Compromiso y vocación
Por Luciano Toledo
Salía a las 8 de la mañana para ir a la escuela y volvía a las 8 de la noche. Abrazado a su madre, cruzaban la ruta. Las afueras de la ciudad aún estaban a oscuras, solo la luz de la moto alumbraba el camino hacia la casa. Una casa sin habitaciones, y un camino difícil que, con esfuerzo y dedicación, se iría abriendo paso al primer universitario de la familia: Lucas Benjamín Cicerchia.
“Vivía rodeado de fierros, de máquinas”, recuerda el Ingeniero en Informática y docente de la UNNOBA. Su padre era comerciante, vendía y reparaba calculadoras, máquinas registradoras e impresoras fiscales, además de sistemas de software para empresas. Lucas pasaba las tardes en el taller. Armaba y desarmaba, jugaba con la electrónica, arreglaba lo que podía.
Cuando terminó la secundaria y llegó el momento de decidir, la opción estaba entre el Profesorado de Matemáticas o la Ingeniería Electrónica. Junto a un amigo decidió viajar a San Nicolás a estudiar en la UTN (Universidad Tecnológica Nacional). Pero el desarraigo y la falta de adaptación lo hicieron repensar. “Siento que no fue una decepción, porque sabía que ese año arrancaba la UNNOBA con una oferta académica en Ingeniería en Informática, y una línea fuerte en el procesamiento de señales. No lo dudé y me volví”, comenta. Otra vez en su ciudad, el horizonte se aclaraba ante un nuevo comienzo: “Arranqué cuando arrancó la UNNOBA”.
Mientras estudiaba, comenzó a trabajar. Un convenio de la Universidad con la empresa CLAROLAB le permitió poner en práctica el aprendizaje. Al tiempo se mudó a Pergamino y desarrolló un software interno para el bingo de la ciudad. Entre computadoras y tragamonedas, participó en el armado de un sistema de gestión que se replicó en la Lotería de la Provincia, como mecanismo de control. Pero al pasar los días, encerrado y solo en el garaje del bingo, después de un año y medio, decidió volver. “Porque en esta labor nunca podés trabajar solo. Vos sabés dónde está la falla de tus sistemas, pero lo tiene que ver otra persona, alguien que busque el error, que no conozca la programación”, sostiene.
Rindió el último final, realizó la defensa del trabajo y en el 2011 terminó la carrera. La primera ayudantía fue en la materia de Análisis Matemático Vectorial, ahí tuvo el primer contacto con la docencia, una vocación que siempre le interesó: “Yo me formé para poder formar a otra gente, no para saber más”. Pero fue Javier Charne, docente en las cerreras de Informática y responsable de Infraestructura Tecnológica en la UNNOBA, quien le permitió romper cierto pánico, afianzarse y perder el miedo al aula. “Esa es una formación personal que se replica también en el ámbito laboral, al momento de exponer ante un jefe, o ante la gente que no comprende el lenguaje de la ciencia y la informática. Lograr que las complejidades se entiendan desde lo simple”, afirma.
En el año 2014 se abrió la “Convocatoria PRITT NOBA” de proyectos de investigación y Lucas Benjamín consideró la importancia de detectar problemas reales, con anclaje en la región, que brinden una solución al sector agropecuario. Presentó el desarrollo de una plataforma para el censado de los ensayos de maíz, que por medio del montaje de cámaras permitía obtener información acerca de los cultivos y evitar el trabajo manual, ante el desarrollo de una plataforma robótica.
Eran los primeros pasos en la investigación. Él sabía que no quería programar o desarrollar un sistema: quería resolver problemas. Los números, las máquinas y la perseverancia siempre estuvieron presentes. Primero obtuvo una beca de la CIC (Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires), y hoy tiene una beca CONICET que le permite desarrollar su trabajo en el procesamiento de imágenes.
Cicerchia es el egresado número 3 de la carrera de Ingeniería en Informática de la UNNOBA, actualmente trabaja en el ITT (Instituto de Investigación y Transferencia en Tecnología). Cuando se declaró la pandemia, desde el Instituto, se enfocaron en los diferentes aportes que podían hacer a la sociedad, y así notaron que uno de los problemas principales era el limitante de los respiradores.
Lucas Benjamín se presentó, entonces, a una convocatoria de proyectos del Ministerio de Ciencia y Tecnología para replicar y validar con la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) un modelo de prototipo abierto.
En la misma línea se encuentra trabajando en la presentación a una convocatoria del Ministerio de Desarrollo Productivo, en el modelo de un arco termómetro para el HIGA (Hospital Interzonal General de Agudos de Junín) en conjunto con el área de vinculación tecnológica para solucionar la toma de temperatura corporal, sin necesidad de exponer al personal de la salud. “Es sumamente necesario automatizar el proceso. Este es un trabajo interdisciplinario. Mi función es el procesamiento de imágenes, el trabajo con cámaras térmicas, el relevo de costos y la precisión de los sensores de temperatura”, aporta.
Lucas Benjamín Cicerchia, lleva 15 de sus 34 años dedicados a la UNNOBA, y no es solamente testigo, sino partícipe de su crecimiento. Hoy es docente en las materias Procesamiento de imágenes y Arquitectura de Computadora. Es consciente del valor agregado que tiene trabajar para las instituciones públicas: “Yo debo devolverle a la sociedad el esfuerzo que hace para sostener a las instituciones que nos permiten formarnos, poder hacer lo que nos gusta, y además formar a futuros estudiantes. Es parte de una cadena de aprendizaje, enseñanza y devolución”.
La número uno
Entre los años 2006 y 2011 en la secundaria del Colegio Parroquial San José de Junín, si había que hacer un afiche o dibujar en el pizarrón, la llamaban a ella. Porque ella sabía de manualidades. Aunque también sabía sobre injusticia y desigualdad. Alfonsina Robles se destacaba. Pero lo que aún no sabía, era que el destino le iba a ofrecer las herramientas para cambiar esas diferencias, para intentar al menos, modificar la realidad.
La mayor de cuatro hermanos, de madre docente y familia unida. Su padre se dedicó muchos años a la fabricación de indumentaria deportiva, tenía un taller y un local. Y ahí andaba ella, observando todo. “Siempre fui curiosa, me interesaba saber cómo se hacían las cosas”, recuerda Alfonsina, para quien el acceso temprano a la tecnología, era parte de la normalidad. Porque además su tío arreglaba teléfonos, y en ese otro taller de objetos desarmados, había una aventura y otra gran atracción.
No le gustaba sentarse adelante, prefería el fondo, aunque siempre sacaba las mejores notas. En quinto año de secundaria obtuvo la primera medalla que se otorgaba al mejor alumno. Se cerraba una etapa, y ella aún no sabía qué estudiar. Al egresarse en la modalidad de Ciencias Naturales decidió realizar el taller semipresencial de la carrera Genética en la UNNOBA. “Pero era una ciencia dura, exacta. Si bien sentía que lo podía hacer, no era lo que quería”, recuerda. Pero una tarde su abuela, que navegaba por internet, le avisó que existía una carrera llamada: Licenciatura en Diseño Industrial, que se dictaba en la ciudad de Pergamino.
Esta oferta académica le resultaba una combinación precisa entre la investigación, la ciencia y la manualidad. Alquiló una piecita en una pensión, y al tiempo se mudó con una amiga. Fue entonces cuando empezó a aparecer eso que tanto le gustaba: el diseño de producto de perfil social. “Había mucho para decir con algo físico, que no era un objeto artístico, y aunque no dejara una remuneración considerable, estaba pensado desde la transformación”.
Porque el ojo social estuvo siempre. Alfonsina notaba, en primaria y secundaria, esas pequeñas pero ciertas diferencias, en el uniforme, en los libros, los útiles escolares. Por eso en cuarto año de la carrera, cuando le tocó diseñar un vehículo mediante la reutilización de los rodados secuestrados por la policía, lo pensó para cartoneros. El vehículo reunía todos los procesos de trabajo que realiza el cartonero, con una prensa que permitía el producto final ya ensamblado.
Ya conocía el impacto de la desigualdad, ahora confirmaba la capacidad de transformación que tenía en sus manos. Ella avanzaba, y la carrera también. Porque Alfonsina Robles es la primera egresada de la Licenciatura en Diseño Industrial. El 17 de diciembre del 2018, a las corridas, sin un cartel con su nombre ni fiesta de egresados, y con un 10 en la libreta, se recibió.
Para la tesis de grado debió buscar una problemática real que pueda ser solucionada mediante un producto, y pensó en una conservadora y refrigeradora para medicamentos en zonas de difícil acceso y sociedades de bajo desarrollo. Analizó el trabajo de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y de la ONG “Médicos sin fronteras”, y notó las dificultades en las campañas de vacunación, ya que la falencia estaba en la última etapa donde se pierde la cadena de frío, por falta de la conexión eléctrica. Mediante paneles solares fotovoltaicos que cargan la batería, elaboró un sistema de refrigeración y conservación.
Hoy Alfonsina es investigadora becada de la UNNOBA, trabaja en el desarrollo de producto aplicado a la salud a través de la tecnología de fabricación digital para el IDI (Instituto de Diseño e Investigación), con prótesis y órtesis en impresión 3D, productos personalizados respecto de la anatomía humana. Aunque cuando era chica le espantaban aquellos pilones de hojas para corregir que traía su madre, también es docente en las materias Taller rotativo de diseño industrial y Dibujo Técnico.
Cuando se enteró del estallido mundial por la pandemia COVID-19, Alfonsina manejaba la impresora 3D del Club Social de Innovación de Pergamino. Vio que la empresa de software libre “Prusa”, había liberado un modelo de protectores faciales para proteger a los profesionales de la salud. Si bien pensó que al igual que los barbijos, nunca llegaríamos a necesitarlas, pero notando el impacto de la pandemia en otros países, su inquietud y compromiso la impulsaron a llevarlas adelante.
Con el apoyo del Municipio, la Fundación por Pergamino y la Fundación UNNOBA, se realizó la muestra, y funcionó. Se imprimieron, mediante fabricación 3D, 500 máscaras. La Universidad le propuso, mediante un proceso de inyección, llevarlas a una escala industrial. Con la colaboración de la empresa INDELPLAS de Junín y MB de Pergamino, comenzó la fabricación. Se inyectaron más de 60 mil máscaras que fueron entregadas al laboratorio Roemmers.
Mediante la elaboración de distintas piezas que se vinculan, se trabajó con una tecnología aplicada a prototipos, que en la urgencia se volvió vital. “Porque la tecnología tiene impacto siempre y cuando se pueda replicar en todos lados. Tiene que ser equitativa, sino se sigue ampliando la brecha digital, y nosotros tenemos una responsabilidad en ese sentido”, sostiene.
Alfonsina destaca la importancia de la UNNOBA en su vida, pero ante todo el hecho de brindar oportunidades. “Es una universidad pública con perfil regional, rol social, trascendencia e impacto. Es exponencial su crecimiento, y hoy tiene un nombre”, agrega la docente e investigadora que nunca perdió la seguridad en sí misma. “Si podés, por qué no lo vas a hacer. Y eso se lo debo a mi familia, la confianza. El apoyo que necesitás siempre, en todo lo que se emprende”.
El técnico persistente
En el barrio El Picaflor siempre había un campito cerca. Pero él no jugaba al fútbol, como todos sus amigos. El neumonólogo le recomendó que, mejor, practique natación. Porque el asma tiene recaídas, y cada tanto terminaba en el hospital. El oxígeno, las inyecciones, los corticoides. Se acuerda de los pinchazos, cada vez que le sacaban sangre. Él dice que la decisión no fue consiente. Pero Gastón Villafañe se curó, y hoy es Técnico de Laboratorio.
La casita tenía una huerta, un gallinero y un palomar. Las puertas estaban abiertas de par en par. En esa infancia de libertades creció Gastón, que a los 9 años perdió a su padre, de oficio joyero, por un infarto repentino. De madre docente, pasaba las tardes con su hermana y sus abuelos.
Pasó por un colegio estatal y por otro privado: “Viví las dos realidades, y saqué mis conclusiones”. Egresó como Perito mercantil, pero en las cuestiones bancarias e impositivas, había algo que no le convencía. Para buscar su futuro, iba todas las tardes a la casa de su tía, donde había un teléfono y llamaba a las universidades, para ver qué podía estudiar. El fútbol le gustaba pero no lo podía jugar, y para estar cerca, decidió estudiar kinesiología. Antes de terminar la secundaria ayudaba en la rotisería familiar. Apareció la posibilidad de Rosario, y se fue a vivir con dos amigos.
Pero con las dificultades económicas de la familia, sumado a una carrera demandante para hacerla trabajando, solo pudo completar dos años de formación. Con 23 años volvió a Junín, y empezó de cero. Mientras vendía publicidades para una guía comercial, se enteró que un instituto privado con orientación en salud, tenía la oferta de la carrera en Técnico de Laboratorio: “Yo no tenía idea lo que era un laboratorio”, recuerda Gastón. Aunque el previo entrenamiento de la vida universitaria, le facilitó la cursada.
La química y la física lo hacían dudar, pero al momento de relacionarse con lo clínico, realizar análisis y evaluar y cerrar el diagnóstico de un paciente, encontró su lugar. Aun sin terminar la carrera le avisaron que en la Clínica La Pequeña Familia necesitaban un Técnico de Laboratorio, y ahí tuvo el primer trabajo oficial. “Comencé a relacionarme con la terapia intensiva, la internación y la muerte”, recuerda.
El primer día en terapia vio a personas entubadas y con respiradores, enseguida se acordó de su abuelo, y sintió que ese era su lugar, que tenía que estar ahí. Y fueron 18 los años en la clínica: “Llegué como un joven de 26 años, y me fui casado y con tres hijas mujeres”.
Ya recibido. Desgastado por las guardias de madrugada y la convivencia con la muerte, la carga psicológica se hacía difícil de soportar. Cuando la idea de alejarse comenzó a dar vueltas por su cabeza, leyó en un diario de la ciudad que la UNNOBA buscaba un Técnico de laboratorio. Sin esperanza pero con decisión, mandó un correo y se sentó a esperar.
Dejó la clínica privada y el contacto humano, para ingresar a una planta de biodisel en el Parque Industrial: “Clima de industria, frío, petroleros, conflictos gremiales. No había nada de romántico, el corazón lo tuve que dejar afuera”. Pasó de la química clínica aplicada a la biología, a la química inorgánica.
Esa novedad distante, con otros valores, mas la falta de convencimiento en la relación laboral, lo impulsaron a tomar una nueva decisión. Volvió a escribir otro mail, porque esperaba ansioso novedades de la UNNOBA. Hasta que una tarde, abrió el correo electrónico, y la respuesta ahi estaba: “Te esperamos mañana”, y allá fue.
Aun trabajando en la planta de biodisel, entró en reemplazo de la bioterista del Centro de Investigaciones Básicas y Aplicadas (CIBA). Después de dos meses, quedó fijo. Gastón nunca había visto un bioterio (un área, generalmente cerrada, para guardar y criar animales o plantas para observación o investigación) y si bien conocía su manejo por haberlo estudiado, y aunque al principio le daba aversión el olor, no lo dudó. Él sentía que era un lugar para crecer, “y la verdad prioricé otras cuestiones, porque la comodidad mata al amor, pero cuando el amor gana te da otras cosas. Y así empezó mi historia en la UNNOBA”, recuerda.
Comenzó a hacer cursos y a formarse paralelamente con el trabajo del bioterio, y le empezó a gustar. “En la Universidad estás obligado al aprendizaje constante”. Hoy Gastón colabora en la línea de oncología, e infectología/virología y comportamiento. Trabaja con las distintas cepas de ratones para cada línea de investigación. Ante cada experimento animal, prepara las condiciones necesarias.
A mediados de enero del 2020, Gastón se encontraba en Mar del Plata, cuando vio en las noticias que un virus de origen chino, había pasado a Europa. Cuando la amenaza del COVID-19 se hizo real y llegó al país, desde el CIBA decidieron frenar todos los experimentos que estaban en marcha, y repensar la situación. La directora de Investigación, Desarrollo y Transferencia de la UNNOBA, Carolina Cristina lo llamó en medio de la incertidumbre, y le dijo que desde del Ministerio de Salud pensaban descentralizar los testeos, y que el laboratorio cumplía con todos los requisitos.
“Me di cuenta que este es el lugar donde tengo que estar. No iba a decir que no, me sentí en la obligación, porque es lo que me toca hacer”, afirma Gastón, quien recibe las muestras desde el hospital, dentro del vaso protector, con los dos hisopos de las muestras de garganta y nariz. Luego realiza un procesamiento de purificación y limpieza del virus, en una cabina de seguridad y con los equipos y el acondicionamiento necesario.
Gastón Villafañe sabe que la UNNOBA es el cierre laboral en su vida, que llegó para quedarse. “Quiero seguir mejorando, continuar la formación e ir aprendiendo todo lo nuevo. Hoy vemos lo que significa tener una Universidad pública en una ciudad como Junín, y ésta es una apuesta presente, que se verá reflejada en las generaciones futuras”.
Diseño: Laura Caturla