Ciencia en tiempos de pandemia
Por Ana Sagastume
Todo comenzó con una sopa de murciélagos, dicen unos. No, dicen otros, fue un pangolín.
Los animales domésticos y de criadero no transmiten la enfermedad, aseguran de un lado. Los gatos y hurones sí se infectan, siendo capaces los visones de transmitirla a los humanos, alertan del otro.
El virus no es de transmisión aérea, dicen algunos. El virus puede persistir en el aire algunas horas, replican otros.
Unos consideran que SARS-CoV2 sobrevive en las superficies durante algún lapso tiempo, al acecho de que algún humano distraído haga contacto físico con ellos. En tanto, otros ponen distancia de esos y señalan que no existen pruebas concluyentes de que el coronavirus pueda transmitirse por el contacto de la piel humana con superficies infectadas.
Mientras la sociedad le pide a los científicos verdades irrefutables para mitigar la angustia que produce la incertidumbre por un futuro en el que la misma existencia y la vida social parecen peligrar, la ciencia está muy lejos de brindar esas respuestas tranquilizadoras.
Rolando Rivera puede considerarse un científico con todas las letras. Premiado internacionalmente, investigador principal del CONICET, doctor en Bioquímica, ya lleva más de tres décadas dedicado a la actividad científica. “La ciencia no tiene la verdad revelada. ¡Y menos ahora!”, asegura el fundador del Centro de Bioinvestigaciones (CeBio) de la UNNOBA. “No se puede tener un conocimiento cabal de una enfermedad en seis meses, es imposible. Es más lo que no sabemos que lo que sabemos. Son más las preguntas que nos hacemos que las que podemos responder. Es muy probable que el año que viene se cuente con la vacuna, pero las preguntas que quedarán sin responder van a ser muchas”, fundamenta.
Así y todo, diariamente aparecen en los medios de comunicación noticias de los últimos hallazgos que parecen dar una respuesta definitiva que permita, de ahora en más, transitar por un terreno sólido y confiable. “Se combinan dos fuerzas catástroficas: los que quieren saber ya cómo son las cosas, algunos periodistas y políticos, y los que no saben pero les encanta decir que ya lo saben, que son algunos científicos”, dice Rivera Pomar con el atrevimiento que lo caracteriza y cierta incorrección. Su mensaje también va destinado a la propia comunidad, la científica: “Soy muy crítico de los medios de comunicación porque dicen cosas que no saben, pero soy mas crítico de algunos de mis colegas a los que les ponés un micrófono adelante y te quieren convencer de que tienen la cura del mundo, y vos sabés que no”.
“Aunque se le pide a la ciencia respuestas definitivas, no tenemos nada de eso. La ciencia es un proceso de construcción de afirmaciones y refutaciones que va avanzando en el conocimiento”, insiste Rivera. “Todas las evidencias muestran que la evolución existe, pero no hay una Ley de la evolución”, ejemplifica, plasmando, de esta manera, una visión de que para él la ciencia es, la cual parece alinearse con la del epistemólogo Karl Popper quien sostenía que el conocimiento científico no avanzaba confirmando nuevas leyes, sino, más bien, descartando hipótesis que contradecían la experiencia. Desde esta perspectiva, una afirmación científica planteada en base a un experimento persiste hasta tanto otro experimento u observación la contradiga.
Por otra parte, quizás la ansiedad generada por la falta de certezas que en la actualidad brinda la ciencia frente a la pandemia pueda explicar la proliferación de teorías conspirativas o la negación de la existencia misma de la crisis, en línea, por ejemplo, con movimientos que cuestionan los hallazgos y logros de ciencia, como el movimiento “antivacunas” o los “terraplanistas”. Rivera es taxativo y se pone del lado de su comunidad (científica): “La malaria es la enfermedad infecciosa que más muertes causa en el mundo, sin embargo hoy hay más muertes por COVID-19 que por malaria. O sea, no es una pavada. De todas maneras, si una persona común adhiere a teorías conspirativas es entendible, porque no conoce, pero me parece alarmante cuando algunos jefes de Estado niegan la pandemia”.
Por qué algunas personas no se enferman
A medida que la ciencia se hace preguntas, va generando hipótesis que son conjeturas de por qué o cómo suceden los fenómenos. Eso da lugar a la puesta en marcha de ciertos dispositivos (controlados y consensuados por la comunidad científica), como experimentos, que van permitiendo generar conocimientos nuevos. Estos saberes suscitan, a su vez, nuevas preguntas e hipótesis en un camino infinito hacia la búsqueda de la verdad, “la cual nunca se encuentra definitivamente, aunque nos seguimos aproximando”, dice Rivera. Esa sería la tarea científica de acuerdo a la visión de muchos investigadores, como la del fundador del CeBio.
En relación a la pandemia que hoy aqueja al mundo, existen algunas respuestas probables a problemas planteados y, también, nuevas preguntas. Por ejemplo, algunos estudios científicos recientes determinaron que, aproximadamente, el 80% de personas que adquieren la COVID-19 son asintomáticas (aunque ese valor varía dependiendo del número de personas analizadas). Es decir, no muestran síntomas de la enfermedad aunque son capaces de transmitir la enfermedad a otros.
Una de las preguntas que nos podríamos hacer sería: ¿por qué algunas personas enferman y otras no? Hay varias hipótesis de por qué sucede esto: “Una de ellas -explica Rivera- plantea que se debe a la cantidad de virus que la persona recibe. Si es baja, entonces el virus tarda más en replicarse y finalmente, cuando lo hace, le dio tiempo a la respuesta inmunológica. El virus, en este caso, se retira lentamente ante una reacción inmunológica progresiva”.
Otra hipótesis plausible es que esto esté relacionado con las características genéticas de cada individuo. “Como todos los problemas graves de la enfermedad se dan por un exceso de reacción inmunitaria, lo que puede pasar es que determinadas personas que no tengan una reacción inmunitaria tan ‘salvaje’, por decirlo de alguna manera, no desarrollen la enfermedad”, ilustra Rivera.
Sin embargo, el investigador del CeBio considera apropiado reemplazar el interrogante por otro que permitiría producir mejor evidencia: “Me parece que la pregunta sería al revés. No por qué hay gente que no muestra síntomas sino por qué hay gente que sí, ya que los que tienen síntomas son menos. En otros términos, por qué algunas personas parecen ser más sensibles al virus”. Aquí entran todas las personas que tienen factores de riesgo, como los mayores y las personas con patologías crónicas (hipertensión, obesidad, diabetes, etc.). “También podemos incluir a las personas con Síndrome de Down, tal como lo postuló el investigador argentino Joaquín Espinosa, que trabaja en la Universidad de Colorado, quien plantea que como estas personas tienen una respuesta inmune exacerbada, pueden llegar a producir una inflamación tal que generan el colapso de los alvéolos del pulmón”, agrega el investigador.
Un enigma que a algunos científicos les inquieta en este momento es la existencia de personas a las que el virus les persiste durante un tiempo prolongado, más allá de lo habitual (por ejemplo, dos meses), sin mostrar síntomas de enfermedad. Esto fue probado en un caso sin síntomas en Wuhan, aunque se están iniciando estudios en otros lugares con casos similares. “¿Ese virus que permanece muestra algún cambio genético que lo hace más persistente y menos patógeno en cuanto a la producción de la enfermedad? ¿Esa persona puede, potencialmente, seguir contagiando?”, se pregunta Rivera, quien en la UNNOBA se desempeña como profesor titular de “Genética del Desarrollo” en la carrera Licenciatura en Genética.
Virus que desaparecen
Se sabe también que muchas enfermedades infecciosas fueron erradicadas o controladas por el descubrimiento de una vacuna, como por ejemplo, el sarampión o la Polio. Sin embargo, la humanidad padeció otras enfermedades que, simplemente, desaparecieron. ¿Por qué esto sucede?, es otra de las incógnitas. Nuevamente, la respuesta de Rivera plantea varias hipótesis posibles: “Nadie puede saber por qué sucede esto, pero sucede. La hipótesis más aceptable, en mi opinión, es que cuando el virus ha afectado a muchas personas, se adquiere una inmunidad, entonces cuando va a infectar nuevamente, la probabilidad que una persona la adquiera es menor”.
—¿El virus se recluye?
— El virus se muere. Si la persona que lo porta no puede infectar a otro porque éste es inmune, entonces el virus deja de existir.
Esto es lo que probablemente sucedió con la mal denominada “gripe española”, hace cien años. “En aquel momento se infectaron dos tercios del planeta, entonces el virus tuvo menos probabilidad de seguir infectando”, comenta Rivera.
Otra conjetura que podría explicar por qué ciertas enfermedades infecciosas desaparecen es que el virus mute y que, en esa mutación, se haga menos efectivo, es decir, menos patógeno. “Que el virus infecte no quiere decir que sea patógeno”, aclara Pomar. “Todos estamos llenos de virus, convivimos con virus, lo que sucede es que solo algunos de ellos son patógenos. Somos un ecosistema que camina, con un montón de bichos dando vuelta, que son parte de uno. Entonces puede ser que los virus muten a una forma más infectiva pero menos patógena. Estamos llenos de bichos, pero te agarró el patógeno, y… zas”, bromea Rivera.
Proyecto conjunto entre la UNNOBA y la UNJu
La línea de investigación que Rivera venía desarrollando antes de la pandemia estaba relacionada con el Mal de Chagas a partir de su insecto transmisor, la vinchuca. Sin embargo, las medidas de aislamiento obligatorio lo obligaron a suspender muchas de las actividades regulares que antes realizaba. Así, por un contacto fortuito con la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu) vislumbró la posibilidad de contribuir desde su conocimiento a la situación de crisis provocada por la pandemia, a partir de su saber en virología (específicamente, su tesis de doctorado giró en torno al virus Junín).
El Instituto de Estudios Celulares, Genéticos y Moleculares de la (UNJu) y el Ministerio de Salud de la Provincia de Jujuy estaban desarrollando en ese momento varios proyectos en torno a la pandemia, pero no contaban con un especialista en virología. Rivera encontró allí una manera en la que el CeBio de la UNNOBA podía colaborar.
La directora del Instituto Nancy Hernández contextualiza la situación actual de la provincia norteña en relación al coronavirus: “Jujuy tuvo una cuarentena muy estricta desde sus comienzos. Se controlaron las fronteras muy rápidamente. Esa medida inmediata nos permitió que no tengamos circulación de virus”. Uno de los programas que ha implementado el Ministerio de Salud de Jujuy, junto con la UNJu y con la colaboración de la UNNOBA, es el Plan C 360º. “El programa se llama así porque es universal, se testea a toda la provincia”, ilustra Hernández y luego explica el procedimiento: “Es un muestreo aleatorio basado en la cantidad de población del censo 2010. Ese número determinó que debían testearse una determinada cantidad de casas. En cada una se hace un test rápido a un individuo y a un 10 por ciento de los test negativos se le realiza un segundo test, con la Técnica de ELISA, para corroborar el resultado y poder determinar la eficiencia de los test rápidos”.
Los muestreos en la provincia se van repitiendo cada dos semanas. “Como sabemos exactamente los lugares donde estamos testeando, si en algún momento aparece un caso positivo, vamos a poder tomar medidas sanitarias para atacar la infección y evitar que comience a haber circulación”, fundamenta la doctora Hernández.
Además de testear la presencia del virus en la persona, también estudian la “huella” que eventualmente pudo haber dejado el virus en el cuerpo. En otras palabras, test inmunológicos que determinan la existencia de anticuerpos contra el virus, teniendo en cuenta que la gran mayoría de infectados con SARS-CoV-2 no presentan síntomas (aproximadamente un 80%). Esta acción apunta a conocer la “profundidad de la epidemia en una región” y realizar un mapeo epidemiológico que permita establecer focos posibles de infección, previendo la posibilidad de que exista una segunda ola infecciosa.
El proyecto “Estudio de la seroprevalencia de SARS-CoV-2 en la provincia de Jujuy”, dirigido por la doctora Hernández, está financiando por el Consejo Federal de Ciencia y Tecnológica, dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Secuenciación genética
Rivera comenta que uno de las ideas de colaboración con Jujuy es estudiar a pacientes asintomáticos, en especial algunos casos en que el virus tuvo una presencia en el cuerpo del paciente más allá de lo habitual. En ese sentido, se apunta a determinar qué cepas virales estén circulando en la provincia y si, eventualmente, existe alguna relación entre el genoma viral y la sintomatología (leve) que este tipo de pacientes presentan.
Otra de las líneas de investigación a la que apunta Rivera es la de “secuenciar el genoma de los virus encontrados en Jujuy” para determinar la velocidad en que el virus muta, así como deducir la procedencia de la cepa. “De esta manera, será posible conocer cuál fue el origen, si ese virus antes de pasar por Buenos Aires estuvo en Europa o Estados Unidos, y ver todos los cambios que tuvo ese virus en todo ese trayecto. La idea sería entender si esa mutación lo hace más o menos infectivo”.
Rivera considera que Argentina debe avanzar en la secuenciación genómica del virus SARS-CoV-2. “En el país ya se secuenciaron tres cepas en el Instituto Malbrán, lo cual es muy bueno, pero no es suficiente”, opina y agrega: “Tendrían que ser cientos. Nosotros en la UNNOBA tenemos el equipamiento para hacerlo, podríamos tener la capacidad de secuenciar casi 100 virus cada tres días a un costo relativamente bajo”.
—En relación a la capacidad técnica, ¿el CeBio podrían estar trabajando con casos del conurbano y de CABA?
—Por supuesto y con las Regiones Sanitarias correspondientes a Junín y Pergamino.
En ese sentido, Rivera mencionó un proyecto de “colaboración internacional en el que están tratando de secuenciar los genomas de la mayor cantidad de virus posibles para tener una idea de cuán rápido cambia”.
Diseño: Laura Caturla
Foto portada: Agencia Télam