósofo Diego Levis no dudaron en plantear sus críticas desde el inicio: “Hace muchos años que los sistemas informáticos avanzados («inteligencia artificial») participan activamente en nuestras vidas aunque su expansión ha sido inicialmente imperceptible”. El problema, la crítica, posa en su implementación actual, ya que “son utilizados para influir, condicionar y dirigir de un modo sofisticado y casi imperceptible nuestros gustos y nuestros deseos, ideas y comportamientos”.
Es por eso que desde las instituciones educativas se está pensando en dar respuesta a los nuevos desafíos. ¿Qué hacer, dejarse llevar por la ola? Alejandro González es docente en el seminario “Inteligencia artificial y educación: análisis crítico y propuestas en educación superior” de la Maestría en Docencia Universitaria de la UNNOBA. Este profesor afirma que “los estudiantes ya están usando la IA, para estudiar y para hacer tareas, y por eso es necesario mantener el poder de decisión y de crítica, para no creer que todo lo que te responde es la verdad absoluta”. En 2023 desde The New York Times se advertía sobre una de estas aristas: “La inteligencia artificial a veces alucina, es decir, inventa cosas. Y estos errores pueden ser simplemente decepcionantes o, por el contrario, tener consecuencias devastadoras para algunas personas”. (Elda Cantú, en el sitio de Diego Levis aquí).
En esta entrevista, el responsable del área de Educación a Distancia de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) parte de pensar la tecnología educativa desde una línea histórica general, que puede iniciar en el libro en papel y seguir hasta los medios masivos tradicionales. Sin embargo, González enfatiza en la necesidad de hacer foco en lo digital: “Incluimos todas las tecnologías, pero puntualmente la digital, pensada en la relación que se da con los procesos educativos. En este sentido, la irrupción de la inteligencia artificial generativa es la tecnología que está siendo más analizada, probada y puesta en perspectiva desde el año pasado”.
Frente a la dicotomía “amenaza o revolución”, que impondría la nueva inteligencia artificial sobre la educación, González plantea que hay que asumir que estamos ante “una tensión permanente” y no frente a una dicotomía.
Las tecnologías del conocimiento vigentes no tendrían por qué sentirse amenazadas sino que habría que encontrar su nuevo lugar en un escenario reconfigurado. “Todas las tecnologías de la educación forman parte de lo que la persona utiliza para aprender, y hay que identificar que son distintas. Podemos elegir un libro y preguntarle a la inteligencia artificial cuál es la idea principal del autor, y quedarnos con eso. Pero la experiencia de leer el libro completo no la puede reemplazar, y mucho menos esa fascinación de tenerlo en la mano, por ejemplo”, asegura González, magíster en Tecnología Informática Aplicada a la Educación.
Desde su experiencia como docente, González advierte algo que podría pasar inadvertido pero que en un proceso histórico puede tener consecuencias diversas: “Hay una tendencia a la virtualización de los objetos. Esto es parte de algo más profundo, que tiene que ver con cómo el mundo imagina su futuro”.
La problemática excede al debate educativo, pero dentro de su esfera aparece con claridad con el avance de los “entornos digitales”, y se la puede pensar en los términos más amplios de un nuevo estatus del régimen de la materialidad y el mundo de las cosas.
González es docente de grado y posgrado en diversas universidades, y afirma que en sus cursos se ponen “todas las tecnologías sobre la mesa y ahí es cuando aparece lo interesante”, mediante esa interacción con las tecnologías. “Más allá de la posición de cada uno, tratamos de que se pueda comprender qué es una tecnología digital y qué está reemplazando y, sobre todo, si ese reemplazo es el más adecuado, o no, para el proceso educativo”.
Tecnologías educativas, un camino
La tecnología digital educativa tiene su recorrido y los desafíos no comenzaron con ChatGPT. González rememora: “Cuando en los 80 aparecían las primeras computadoras, y se hablaba de la computadora en el aula, parecía algo imposible. Luego hubo una primera impronta en los 90, que fue marcada por internet y su apertura para mejorar la comunicación y distribuir la información. La educación a distancia permite entenderlo mejor, porque fue la primera forma que tuvo la educación de incorporar estas tecnologías, porque las necesitaba, desde el momento cero, cuando se deja de pensar en revistas, fascículos o televisión y se empieza a pensar en que hay otro medio para distribuir el conocimiento”.
Estos antecedentes desembocan en lo que se conocen como entornos virtuales de enseñanza aprendizaje, un espacio réplica del aula física denominado “aula virtual”. Desde los años dos mil, aparece el híbrido, el aula que va más allá de las cuatro paredes gracias a las nuevas tecnologías. Internet y la computadora en el aula van llegando al aula gracias a programas como fue Conectar Igualdad en Argentina (2010). Y también el debate sobre el uso de las redes sociales con fines educativos (2015).
Un recorrido que llega hasta la pandemia y ahí se pone a prueba. “En la pandemia se produce un quiebre —afirma González— porque la hibridación que faltaba era la videoconferencia. Lo que termina de hacer esta aparición es dar cuenta de que hay otra manera de enseñar y que no es teniendo al alumno dentro del aula, algo que no era una novedad, pero que no se hacía por falta de aceptación”. La necesidad llevaba a la herejía.
“La no aceptación es parte de la dinámica habitual de los procesos educativos, porque son procesos lentos, y fue necesaria una situación extrema como la pandemia”, reflexiona. Y agrega: “Aunque hubo retrocesos, la tecnología sigue avanzando, es inevitable, y el hito que viene ahora es la inteligencia artificial generativa”. Por eso, “es un buen recurso para pensar qué tecnologías elegir y qué formas de trabajo hay que dejar atrás”. “Este cambio de lo que requiere es mucha planificación y preguntarse para qué, cuáles son las necesidades y qué tecnologías se utilizan”, sintetiza González.
Preguntarnos cómo funciona
—Muchas veces las tecnologías emergentes se introducen en el aula casi por la ventana, porque ya se usan o porque todos hablan de eso. ¿Cómo enfocar este problema desde instituciones que tienen lógicas distintas a la del mercado?
—Pensando en el seminario de la maestría, lo primero que tratamos de hacer es plantear que debemos entender cómo funciona. Como con cualquier tecnología, para saber manejarla hay que saber cómo funciona. La segunda vuelta es probarla, empezar a usarla y ver para qué sirve. Recién después podés pasar al plano de la planificación didáctica. ¿Creemos que se puede usar tecnología de inteligencia artificial generativa en el aula? Sí. Pero lo que necesitamos es que la prueben y la usen primero los docentes. Por ejemplo, hay que saber preguntarle y repreguntarle a una IA. Esa es una parte del seminario. La otra parte es la cuestión ética, no sólo los problemas típicos que preocupan a la docencia, como la copia y el plagio, sino acerca del contenido y las ideas que se introducen, porque debemos pensar en quiénes entrenaron a esa IA y con qué material. Si uno puede interpretar que hay un sesgo, volverá a preguntar y hacerla responder de otra manera. Es el mismo sesgo que tenemos nosotros, claro, porque es algo creado por humanos.
Alejandro González destaca que es un tema preocupante relacionado con los usos de la inteligencia artificial generativa y que por eso intentan abordarlo puntualmente en el seminario de posgrado, “para poder pensar actividades que enseñen a los estudiantes un buen uso de la IA”.
“Lo planteamos de este modo porque sabemos que los estudiantes ya están usando la IA, para estudiar y para hacer sus tareas. Por eso destacamos que es necesario mantener el poder de decisión y de crítica, para no creer que todo lo que responde la IA es una verdad absoluta”, afirma. Y en este sentido les insiste a sus colegas docentes: “El mayor problema que podemos encontrar es el uso indiscriminado, que lamentablemente va a pasar, como pasa con las redes sociales, el mal uso. Somos los docentes quienes podemos resolver estos problemas, no queda otra”.
—¿Por qué se está hablando de una alfabetización digital? A inicios del siglo XX la alfabetización era un concepto centrado en la lectoescritura. Sin embargo en la actualidad se plantea que esta nueva capa tecnológica requiere de una alfabetización específica.
—Creo firmemente que la alfabetización digital es algo central. Desde hace tiempo venimos planteando que es un elemento más a incorporar. Nosotros lo hacemos a nivel universitario, lo hacíamos en su momento cuando enseñábamos a usar un buscador de internet. Le podemos decir alfabetización mediática o informacional, pero ese es el punto al cual tenemos que ir: lo vienen planteando UNESCO y UNICEF, pero no termina de plasmarse.
—¿Alguna hipótesis de por qué no se logra avanzar en este sentido?
—Creo que la tecnología digital no lo logra porque tiene la tendencia, más que otro tipo de tecnologías, de volverse invisible, transparente, en el hacer diario de las personas, y eso genera que sea complejo poder entenderla, porque si muchas cosas no las vemos, entonces las iremos perdiendo en tanto son un objeto tecnológico. Considero que es importante la alfabetización digital en todos los niveles educativos y que podría ser, incluso, una asignatura. ¿Por qué? Porque existe un pensamiento computacional, poder pensar en qué es lo que está pasando ahí, en esa máquina, que funciona de una manera diferente a la de nuestro razonamiento habitual. Son ejes que debemos pensar para incorporarlos desde la temprana edad y acompañarlos debidamente en su evolución.
—En tiempos de la prepandemia, desde la Fundación Sadosky, el espacio denominado Program.AR, el Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET), entre otros, se planteaba algo similar, en esta línea. Decían que se tenía que incorporar “programación” como asignatura a los planes de estudio de la educación obligatoria, al nivel de matemática o lengua. Vos, que también enseñás programación, ¿estás de acuerdo?
—Estuve en ese debate. Incluso uno de los informes de UNESCO, “Educación 2030” (y también desde este documento puntual), solicita que se incorpore la enseñanza de la programación como tema. Creo que va en línea con lo que decimos. Para poder entender estas tecnologías no alcanza con los saberes que se brindan actualmente, porque hay algo del razonamiento que se le pone a la tecnología digital que no está presente en otras disciplinas. Sigue siendo un faltante. Aunque hay escuelas de nivel medio que enseñan tecnología digital, pero desde lo herramental, es decir aprender a usar tal programa, hay que ir más allá. Se discutía a inicios de los 90 que la programación era algo elevado para el nivel medio, se mencionaba a Piaget y las capas para el razonamiento. Pero hoy vemos que estudiantes de 6 o 7 años pueden programar. Y en este sentido, lo que notamos en nuestras carreras de informática es que los estudiantes alcanzan un mayor nivel de comprensión sobre cómo funciona esta tecnología cuando hacen programación de computadoras.
La soberanía, ¿un término del pasado?
—Genera curiosidad saber cómo queda la temática de la “soberanía digital” frente al nuevo escenario que nos impone la IA de los gigantes tecnológicos. Hubo desarrollos, por ejemplo en el marco del programa Conectar Igualdad, que apuntaron a esa idea. En el presente la problemática de la soberanía aparece borrosa, en parte porque cada vez estamos más atravesados por los recursos que nos proponen las grandes tecnológicas del mundo. ¿Se puede continuar reivindicando la soberanía digital o ya hemos quedado muy atrás en el desarrollo tecnológico y en el discurso político?
—Yo creo que sí hay que retomarlo. No tenemos un contexto político del país que lo favorezca, absolutamente para nada, todo lo contrario. Tenemos un mal momento político, donde cualquier propuesta de soberanía digital no va a ser bien vista ni entendida. Al revés, traemos la distribución de internet mediante Elon Musk, pero no va por ahí la cosa. Desde las universidades podemos hacer mucho por la soberanía digital. Los Estados tienen que tener sus propios desarrollos, tanto en IA como en otros campos. Acá no hay ningún proyecto que yo conozca que esté pensado para dar cuenta de esto. ¿Hay desarrollos puntuales y locales? Sí, claro, por ejemplo desde una materia estamos desarrollando un chatbot con toda la complejidad que te imagines, porque no quiero que utilicen ningún servicio externo, queremos que sea un servicio nuestro, de la UNLP. Ahí vos ya tenés una primera mirada sobre la soberanía. Claro, eso es David contra Goliat, pero son los Estados los que deben fomentar el uso de tecnología digital pensando en la soberanía: cuidado de datos, recursos, servidores propios. Por ejemplo, los datos de los estudiantes los tenemos en nuestros propios entornos virtuales, siempre nos negamos a comprar una plataforma externa. ¿Quién tiene los datos, quiénes los administran? Somos nosotros. Por más extraño que parezca el momento que estamos viviendo, creo que la soberanía digital no está perdida, para nada. Si primero la lucha por soberanía fue territorial, cuando se quieran dar cuenta la disputa va a ser por los datos.