Ciencia en la mira
Por Ana Sagastume
Somos relatos. Y, entre los relatos actuales, la ciencia siempre parece ser la protagonista, ya sea como salvadora de una humanidad en peligro que necesita encontrar la vacuna para retornar a su normalidad perdida, o bien como “cómplice” que genera un virus o sostiene el “invento” de la pandemia, obligando a las personas a confinarse en sus hogares y evitar los contactos cercanos, a partir de un “plan” pergeñado por los poderosos para ejercer el control sobre las personas.
Lo cierto es que ni la idea de una ciencia redentora o la de una ciencia “salvaje” que actúa contra la humanidad, son completamente nuevas. Existe desde hace tiempo, una “leyenda rosa” de la ciencia que la muestra triunfante frente a sus enemigos (los prejuicios o los dogmas) para traer al mundo felicidad y progreso. Mario Heler, doctor en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, la representó irónicamente como una “Cenicienta reivindicada” quien, tras sufrir “humillación, maltrato y hostigamiento” se convirtió en “una reina: la reina de los saberes”.
Pero existen también un conjunto de movimientos surgidos a partir de los impactos negativos de la ciencia, como las bombas de Hiroshima y Nagasaki en 1945 o la experimentación en humanos en los campos de exterminio de Auschwitz en 1940, que reflexionaron acerca de otras consecuencias del quehacer científico. Estos movimientos bregaron por una ciencia menos soberbia, capaz de dialogar con otros actores sociales y preguntarse por las consecuencias que sus innovaciones tenían para los seres que habitaban el planeta.
“Somos relatos, integrados en una trama de historias que nos ayudan a dar sentido a lo que vivimos”, adhiere al planteo inicial la profesora María del Huerto Revaz, quien se ocupa, dentro de la UNNOBA, de suscitar entre los estudiantes la reflexión acerca de la ciencia. Estudiantes que con frecuencia llegan a la formación universitaria con ideas previas fuertemente arraigadas en la sociedad, como por ejemplo, la garantía de verdad que representa la práctica científica. Desde la materia “Epistemología y Metodología de la Ciencia”, entonces, la profesora de Filosofía, junto a su equipo docente, intentan poner en discusión la “trama de relatos que se han construido respecto de la ciencia y de la comunidad científica”. Es decir, intenta realizar un aporte crítico en la formación de los futuros profesionales genetistas, agrónomos, abogados o contadores, entre otros.
Para referirse a la paradoja que mencionamos, María del Huerto cita a la ensayista Beatriz Sarlo cuando interroga: “'¿Qué tan claro es que la experiencia ha muerto? ¿Qué tan claro es que este cientificismo, que era una marca cultural, ha desaparecido?' Porque, por un lado, se cuestiona la ciencia, pero a la vez se espera de ella la cura de la pandemia; parece que estamos resucitando experiencias”.
Quizás los diferentes relatos, las diferentes experiencias que convocamos, intenten constituirse en un “refugio” frente al desconcierto que vivenciamos al percibirnos “a la intemperie”, una de las metáforas que María del Huerto emplea para referirse al estado interno que produce la ruina de las creencias sobre las que hemos construido nuestras vidas. Por el contrario, la profesora considera a la situación actual como “una franca invitación a pensar nuevos modelos de racionalidad”, es decir, nuevos relatos.
— ¿Cuándo el saber científico se erige como un modelo explicativo hegemónico que permite comprender la realidad natural y social?
—Nosotros ubicamos el momento, habitualmente, entre los siglos XVI y XVII, cuando el ser humano siente que el mundo que hasta el momento lo había estado amparando lo deja “a la intemperie”. Siente esto porque vive situaciones que ponen de manifiesto que las creencias y opiniones en las que había confiado ciegamente no se corresponden con las experiencias vitales que atraviesa: desde la concepción que tenía del cuerpo, hasta del mundo que lo rodea. Respecto del cuerpo, por la introducción de la Nueva Medicina, con Andrea Vesalio entre otros. En el orden del mundo, por su expansión a partir del denominado "descubrimiento de América", los adelantos técnicos y la revolución científica protagonizada por (Nicolás) Copérnico, (Johannes) Kepler, Galileo (Galilei), (Isaac) Newton. Podríamos pensar que las personas de aquel momento se preguntaron: ¿En quién vamos a confiar? ¿Confiaremos en quienes nos han mantenido ciegos durante tanto tiempo, o en quienes ponen en evidencia esa ceguera? No olvidemos que el "brazo armado" de esta incipiente ciencia fue la tecnología, la cual se plasmó muy concretamente en la vida cotidiana. En el siglo XVIII, esta ciencia se legitima con la llegada de la Ilustración. Creo que (Immanuel) Kant lo expone claramente cuando dice que el lema que resumiría aquellos tiempos es “atreverse a pensar por uno mismo” y no bajo la autoridad de la antigua filosofía o de la religión. Años más tarde, serán el positivismo y el neopositivismo los movimientos que terminarán por "consagrar" a la ciencia. Estos movimientos consideran que el poder racionalizante de la ciencia y la tecnología nos permiten ordenar el mundo. Entonces hablan de una suerte de "mesianismo" de la ciencia que irá enriqueciéndose con la idea de progreso. Se cree que solo de la mano de la ciencia se avanza y cualquier otra cosa que no sea ciencia es un pasatiempo o una pérdida de tiempo. Para sintetizar, durante todo este período se instala progresivamente una visión cientificista que termina siendo la marca de nuestra cultura.
—Ese modelo de racionalidad que impone el positivismo va a ser criticado por algunos pensadores de la Escuela de Frankfurt en el siglo XX, quienes también cuestionan la separación entre ciencia y filosofía que habría tenido lugar con la modernidad y que, según dicen, limitó la capacidad reflexiva de los seres humanos y le obturó la posibilidad a la ciencia de pensarse a sí misma.
—Sin duda en la modernidad el modelo de racionalidad hegemónico es el cientificista, en el que la ciencia tiene un valor instrumental. Pero también es cierto que es en la misma modernidad que ha habido una suerte de movimiento subterráneo o clandestino que también preparó a nuestro tiempo para el ejercicio de la crítica. Ese movimiento intenta "levantar los caídos", por decirlo en términos de Bertrand Russell. (Blaise) Pascal es un ejemplo de esto porque, al tiempo que este modelo de ciencia se imponía lo escuchamos decir: "El corazón tiene razones que la razón no entiende". Luego, (Georg) Hegel, (Karl) Marx, (Friedrich) Nietzsche y toda una serie de pensadores ponen de relieve los “bajo-fondos”, la materialidad y las influencias de esa racionalidad. Es ese movimiento que nos deja en las puertas de una cultura que puede contarse de otra forma. Porque, sin dudas, nuestra cultura la podemos relatar como legado del cientificismo y la solemos calificar como narcisista, nihilista, con vocación de muerte. O bien, podemos ver, a la luz del segundo movimiento clandestinamente trazado en la modernidad, como una cultura que hace espacio a la pluralidad, a la crítica, al pensamiento complejo. En ese marco podemos encuadrar los aportes de la Escuela de Frankfurt.
—Podríamos caracterizar, con el positivismo, esta ciencia como omnipotente, capaz de resolver todos los males. ¿Con qué acontecimientos se establecen las fisuras de esta creencia o imaginario sobre el saber científico?
—Esa confianza que se deposita ciegamente en la ciencia choca a mediados del siglo XX con una serie de acontecimientos que motivan sospechas respecto del poder de la ciencia para resolver los conflictos de la sociedad. Las guerras mundiales, el agotamiento de los recursos naturales, la polución, los envenenamientos farmacológicos y otras cuestiones producen un desencantamiento de la ciencia a partir de la conciencia de los daños que ésta puede causar. Todo eso produce una suerte de descrédito hacia el saber científico. Recuerdo en el año 1999 UNESCO organiza un congreso en Budapest con el lema "Científicos, la ciencia ha terminado". Ya no es un contrato firmado a modo de “cheque en blanco” a una ciencia que no podía asumir conciencia ética, política o social. Después de Auschwitz, nada será vivido de la misma manera; más bien será valorado como un gran cuento. La sobremodernidad va a instalar la desconfianza sobre aquellas certezas.
—En la actualidad, al mismo tiempo que se le exige a la institución científica que resuelva el problema de la pandemia a través del diseño de una vacuna eficaz, también emergen toda una serie de discursos que cuestionan la validez del saber científico. Me refiero a planteos que, en las redes sociales, principalmente, ponen en duda la existencia del virus y de la pandemia, que exponen toda una serie de teorías conspirativas, en línea con algunos movimientos contemporáneos, como los de los terraplanistas o los antivacunas, que cuestionan ciertos conocimientos científicos aceptados. ¿La ciencia está atravesando una crisis en relación a la confianza de la sociedad?
—Me parece que la situación actual nos convoca al pensamiento de una manera urgente. Hay algunas categorías que nos ayudarían a pensar lo que ocurre. Entre los pensadores herederos de la Escuela de Frankfurt nos encontramos con Michel Foucault que se encargó muy bien de plantearlo a partir del concepto de biopoder. Este parentesco oscuro o siniestro entre la ciencia y la política, la ciencia y la economía, todos estos elementos nos hacen notar que la práctica científica lejos estaba de responder al celebrado “código mandarín”: mente clara y manos limpias. En verdad, tenía las manos algo oscurecidas, en el sentido de que había respondido a intereses económicos y políticos. Creo que esta sospecha, de alguna manera, habría que celebrarla porque nos interpela, por ejemplo, frente a disyunciones excluyentes como la que menciona: "o estamos con la vacuna, o estamos en contra de la vacuna", "o estamos con los de la Tierra es redonda, o estamos con los de la Tierra es plana". Nos convoca a estar alertas frente a este tipo de disyunciones excluyentes, en el sentido de "es esto o es aquello". Por otro lado, lo incierto de la situación nos impulsa a refugiarnos en lo conocido y a esperar de esto que hemos conocido, la respuesta. Aun cuando nos demos el permiso de pensar bajo el "síndrome de Frankestein", parafraseando a Mary Shelley; como dicen algunos epistemólogos contemporáneos: "Yo seré su creación, pero soy su amo". Es decir, hemos creado una ciencia y una tecnología que pueden tornarse en nuestra contra. Es un desencantamiento que nos impulsa a seguir buscando el refugio seguro que nos ha construido la ciencia y la tecnología; porque quedarse “a la intemperie” no es algo que deseemos vivir. Sin embargo, me parece que estamos en el mejor momento para pensar otros modelos de racionalidad que salgan al encuentro del tercero excluido.
—En este encuentro del tercero excluido, la filosofía tendría un rol crucial.
—Claro. La filosofía es un ejercicio de pensamiento que nos conduce a hablar en contra de las palabras. Un ejercicio que necesita enredarse con lo concreto y hablar en disonancia, desde el ejercicio de una desconfianza crítica que nos permita interpelar lo dado y que sea capaz de convivir con el conflicto, ya que la conflictividad define lo humano: es una marca de lo humano.
—Entonces, usted sugiere que ese desencantamiento de la ciencia dentro del ámbito intelectual y científico, ampliado a la sociedad, es el que habría posibilitado el nacimiento de estos movimientos que cuestionan el rol de la ciencia, como los terraplanistas, los antivacunas e incluso los anticuarentena.
—Yo creo que sí. Detrás de ese cuestionamiento, que celebro, existe la posibilidad de construir o fraguar culturas nuevas. Me gusta simbolizar a las mujeres y hombres que habitamos esta cultura como cazadores furtivos de identidades. Es decir, hay una identidad que se nos escapa, que todavía no terminamos de definir, pero tras la cual corremos. Esa conflictividad que trae consigo el movimiento anitcuarentena y antivacuna, de sospecha en relación a la tecnociencia, va tras las huellas de una construcción de identidad y, con ello, del ser público y de lo común, que tienen que ser nuevos.
—Insisto. ¿Usted cree, verdaderamente, que habría que celebrar la aparición de estos movimientos anticientíficos que niegan verdades aceptadas como la forma esférica de la Tierra o el rol de las vacunas en la salud de la humanidad?
—La pregunta me recuerda a las ideas de (Paul) Feyerabend. Él sostiene que un buen científico es el que se hace lugar para el "todo vale". Aquel que tensa las hipótesis y teorías vigentes y aceptadas, por el simple hecho de que su aceptación no es más que el resultado de haber habituado miradas. Entonces, las tensa al punto tal de buscar lo contrario para generar, en términos hegelianos, la instancia de superación. La presencia de lo contrario, según este anarquista epistemológico, es la oportunidad que tendrían que asumir los científicos como una instancia de madurez de su práctica. Cuestiones que nos llevarían a ver el espacio que tiene la ética en el marco de la ciencia.
—En relación precisamente a la ética, Markus Gabriel cuestiona la creencia de que el progreso científico y tecnológico puedan impulsar de por sí el progreso humano y moral. En ese sentido, plantea que sin progreso moral no hay verdadero progreso. Entonces, la crisis que atravesamos que llevó a los países a proteger a sus mayores o a los grupos que pueden ver impactada su economía doméstica ¿puede ser una oportunidad para pensar un nuevo modo de vivir? ¿Un “nuevo orden” en que, como dice Gabriel, la solidaridad no se despierte a partir del conocimiento médico y virológico, sino a a partir de la conciencia filosófica? Él plantea que la única salida a la globalización suicida es "una pandemia metafísica, es decir, una unión entre pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos evadirnos".
—Coincido con Gabriel en que la situación en que nos coloca la pandemia nos puede conducir a pensar en una nueva humanidad, por decirlo en términos bastante ligeros. Al mismo tiempo, descreo de las lecturas románticas de la pandemia: las que confían en que esta situación nos depositará en medio de una humanidad que haya recuperado su supuesta y originaria "solidaridad". El planteo puede resultarnos interesante como “techo esperable”, pero está alejado de la condición del ser humano en la actualidad. Como cualquier otra, las construcciones humanas no irrumpen abruptamente en las culturas, sino que se van constituyendo tanto más rápido y fecundamente en la medida en que podamos escuchar mayor cantidad de voces. En eso sí creo que la ciencia, la tecnología, la filosofía, el arte tienen mucho para decir y mucho para aprender recíprocamente. Confío en esta sinfonía, en esta convergencia, en esta ecología de voces, como dice (Boaventura) de Sousa Santos. La ecología de pensamientos nos permitirá construir temporalidades, productividades y reconocimientos identitarios distintos.
—En estos desafíos que nos plantea la situación actual, la filosofía tendría, entonces, mucho que aportar.
—Yo creo que sí, pero también tiene mucho que aprender. La situación de "intemperie" afecta a todo el pensamiento racional que fue tras las huellas de causas que nos permitían el dominio de la naturaleza. En ese sentido es donde coloco la interpelación que propone la pandemia, no solo para la ciencia sino también para la filosofía. Una interpelación para todas las producciones y materializaciones con las que el ser humano ha ido expresándose hasta el momento y que requieren de una revisión.
—En la actualidad, la filosofía tiene un rol más importante en el espacio público que lo que tenía antes. Los presidentes y políticos tienen asesores filósofos. También hay divulgadores filósofos en distintos medios de comunicación. Pareciera, entonces, que ocupa un lugar mucho más importante en la práctica política que lo hacía antes. ¿Es algo que debemos celebrar o se está haciendo un uso instrumental de ella, en el sentido de servir a determinados intereses y colaborar en la manipulación?
—El lugar que se le hace, muchas veces, tiene que ver con lo que refiere (Milan) Kundera o (Richard) Sennet, esto es, el declive del ser humano público. ¿Dónde ha quedado la voz que puede hacer un ejercicio de oposición frente a la política entendida como una gestión de estatalidad que se vuelve en contra del ser humano mismo? Creo que las interrogaciones filosóficas pueden contribuir en la construcción de lo político, en la medida en que se comprometen con una fuerza que pugna por responder a aquel viejo texto que retomaba Platón de Sócrates del Oráculo de Delfos, referido al conocerse a sí mismo, para ocuparse de sí y de los otros. La filosofía en el orden práctico se despliega de la mano de la de Ética, como reflexión consciente acerca de los valores y fines sobre los que edificamos la política, en tanto gestión del bien común. El antiguo mandato de los sabios griegos no se reduce al conocimiento de uno mismo, sino que valora este conocimiento como instrumento para ocuparse de los demás. Cuidar de uno mismo y de los otros. En ese sentido, y solo en ese sentido, la filosofía puede contribuir a la construcción de lo común, a la recuperación del ser público.
María del Huerto Revaz se desempeña en la UNNOBA como investigadora y docente en materias de distintas carreras: Epistemología y Metodología de la Investigación, Bioética para agrónomos y genetistas, Filosofía para Enfermería. También dicta Talleres de Filosofía en PEPSAM para adultos mayores.
Diseño: Laura Caturla
¡A prepararse para el verano!
Por Ana Sagastume
A inicios de 2020, cuando la COVID-19 parecía un fantasma de un país lejano, muchos sanitaristas señalaban que la epidemia del dengue era más preocupante en Argentina que el mismo coronavirus. Sin embargo, aunque la pandemia haya echado por tierra los pronósticos de muchos científicos y políticos en el mundo, el dengue no ha dejado de ser una enfermedad de relevancia sanitaria.
“Este verano vivimos la epidemia de dengue más grande en Argentina. Inclusive, llegó a zonas de la provincia de Buenos Aires a las que antes no había llegado”, advierte Victoria Luppo, profesional en el Laboratorio de Virología del Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas “Dr. Julio Maiztegui” (INEVH), ubicado en la ciudad de Pergamino. Cintia Fabbri, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del Instituto, coincide con Luppo respecto de la magnitud y contextualiza: "Este año ha sido la mayor epidemia de dengue en el país desde su reemergencia. En 2019 fue muy importante la epidemia en Latinoamérica, lo que se vio reflejado en lo que pasó en Argentina".
Luppo, quien cursó la Maestría en Zoonosis en la UNNOBA, cuenta que en Argentina el dengue apareció en 1997 "en las provincias que limitan con Bolivia, Paraguay y Brasil". Recién en 2009 llegó a zonas más templadas, como la provincia de Buenos Aires. "Se corrió un poco de lo que era NOA o NEA y en 2016 llegó ser todavía más grande, con una gran incidencia en CABA", describe.
La particularidad que tuvo la última epidemia de dengue en el país es que, además de proliferar en lugares templados, involucró tres de los cuatro serotipos de la enfermedad. “Cada serotipo es un virus distinto de dengue —especifica Luppo— y en los últimos brotes veníamos observando fundamentalmente serotipo 1 (DEN-1). Este año no solo creció el número, llegando a tener más de 80 mil casos sospechosos denunciados en el sistema de salud, con más de 45 mil confirmados, sino también con tres serotipos: 1, 2 y 4 (DEN-1, DEN-2 Y DEN-4)”. En la misma línea, Fabbri observa: “Eso no ha sido lo habitual respecto de lo que sucedía en años anteriores en los que Argentina tenía un serotipo predominante y, en forma aislada o minoritaria, otro”.
Dado que las personas que ya desarrollaron la enfermedad a partir de un serotipo tienen más probabilidades de manifestarla en forma grave si se contagian con otro serotipo, la convivencia de varias secuencias del virus mantiene a los científicos del INEVH en alerta. “El dengue, en general, es una enfermedad leve. Sin embargo, si una persona que tuvo dengue 1, se contagia con el serotipo 2 o 4, tiene riesgos mayores”, informa Fabbri. Luppo coincide pero matiza: “Cuando hay infección con serotipos diferentes, hay un mayor riesgo de cuadros graves, aunque no siempre es así”.
Otra vez primavera
Una persona viaja a un país limítrofe y se enferma de dengue. Al regresar a Argentina, es picada por una hembra del tipo Aedes aegypti, la cual extrae proteínas de su sangre, necesarias para la vida de sus larvas. Con esta picadura contrajo el virus del dengue y, al picar a otra persona, la contagia de dengue también. Esta persona, a su vez, es picada por otra mosquita que actúa como vector para contagiar a otra persona… y así. Este es el modelo que, según los especialistas, cada año se repite y da lugar a un nuevo ciclo de dengue en el país.
“Argentina no es un país endémico del dengue. La introducción arranca por una persona virémica que genera un ciclo de replicación. Otra posibilidad es que Argentina empiece a ser considerada, como la mayoría de los países de la región, un país endémico, sobre todo en las regiones del norte del país”, puntualiza la doctora Fabbri.
“Decimos que no somos endémicos en Argentina, aunque hay algo de duda en ello —sugiere Luppo—. Si bien no se habla de endemicidad en Argentina, hay regiones y provincias, como Formosa y Misiones, que siempre están en continuo estudio para determinar si es que se corta la transmisión o no”.
La zona centro del país cuenta con la ventaja de que las temperaturas bajas de invierno impiden la proliferación del mosquito. Sin embargo, el vector Aedes aegypti reinicia su ciclo cada año, cuando las temperaturas así se lo permiten, es decir, con cada primavera. “Ahora es cuando tenemos que empezar a prepararnos, ya que no tenemos casos y deberían iniciarse las medidas de acción, prevención y concientización”, considera Luppo.
Hábitos del mosquito, hábitos humanos
El mosquito Aedes aegypti es un insecto urbano que desarrolla sus larvas en aguas limpias y estancadas. Se lo puede encontrar en floreros, macetas, recipientes de animales y cualquier tipo de receptáculo a la intemperie que permita acumular agua. Los terrenos baldíos y los basureros al aire libre también son ámbitos propicios para su proliferación, ya que la irregularidad de sus superficies favorece la acumulación de agua de lluvia.
Si se quiere combatir el dengue, entonces, es necesario reducir los espacios en que su vector, el mosquito, desarrolla su vida. Tanto el Estado municipal como los individuos tienen responsabilidades al momento de evitar que la enfermedad se propague. “Tenemos que procurar mantener limpios nuestros patios, evitando la posibilidad de que exista agua estancada. A su vez, el municipio tiene la responsabilidad de mantener los espacios públicos limpios”, plantea Luppo.
Fabbri considera que “más que preocuparse hay que ocuparse”. “Hay que ocuparse de generar hábitos en la población y de registrar esas acciones humanas que permiten que el mosquito prolifere y las epidemias sean cada vez más grandes. El municipio tiene que ocuparse de que los espacios públicos estén limpios, que no tengan basura y el césped no esté alto. Las gomerías no deben dejar las gomas al aire libre porque también ellas pueden ser lugar de criadero de mosquitos”, enumera Fabbri.
Otra de las medidas que puede tomar el municipio para controlar el avance de la enfermedad es la de realizar fumigaciones periódicas. En tanto, tener mosquiteros en las ventanas de los hogares constituyen acciones apropiadas para evitar el ingreso del mosquito en los domicilios particulares. En definitiva, para controlar la enfermedad es necesario controlar a su agente transmisor. “El mosquito ya llegó a esta zona del país, por eso lo que hay que hacer es disminuir su proliferación todo lo que se pueda”, resume Luppo.
Otros virus y otros mosquitos
Cintia Fabbri advierte que si bien el dengue es la enfermedad transmitida por mosquitos más conocida, no es la única a prevenir. “La fiebre amarilla es otra enfermedad transmitida en forma urbana por Aedes aegypti. En los últimos años fue muy grande su proliferación en Brasil, llegando al sur de ese país. Por eso, en el último verano hemos estado muy alertas por una posible introducción a Argentina, ya que la fiebre amarilla es una enfermedad más severa que el dengue, alcanzando tasas de letalidad más altas”, remarca Fabbri, quien en el INEVH se ocupa del diagnóstico de molecular de arbovirus.
La ventaja que tiene fiebre amarilla respecto del dengue es que cuenta con una vacuna “muy efectiva”. “El problema es que no toda la gente está vacunada”, aclara Fabbri y añade: “Tenemos que estar muy alertas cuando empiece la temporada estival, porque habiendo llegado hasta el sur de Brasil, tenemos un riesgo alto de introducción al país”.
Otro mosquito que circula en la región es del género culex. Fabbri describe: “Es un mosquito que tiene el hábito de picar a humanos, como el Aedes, pero también a otros animales, como pájaros. Es más pequeño y suele picar a la noche o al amanecer, cuando hay más oscuridad, a diferencia del Aedes que pica de día”.
Una de las enfermedades que transmite el culex es la encefalitis de San Luis. Fabbri indica en relación a este mosquito: “Es un agente que en general no produce grandes brotes epidémicos. El primero se vio en Córdoba en 2005. De ahí en más se detectaron otros brotes epidémicos: en AMBA, Santa Fe y Córdoba. En Pergamino, en 2015, tuvimos un pequeño conglomerado de casos. Como es un virus que en general no causa epidemia, un pequeño número de casos se lo considera un brote epidémico”. En tanto, Luppo subraya: “Es algo que hay que prestar mucha atención, ya que hubo un fallecido en Pergamino”.
Otra enfermedad causada por el mosquito del género culex es la transmitida por el virus “West Nile” o Virus del Nilo Occidental. Fabbri historiza: “Es un virus originario de África que llegó a Estados Unidos en el año 2000 y comenzó a descender hacia el sur, produciendo brotes epidémicos con muchas muertes y casos de encefalitis. En Argentina fue detectado por primera vez en 2006, a partir de la muerte de caballos”.
Afortunadamente, el virus del Nilo Occidental no ha hecho estragos en humanos de la región, como sí lo hizo en Estados Unidos. Sin embargo, los profesionales y científicos del INEVH se mantienen atentos ante un posible avance de la enfermedad denominada “fiebre del Nilo Occidental”.
En suma, para evitar la propagación de estas enfermedades (dengue, fiebre amarilla, encefalitis de San Luis o virus del Nilo Occidental) hay un único camino: controlar a los agentes transmisores, los mosquitos. “Si bien el dengue tiene un alto impacto en la región, controlar la proliferación de mosquitos es importante para combatir a varias enfermedades”, sintetiza Luppo.
Foto portada: Parque Natural Laguna de Gómez de Junín (Facundo Grecco)
Diseño: Laura Caturla
Ciencia en tiempos de pandemia
Por Ana Sagastume
Todo comenzó con una sopa de murciélagos, dicen unos. No, dicen otros, fue un pangolín.
Los animales domésticos y de criadero no transmiten la enfermedad, aseguran de un lado. Los gatos y hurones sí se infectan, siendo capaces los visones de transmitirla a los humanos, alertan del otro.
El virus no es de transmisión aérea, dicen algunos. El virus puede persistir en el aire algunas horas, replican otros.
Unos consideran que SARS-CoV2 sobrevive en las superficies durante algún lapso tiempo, al acecho de que algún humano distraído haga contacto físico con ellos. En tanto, otros ponen distancia de esos y señalan que no existen pruebas concluyentes de que el coronavirus pueda transmitirse por el contacto de la piel humana con superficies infectadas.
Mientras la sociedad le pide a los científicos verdades irrefutables para mitigar la angustia que produce la incertidumbre por un futuro en el que la misma existencia y la vida social parecen peligrar, la ciencia está muy lejos de brindar esas respuestas tranquilizadoras.
Rolando Rivera puede considerarse un científico con todas las letras. Premiado internacionalmente, investigador principal del CONICET, doctor en Bioquímica, ya lleva más de tres décadas dedicado a la actividad científica. “La ciencia no tiene la verdad revelada. ¡Y menos ahora!”, asegura el fundador del Centro de Bioinvestigaciones (CeBio) de la UNNOBA. “No se puede tener un conocimiento cabal de una enfermedad en seis meses, es imposible. Es más lo que no sabemos que lo que sabemos. Son más las preguntas que nos hacemos que las que podemos responder. Es muy probable que el año que viene se cuente con la vacuna, pero las preguntas que quedarán sin responder van a ser muchas”, fundamenta.
Así y todo, diariamente aparecen en los medios de comunicación noticias de los últimos hallazgos que parecen dar una respuesta definitiva que permita, de ahora en más, transitar por un terreno sólido y confiable. “Se combinan dos fuerzas catástroficas: los que quieren saber ya cómo son las cosas, algunos periodistas y políticos, y los que no saben pero les encanta decir que ya lo saben, que son algunos científicos”, dice Rivera Pomar con el atrevimiento que lo caracteriza y cierta incorrección. Su mensaje también va destinado a la propia comunidad, la científica: “Soy muy crítico de los medios de comunicación porque dicen cosas que no saben, pero soy mas crítico de algunos de mis colegas a los que les ponés un micrófono adelante y te quieren convencer de que tienen la cura del mundo, y vos sabés que no”.
“Aunque se le pide a la ciencia respuestas definitivas, no tenemos nada de eso. La ciencia es un proceso de construcción de afirmaciones y refutaciones que va avanzando en el conocimiento”, insiste Rivera. “Todas las evidencias muestran que la evolución existe, pero no hay una Ley de la evolución”, ejemplifica, plasmando, de esta manera, una visión de que para él la ciencia es, la cual parece alinearse con la del epistemólogo Karl Popper quien sostenía que el conocimiento científico no avanzaba confirmando nuevas leyes, sino, más bien, descartando hipótesis que contradecían la experiencia. Desde esta perspectiva, una afirmación científica planteada en base a un experimento persiste hasta tanto otro experimento u observación la contradiga.
Por otra parte, quizás la ansiedad generada por la falta de certezas que en la actualidad brinda la ciencia frente a la pandemia pueda explicar la proliferación de teorías conspirativas o la negación de la existencia misma de la crisis, en línea, por ejemplo, con movimientos que cuestionan los hallazgos y logros de ciencia, como el movimiento "antivacunas" o los “terraplanistas”. Rivera es taxativo y se pone del lado de su comunidad (científica): “La malaria es la enfermedad infecciosa que más muertes causa en el mundo, sin embargo hoy hay más muertes por COVID-19 que por malaria. O sea, no es una pavada. De todas maneras, si una persona común adhiere a teorías conspirativas es entendible, porque no conoce, pero me parece alarmante cuando algunos jefes de Estado niegan la pandemia”.
Por qué algunas personas no se enferman
A medida que la ciencia se hace preguntas, va generando hipótesis que son conjeturas de por qué o cómo suceden los fenómenos. Eso da lugar a la puesta en marcha de ciertos dispositivos (controlados y consensuados por la comunidad científica), como experimentos, que van permitiendo generar conocimientos nuevos. Estos saberes suscitan, a su vez, nuevas preguntas e hipótesis en un camino infinito hacia la búsqueda de la verdad, “la cual nunca se encuentra definitivamente, aunque nos seguimos aproximando”, dice Rivera. Esa sería la tarea científica de acuerdo a la visión de muchos investigadores, como la del fundador del CeBio.
En relación a la pandemia que hoy aqueja al mundo, existen algunas respuestas probables a problemas planteados y, también, nuevas preguntas. Por ejemplo, algunos estudios científicos recientes determinaron que, aproximadamente, el 80% de personas que adquieren la COVID-19 son asintomáticas (aunque ese valor varía dependiendo del número de personas analizadas). Es decir, no muestran síntomas de la enfermedad aunque son capaces de transmitir la enfermedad a otros.
Una de las preguntas que nos podríamos hacer sería: ¿por qué algunas personas enferman y otras no? Hay varias hipótesis de por qué sucede esto: “Una de ellas -explica Rivera- plantea que se debe a la cantidad de virus que la persona recibe. Si es baja, entonces el virus tarda más en replicarse y finalmente, cuando lo hace, le dio tiempo a la respuesta inmunológica. El virus, en este caso, se retira lentamente ante una reacción inmunológica progresiva”.
Otra hipótesis plausible es que esto esté relacionado con las características genéticas de cada individuo. “Como todos los problemas graves de la enfermedad se dan por un exceso de reacción inmunitaria, lo que puede pasar es que determinadas personas que no tengan una reacción inmunitaria tan 'salvaje', por decirlo de alguna manera, no desarrollen la enfermedad”, ilustra Rivera.
Sin embargo, el investigador del CeBio considera apropiado reemplazar el interrogante por otro que permitiría producir mejor evidencia: “Me parece que la pregunta sería al revés. No por qué hay gente que no muestra síntomas sino por qué hay gente que sí, ya que los que tienen síntomas son menos. En otros términos, por qué algunas personas parecen ser más sensibles al virus”. Aquí entran todas las personas que tienen factores de riesgo, como los mayores y las personas con patologías crónicas (hipertensión, obesidad, diabetes, etc.). “También podemos incluir a las personas con Síndrome de Down, tal como lo postuló el investigador argentino Joaquín Espinosa, que trabaja en la Universidad de Colorado, quien plantea que como estas personas tienen una respuesta inmune exacerbada, pueden llegar a producir una inflamación tal que generan el colapso de los alvéolos del pulmón”, agrega el investigador.
Un enigma que a algunos científicos les inquieta en este momento es la existencia de personas a las que el virus les persiste durante un tiempo prolongado, más allá de lo habitual (por ejemplo, dos meses), sin mostrar síntomas de enfermedad. Esto fue probado en un caso sin síntomas en Wuhan, aunque se están iniciando estudios en otros lugares con casos similares. “¿Ese virus que permanece muestra algún cambio genético que lo hace más persistente y menos patógeno en cuanto a la producción de la enfermedad? ¿Esa persona puede, potencialmente, seguir contagiando?”, se pregunta Rivera, quien en la UNNOBA se desempeña como profesor titular de “Genética del Desarrollo” en la carrera Licenciatura en Genética.
Virus que desaparecen
Se sabe también que muchas enfermedades infecciosas fueron erradicadas o controladas por el descubrimiento de una vacuna, como por ejemplo, el sarampión o la Polio. Sin embargo, la humanidad padeció otras enfermedades que, simplemente, desaparecieron. ¿Por qué esto sucede?, es otra de las incógnitas. Nuevamente, la respuesta de Rivera plantea varias hipótesis posibles: “Nadie puede saber por qué sucede esto, pero sucede. La hipótesis más aceptable, en mi opinión, es que cuando el virus ha afectado a muchas personas, se adquiere una inmunidad, entonces cuando va a infectar nuevamente, la probabilidad que una persona la adquiera es menor”.
—¿El virus se recluye?
— El virus se muere. Si la persona que lo porta no puede infectar a otro porque éste es inmune, entonces el virus deja de existir.
Esto es lo que probablemente sucedió con la mal denominada “gripe española”, hace cien años. “En aquel momento se infectaron dos tercios del planeta, entonces el virus tuvo menos probabilidad de seguir infectando”, comenta Rivera.
Otra conjetura que podría explicar por qué ciertas enfermedades infecciosas desaparecen es que el virus mute y que, en esa mutación, se haga menos efectivo, es decir, menos patógeno. “Que el virus infecte no quiere decir que sea patógeno”, aclara Pomar. “Todos estamos llenos de virus, convivimos con virus, lo que sucede es que solo algunos de ellos son patógenos. Somos un ecosistema que camina, con un montón de bichos dando vuelta, que son parte de uno. Entonces puede ser que los virus muten a una forma más infectiva pero menos patógena. Estamos llenos de bichos, pero te agarró el patógeno, y... zas”, bromea Rivera.
Proyecto conjunto entre la UNNOBA y la UNJu
La línea de investigación que Rivera venía desarrollando antes de la pandemia estaba relacionada con el Mal de Chagas a partir de su insecto transmisor, la vinchuca. Sin embargo, las medidas de aislamiento obligatorio lo obligaron a suspender muchas de las actividades regulares que antes realizaba. Así, por un contacto fortuito con la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu) vislumbró la posibilidad de contribuir desde su conocimiento a la situación de crisis provocada por la pandemia, a partir de su saber en virología (específicamente, su tesis de doctorado giró en torno al virus Junín).
El Instituto de Estudios Celulares, Genéticos y Moleculares de la (UNJu) y el Ministerio de Salud de la Provincia de Jujuy estaban desarrollando en ese momento varios proyectos en torno a la pandemia, pero no contaban con un especialista en virología. Rivera encontró allí una manera en la que el CeBio de la UNNOBA podía colaborar.
La directora del Instituto Nancy Hernández contextualiza la situación actual de la provincia norteña en relación al coronavirus: “Jujuy tuvo una cuarentena muy estricta desde sus comienzos. Se controlaron las fronteras muy rápidamente. Esa medida inmediata nos permitió que no tengamos circulación de virus”. Uno de los programas que ha implementado el Ministerio de Salud de Jujuy, junto con la UNJu y con la colaboración de la UNNOBA, es el Plan C 360º. “El programa se llama así porque es universal, se testea a toda la provincia”, ilustra Hernández y luego explica el procedimiento: “Es un muestreo aleatorio basado en la cantidad de población del censo 2010. Ese número determinó que debían testearse una determinada cantidad de casas. En cada una se hace un test rápido a un individuo y a un 10 por ciento de los test negativos se le realiza un segundo test, con la Técnica de ELISA, para corroborar el resultado y poder determinar la eficiencia de los test rápidos”.
Los muestreos en la provincia se van repitiendo cada dos semanas. “Como sabemos exactamente los lugares donde estamos testeando, si en algún momento aparece un caso positivo, vamos a poder tomar medidas sanitarias para atacar la infección y evitar que comience a haber circulación”, fundamenta la doctora Hernández.
Además de testear la presencia del virus en la persona, también estudian la “huella” que eventualmente pudo haber dejado el virus en el cuerpo. En otras palabras, test inmunológicos que determinan la existencia de anticuerpos contra el virus, teniendo en cuenta que la gran mayoría de infectados con SARS-CoV-2 no presentan síntomas (aproximadamente un 80%). Esta acción apunta a conocer la “profundidad de la epidemia en una región” y realizar un mapeo epidemiológico que permita establecer focos posibles de infección, previendo la posibilidad de que exista una segunda ola infecciosa.
El proyecto “Estudio de la seroprevalencia de SARS-CoV-2 en la provincia de Jujuy”, dirigido por la doctora Hernández, está financiando por el Consejo Federal de Ciencia y Tecnológica, dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Secuenciación genética
Rivera comenta que uno de las ideas de colaboración con Jujuy es estudiar a pacientes asintomáticos, en especial algunos casos en que el virus tuvo una presencia en el cuerpo del paciente más allá de lo habitual. En ese sentido, se apunta a determinar qué cepas virales estén circulando en la provincia y si, eventualmente, existe alguna relación entre el genoma viral y la sintomatología (leve) que este tipo de pacientes presentan.
Otra de las líneas de investigación a la que apunta Rivera es la de “secuenciar el genoma de los virus encontrados en Jujuy” para determinar la velocidad en que el virus muta, así como deducir la procedencia de la cepa. “De esta manera, será posible conocer cuál fue el origen, si ese virus antes de pasar por Buenos Aires estuvo en Europa o Estados Unidos, y ver todos los cambios que tuvo ese virus en todo ese trayecto. La idea sería entender si esa mutación lo hace más o menos infectivo”.
Rivera considera que Argentina debe avanzar en la secuenciación genómica del virus SARS-CoV-2. “En el país ya se secuenciaron tres cepas en el Instituto Malbrán, lo cual es muy bueno, pero no es suficiente”, opina y agrega: “Tendrían que ser cientos. Nosotros en la UNNOBA tenemos el equipamiento para hacerlo, podríamos tener la capacidad de secuenciar casi 100 virus cada tres días a un costo relativamente bajo”.
—En relación a la capacidad técnica, ¿el CeBio podrían estar trabajando con casos del conurbano y de CABA?
—Por supuesto y con las Regiones Sanitarias correspondientes a Junín y Pergamino.
En ese sentido, Rivera mencionó un proyecto de “colaboración internacional en el que están tratando de secuenciar los genomas de la mayor cantidad de virus posibles para tener una idea de cuán rápido cambia”.
Diseño: Laura Caturla
Foto portada: Agencia Télam
La violencia invisible hacia los mayores
Por Raquel Castro
Directora del Programa de Educación y Promoción de la Salud de los Adultos Mayores (PEPSAM) de la UNNOBA.
El maltrato hacia las personas mayores continúa siendo un tema tabú en nuestra sociedad. Si bien ha comenzado a tener mayor visibilidad como problema en el mundo, aún faltan estudios y planes concretos de acción.
Se prevé que entre 2015 y 2030 habrá un importante aumento de la población de mayores de 60 años, lo cual puede llevarnos a predecir un posible aumento de casos de abusos y maltratos hacia ellos, si es que la sociedad no avanza en la toma de conciencia sobre la problemática. La comunidad internacional debe prestar atención al tema ya que afecta no solo la salud sino los derechos humanos de millones de personas alrededor del mundo.
Esta problemática en general pasa inadvertida por temor a la exposición pública, miedo a las represalias, a perder el estatus familiar o el afecto (ya que en la mayoría de los casos son familiares cercanos o cuidadores), ante lo cual no se suele pedir ayuda
La OMS define como maltrato a la persona mayor a “la acción única o repetida, o la falta de respuesta apropiada” que lleva a producir “daño o angustia a una persona anciana”. Esto tiene lugar “dentro de cualquier relación donde exista una expectativa de confianza”.
En la sociedad actual, nos encontramos con diferentes formas de violencia. La directa es la más visible, la cual se manifiesta a través de agresiones que pueden ser: psicológicas (insultos, humillaciones, desvalorización, críticas, manipulación de la voluntad, etc.), físicas (golpes, empujones, puñetazos, etc.), económicas y financieras (venta o apropiación del hogar, cobro y uso de la jubilación sin consentimiento), sexuales, o de pérdida de libertad (institucionalización sin consentimiento).
Existe, sin embargo, una violencia menos visible, inserta en nuestra cultura. Prejuicios, estigmatización y discriminación circulan de manera naturalizada. Esto puede verse reflejado en la homogeneización del trato a los mayores: “todos son vulnerables, seniles, infantiles, enfermos, pasivos, etc.”
Otra forma de violencia se da a través de los sistemas institucionalizados de los que dependen los mayores y no les proveen de insumos necesarios, medicamentos, prótesis, etc. Otro ejemplo son las largas filas que deben hacer muchos, durante horas, esperando para cobrar su jubilación.
En el contexto actual de la pandemia, la discriminación por edad se ha hecho más notoria por las disparidades en la protección social y de atención médica, o la ausencia de reconocimiento de la capacidad de una persona para la toma de decisiones por el solo hecho de ser mayor. Los expertos en derechos humanos de la ONU han advertido sobre estos aspectos, considerando que no debe haber excepciones cuando necesiten servicios de salud, debiendo ser respetadas las garantías fundamentales de los mayores.
Hacia un paradigma de derechos
El Preámbulo de la Convención Interamericana sobre la Protección de Derechos humanos de las Personas Mayores de 2015 señala que tienen “los mismos derechos humanos y libertades fundamentales que otras personas”, incluido el de no verse sometidas a discriminación fundada en la edad ni a ningún tipo de violencia. Además, se reconoce el derecho a “seguir disfrutando de una vida plena, independiente y autónoma, con salud, seguridad, integración y participación activa en las esferas económica, social, cultural y política de sus sociedades”. Por eso, se plantea “la importancia de facilitar la formulación y el cumplimiento de leyes y programas de prevención de abuso, abandono, negligencia, maltrato y violencia contra la persona mayor”.
Como sociedad debemos fomentar la cultura del buen trato a través de la educación, la sensibilización y la visibilización. No podemos pensar a los mayores como un colectivo homogéneo, basado en el criterio de edad, desconociendo sus singularidades y posibilidades.
Es una cuestión que nos compete a todos, cualquiera sea la edad. Los mayores, a su vez, deben empoderarse haciendo respetar y reconociendo los derechos que tienen como ciudadanos.
Diseño: Laura Caturla
Fotos: Agencia Télam
Ciencia para la salud
Por Ana Sagastume
Flexibilidad y compromiso social, dos cualidades que están demostrando investigadores y becarios de la UNNOBA, quienes dejaron todo lo que antes hacían para abocarse al diagnóstico de COVID-19 en la región sanitaria que tiene sede en Junín.
Este equipo creado desde el Centro de Investigaciones Básicas y Aplicadas de la UNNOBA, hasta hace unas pocas semanas estaba trabajando para generar nuevos conocimientos dentro de distintas líneas de investigación de la salud humana (cáncer de mama, Alzheimer, bacterias resistentes, entre otras). Pero la pandemia mundial que tiene a Argentina bajo cuarentena, los conmovió personalmente y los interpeló en su rol social.
Carolina Cristina, directora del Centro, recuerda que luego de que el Ministerio de Salud convocara al CIBA para trabajar en el diagnóstico regional de coronavirus se reunió con investigadores y becarios para presentarles la propuesta: “Pregunté, con mucha cautela, quiénes estaban dispuestos y fueron impresionantes las respuestas positivas. ¿Cómo no vamos a participar si podemos ser útiles para el país y estamos capacitados para hacerlo?, me decían”.
Cristina cuenta que desde el CIBA ya empleaban para sus investigaciones la técnica de PCR, que es la que se utiliza para diagnosticar coronavirus y que, además, contaban con los equipos. “Por eso, cuando nos enteramos de que íbamos a formar parte de esta red, lo vivimos con mucha alegría porque era una manera de contribuir desde nuestro conocimiento en esta situación crítica que la sociedad está atravesando”.
“En lo que nos capacitamos mucho y nos entrenamos todos es en la bioseguridad para el manejo de la muestra infectiva en el laboratorio. Siguiendo los protocolos del Ministerio de Salud de la Nación, nos equipamos en el CIBA con los elementos de protección personal recomendados, e hicimos prácticas para utilizarlos”. Nada podía quedar librado al azar cuando se tratara de bioseguridad.
En la actualidad, el CIBA está recibiendo a diario muestras de Junín y la región que se logran procesar en "una única tanda". La estructura actual permitirá analizar hasta 50 muestras por día, lo que dependerá del devenir de la pandemia en el país. “Tenemos prevista una cobertura de 24 horas diarias, si esto fuera necesario”, señala la doctora Cristina.
El equipo está conformado por unas 25 personas, entre investigadores del CONICET que están trabajando en el CIBA, becarios de investigación (graduados de la UNNOBA realizando sus doctorados), técnicos y profesionales de apoyo de UNNOBA y del CONICET, además del grupo de bioquímicos del Hospital Interzonal General de Agudos "Abraham Piñeyro" (HIGA Junín) con quienes, según palabras de Cristina, trabajan “codo a codo” en este proceso. “Generamos un protocolo interno y estamos todos participando, ya sea de manera presencial, como remota”, indica Cristina.
Cristina aclara que, de acuerdo al protocolo, las muestras para detectar el virus SARS-CoV-2, llegan primero al Hospital Interzonal de Agudos Abraham Piñeyro y, desde allí se derivan al CIBA: “En el laboratorio del HIGA se les asigna un código único, es decir que para nosotros son anónimas, y se las ingresa en el Sistema de Vigilancia Nacional antes de derivar al CIBA en un envase de seguridad para muestras infecciosas”, cuenta la investigadora de UNNOBA y del CONICET.
La muestra, que se abre en una cabina de bioseguridad en el CIBA, se le extrae un volumen pequeño. “La técnica (lisis) consiste en romper la partícula (el virus) para exponer el material genético que hay en su interior”, detalla Cristina.
El genoma de este virus no está basado en ADN, sino en ARN. Cristina caracteriza: “Además de conferirle al virus una gran capacidad de mutar, el ARN es más lábil que el ADN. Es decir, se degrada fácilmente. Por eso, tenemos que tener mucho cuidado ya que lo necesitamos entero para que la técnica de PCR funcione. De ahí que se trabaja en condiciones de seguridad e higiene extremas”. Si bien no se necesita trabajar en condiciones de esterilidad, sí hay que asegurarse que la cabina (que protege a los profesionales y al medioambiente) esté libre de un tipo de enzimas que, justamente, se ocupan de degradar las moléculas de ARN (las ARNasas).
Luego de la extracción del material genético, éste se purifica con soluciones de lavado, con lo que se obtiene ARN purificado. Ahí viene el momento de la técnica propiamente dicha para detectar genes del virus: la PCR o Reacción en Cadena por Polimerasa. Cristina aclara que si bien comparte las iniciales con la Proteína C Reactiva, no se trata de lo mismo: “Esta PCR es una técnica de Biología Molecular que produce gran número de copias de una secuencia de ADN, mientras que la Proteína C Reactiva es una proteína plasmática que se produce en respuesta a la inflamación y se mide en otras patologías”.
La técnica de PCR se realiza en otro laboratorio del CIBA, ya que, como explica Cristina, “todo tiene que estar sectorizado”. El instrumento “ estrella”, en este caso, es el “termociclador”, que a través de ciclos de temperaturas altas y bajas, a las que se llega con gran velocidad, una proteína polimerasa y otros reactivos amplifican de la muestra tres genes que “selectivamente” identifican el SARS-CoV-2. “Los valores obtenidos determinan si la muestra es positiva o negativa para este virus que produce la COVID-19”, informa Cristina
El resultado se informa al HIGA donde los bioquímicos cotejan el valor analítico obtenido en el CIBA con los datos de la historia clínica del paciente. Una vez hecho el análisis completo, se carga el resultado final en el Sistema de Vigilancia Nacional SISA, al que acceden las autoridades de salud locales, provinciales y nacionales.
Crecer en tiempos de crisis
Ante la pregunta respecto de las medidas tomadas por el gobierno nacional en relación a la cuarentena, Cristina considera: “Están tomadas a partir del conocimiento de lo que es capaz de resistir nuestro sistema de salud y de lo que no es capaz, mirando el espejo de lo que ocurrió en China y en el resto del mundo”, considera. “Todo lo que se está haciendo nos resulta difícil, pero tiene sentido”, asegura.
Aunque la coyuntura actual instala una serie de preocupaciones sanitarias y económicas que parecen proyectarse hacia el futuro mediato de Argentina, Cristina no se desanima. Con un hablar continuo, sin pausa, su discurso exhibe distintos tonos con los que intenta comunicar las emociones que le suscitan las experiencias. Con ello logra transmitir entusiasmo por lo que hace a quienes la escuchan: la ciencia en beneficio de la sociedad.
Cristina, en lugar de lamentarse, prefiere concentrarse en todo lo que esta crisis propició: “Hoy estamos trabajando en la Universidad con el Hospital como si fuésemos una única unidad. ¡Como si fuésemos el mismo laboratorio! Yo creo que de esta nueva realidad en que nos puso el coronavirus, terminamos aprendiendo todos: nosotros (el CIBA), del sistema de salud, del manejo de pacientes y de la muestra clínica. Ellos (los profesionales de HIGA), con las técnicas y la forma de trabajo nuestra”.
“Se trata de una transferencia de tecnología impresionante que la UNNOBA está haciendo en beneficio de la sociedad”, destaca. En ese sentido, Cristina se permite imaginar nuevos proyectos que podrían contribuir con la salud pública: “Existen otras patologías que se diagnostican por PCR en tiempo real y que junto al hospital podríamos abordarlas a partir de esta experiencia, por ejemplo la influenza”.
La secretaria de Investigación subraya que, a partir de la pandemia, el sistema de salud y científico trabajaron en conjunto a nivel nacional: “Que la ciencia trabaje junto al sistema de salud, resulta algo muy beneficioso para el país. Los países desarrollados tienen en los hospitales los centros de investigación incluidos, trabajan juntos. Es lo ideal y tenemos que trabajar para que esto pase en Argentina”.
Diseño: Laura Caturla
Falsas noticias, el otro virus que también enferma
Por Marcelo Miró
Profesor de Comunicación de la UNNOBA
La secretaria de Acceso a la Salud en la Argentina, Carla Vizzotti, introdujo por primera vez y de manera oficial en una conversación con periodistas el concepto de infodemia, acuñado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para señalar una práctica que promueve miedo y entraña riesgos para la salud a partir del consumo de falsas noticias sobre la pandemia del coronavirus.
Es necesario reflexionar sobre los objetivos de desinformar, las razones por las cuales esa información circula con tanta fluidez y se viraliza tan o más rápido que el Covid-19 y finamente cuáles son las prácticas correctas para enfrentar la situación.
¿El negocio de desinformar?
“Estamos en guerra”, dicen los especialistas que nos preparan para afrontar una epidemia cuyos efectos y alcances aún desconocemos. Si prestamos atención a las noticias vamos a percibir que, lamentablemente, estamos en medio de varias guerras, una de ellas es la de la información o de la desinformación entre países, líderes mundiales e intereses comerciales que han plagado los medios de comunicación con noticias falsas y teorías conspirativas, lo que ha convertido a la desconfianza en nuestra nueva realidad.
Como la desinformación se ha viralizado con tanta velocidad, la OMS ya nos ha declarado víctimas de la "infodemia” en la que incluyen soluciones falsas, recetas caseras, pseudociencias y rumores con información fuera de contexto.
Lo primero que observamos es que es extremadamente variada la producción para la desinformación, lamentablemente validada por muchos líderes importantes y medios de comunicación que se hacen eco de interpretaciones conspirativas que buscan responsabilizar al otro sobre las consecuencias de la pandemia que estamos sufriendo. Para Trump es el “virus chino”, para los chinos fue un extranjero el que inició el contagio, la primera ministra de Alemania acusó a Trump de querer robar, a través de una compra agresiva, un laboratorio alemán con estudios muy avanzados sobre el virus, los líderes de la Unión Europea acusan a Rusia de promover desinformación, pánico y alarma entre la población; esto solo por mencionar las acusaciones y escándalos más relevantes que se fueron publicando.
Lo sintetiza muy bien la investigadora del Centro de investigaciones Internacionales de Barcelona (CIDOB), Carme Colomina, en su nota sobre “Coronavirus: información y desinformación” cuando escribe “¿Quién está mejor equipado para hacer frente a una pandemia: las democracias liberales o los regímenes autoritarios, en su capacidad de imponer medidas drásticas a su población? El relato sobre el coronavirus también tiene su dosis de geopolítica, de confrontación de modelos y de capacidades disruptivas”. Ver nota, aquí
Si a este panorama le sumamos el desconcierto y el estado de debate de la comunidad científica ante la velocidad del virus y las estrategias diferentes de los gobiernos sobre cómo enfrentar la situación, divididos por ahora entre quienes paralizan los países (cuarentena) para frenar la ola de contagios y quienes evitan frenar sus economías porque creen que puede ser mucha más catastrófica la situación, es natural que población, que está consumiendo información en tiempo real, acreciente su desconfianza y aumente la alarma social.
Las primeras víctimas de esta ola de desconfianza son la solidaridad entre las personas y países que deben cooperar para superar la situación, las instituciones que deben establecer las estrategias unificadas y la ciencia que busca y da las respuestas más adecuadas con la información existente.
¿Por qué se viralizan las falsas noticias?
La alarma social asusta, las personas se sienten vulnerables y pueden aumentar la presión y su disconformidad con los gobiernos. Esto explica no solo la puesta en marcha de grandes maquinarias de comunicación para correr el foco por parte de muchos Estados, sino también la desesperación de las personas por buscar información alternativa a la oficial que nos dé una explicación de la inminente amenaza y posibles soluciones.
Con este cóctel se potencia la infodemia, una práctica en la que todos quieren tener la última información, audios de supuestos médicos y testigos de los países que más están sufriendo, videos con soluciones, que van supliendo la falta de información oficial o las “lagunas” explicativas de la propia ciencia que, en muchos casos, va corriendo atrás de las consecuencias de la pandemia. Esta práctica puede provocar consecuencias muy graves en la salud de la población.
La velocidad de circulación de la mayoría de estos mensajes que se viralizan por las redes sociales nos da certezas que la ciencia todavía no puede darnos. Ya que la información oficial que recibimos no nos conforma, muchos se preguntan y con razón: ¿cómo en la época de la revolución científica y tecnológica no tenemos una solución para el coronavirus?
La investigadora y periodista, Natalia Aruguete, que estudia temas sobre formación de agendas y las relaciones entre las agendas pública, mediática y política, en una nota de Unidiversidades publicada por la agencia Télam explica con claridad por qué se viralizan estos mensajes: "Incluyen certezas que los científicos no pueden dar por lo dinámica de la epidemia". "En el caso del Covid-19, los vacíos (informativos) en el conocimiento científico y las ciencias médicas, por caso, se completan con prejuicios: se emiten fechas, números y propuestas de tratamiento que generan un 'confort cognitivo'. Las certezas siempre dan mayor tranquilidad que las vacilaciones. En este sentido, las noticias falsas se propagan, además, en la medida en que esa información es congruente con el contenido circulado en una determinada comunidad virtual". Ver nota, aquí
Para Carme Colomina, que destaca la página creada por la OMS para mejorar la información oficial, señala que “sin embargo, no hay vacuna informativa capaz de superar, en estos momentos, la fuerza viral de la incertidumbre en la esfera pública digital donde las noticias falsas tienen un 70% más de posibilidades de ser retuiteadas que las verdaderas". Ver nota, aquí
Necesitamos reestablecer la confianza en la información
Por eso es necesario recuperar las fuentes de información correcta y la confianza en la información oficial. La OMS nos advierte sobre los riesgos de confusión y desinformación que generan los mensajes falsos porque como escribe Carme Colomina en su nota: “la restauración de la salud pública pasará también por recomponer la salud informativa”.
Los que saben, los que han estudiado estos procesos en otras etapas de humanidad señalan permanentemente que la cooperación es la única salida. Yuval Noah Harari, uno de los ensayistas más leídos de los últimos tiempos, expresa en una nota del diario El País de España, publicada el 21 de marzo, que “la gran ventaja de los humanos sobre los virus es la capacidad de intercambiar información. Un coronavirus de Corea y uno de España no pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos, pero Corea puede enseñar a España valiosas lecciones”. Ver nota, aquí
Además Harari considera que “mientras los habitantes de la Edad Media nunca descubrieron lo que pasó con la peste negra, los científicos actuales solo tardaron dos semanas en identificar el nuevo coronavirus, secuenciar su genoma y desarrollar una prueba para identificar a los infectados” y agrega: “Un buen ejemplo es la erradicación de la viruela que en 1967 infectaba a 15 millones de personas y mataba a dos millones. En la década siguiente una campaña mundial de vacunación fue tan exitosa que en 1980 la OMS declaró que la viruela había sido erradicada”.
Es en este sentido que resaltábamos que la desconfianza entre las personas, los países y en las fuentes de información atentan contra la cooperación, la cual resulta el arma más eficaz que ha tenido la humanidad para progresar y combatir enfermedades.
¿Cómo producir información correcta? ¿Dónde hallarla?
La página de Chequeado.com se dedica a verificar información y se presentan un conjunto de notas sobre cómo buscar la información correcta y chequear los rumores para disminuir la incertidumbre.
Uno de los primeros artículos, escrito por Victoria Kwan, Clarie Wardle y Madelyn Webb, que es parte de una serie sobre la desinformación en la salud de First Draft, desarrolla un conjunto de recomendaciones para los periodistas que tienen la responsabilidad de informar con consejos que van desde: evitar usar lenguaje sensacionalista, ser consciente de las imágenes a publicar, evitar especular o pedirle a los expertos que especulen sobre los peores escenarios posibles, explicarles a los lectores los pasos específicos que pueden seguir, dirigir a los lectores a las fuentes oficiales, ser muy precavidos sobre los estudios consultados para escribir los artículos, consultar con más de un especialista, concentrarse en los hechos, en particular al escribir titulares y tuits, escribir contenidos fáciles de procesar, evitar el lenguaje ridículo o peyorativo, averiguar cuáles son las preguntas que se hacen los lectores sobre el Covid-19 y llenar los vacíos de datos con periodismo de servicio. Ver nota, aquí
También publica un trabajo de Laura Zommer: “Cuidarnos es también ¡no compartir! (o solo compartir información chequeada) en el que desarrolla detalladamente consejos para protegerse de la desinformación, recomendando siempre compartir información oficial del Ministerio de Salud o de la OMS, tener cuidado con las falsas alertas y no seguir cadenas de “reenviados” si no está claro quién es el autor. Ver nota, aquí
La pandemia la vamos a superar con más verdad y cooperación. Más verdad es usar mejor nuestros conocimientos científicos para enfrentar la enfermedad, para no repetir viejos errores que tantas vidas han costado a la humanidad. Por eso toda la información que difundimos debe estar basada en las evidencias publicadas por la OMS y de los protocolos que diseñó el Ministerio de Salud de la Nación. La desinformación y las falsedades enferman y matan, la humanidad tiene demasiadas pruebas para seguir tropezando con la misma piedra.
Diseño: Laura Caturla
Los anuncios del Alzheimer
Por Ana Sagastume
Encontrar marcadores que permitan detectar el Alzheimer de manera temprana es el reto que tiene un equipo de investigación de la UNNOBA, el cual está estudiando la correlación entre ciertas moléculas halladas en sangre y el déficit cognitivo leve que antecede a esta enfermedad neurodegenerativa.
La investigación, dirigida por María Laura Palumbo (Investigadora Adjunta del CIT NOBA-UNNOBA-UNSADA-CONICET), se realiza luego de un estudio en ratones dirigido por la doctora Ana María Genaro (BIOMED-UCA-CONICET) en el que comprobaron que el déficit cognitivo en estos roedores estaba asociado a la alteración de citoquinas, unas moléculas de comunicación entre el sistema inmune y el sistema nervioso central. Concretamente, los animales que mostraban un déficit cognitivo también exhibían una alteración de dos citoquinas en linfocitos (una disminución de interferón-gamma y un aumento de interleuquina-4).
De esta manera, el equipo que dirige Palumbo desde el Centro de Investigaciones Básicas y Aplicadas (CIBA) de la UNNOBA se encuentra ante el desafío de probar que en humanos el déficit cognitivo leve está asociado a una alteración de estas citoquinas. Como ese déficit puede ser una especie de “anuncio” de Alzheimer, se podrían, en un futuro, evaluar distintas estrategias terapéuticas que permitan frenar o mitigar la enfermedad neurodegenerativa. “Nuestra hipótesis es que en personas que tengan un déficit cognitivo leve están alteradas las citoquinas en sangre”, explica la doctora en Ciencias Biológicas quien, en la UNNOBA, dirige un equipo de investigación interdisciplinar dentro de un área que se denomina Psiconeuroinmunología.
El proyecto involucra a tres grupos de personas de 55 a 85 años a las cuales se les miden las citoquinas en sangre: normales (grupo de control), con déficit cognitivo leve y con Alzheimer. Mientras que al Alzheimer lo diagnostica un médico, para conformar los grupos de control y con déficit cognitivo leve” las personas se someten a un test neurocognitivo realizado por la psicóloga Romina Pavón, otra integrante del proyecto. “El test neurocognitivo determina el nivel de cognición, es decir, si una persona está dentro de los parámetros normales o tiene déficit cognitivo leve, el cual se manifiesta por un problema de memoria”, informa Palumbo y aclara: “No es fácil de determinar por una persona no experimentada. No es porque te olvidaste una lapicera o no sabés dónde están las llaves. Son entrevistas de dos horas que evalúan distintos tipos de memoria. Además, se tienen en cuenta el nivel de educación, socioeconómico, la edad, entre otros aspectos”. En rigor, hasta el momento, estos test son la única manera de detectarlo.
Palumbo plantea la relevancia que la investigación podría revestir en el campo de la salud humana: “Se sabe que un porcentaje alto de personas que padecen déficit cognitivo leve van a desarrollar Alzheimer en el transcurso de tres años. El avance de la enfermedad es rápido, de ahí la importancia de detectarla tempranamente”, añade.
Los resultados obtenidos en personas, hasta el momento, parecen corroborar la hipótesis que se probó en ratones: un claro aumento de una citoquina (interleuquina-4) y una tendencia a la disminución de la otra (interferón-gamma) en personas con déficit cognitivo leve. La idea del equipo es ampliar la investigación a mayor cantidad de personas que residan, también, en diferentes lugares para así poder establecer con certeza el vínculo entre la alteración de citoquinas y el futuro Alzheimer.
“En la actualidad la enfermedad de Alzehimer la determina un médico capacitado en trastornos cerebrales, un neurólogo. El médico la diagnostica evaluando las pruebas neurocognitivas solicitadas y los análisis de laboratorio, o pruebas de diagnóstico por imágenes del cerebro para descartar otras afecciones cerebrales. El problema es que en esta instancia la enfermedad ya generó daño”, subraya la investigadora. Si, en cambio, la enfermedad pudiera ser detectada con antelación, mediante una sencilla muestra de sangre, entonces se podrían estudiar terapias eficaces que la eviten y disminuyan sus efectos.
“A futuro se podrían estudiar la eficacia de algunos fármacos que, modulando el sistema inmune en el que se encuentran estas citoquinas, reviertan la enfermedad de Alzheimer tempranamente”, se permite imaginar Palumbo. De hecho, existe un fármaco puntual empleado para la esclerosis múltiple que, en otras dosis, demostró ser eficaz para tratar el déficit cognitivo en ratones de experimentación. Si la investigación que está llevando adelante Palumbo fuera exitosa se podría, entonces, avanzar en probar la eficacia del mismo fármaco en humanos. “Se trata de una droga prometedora, porque ya pasó todos los protocolos respectivos en humanos, aunque para otra enfermedad. Además, funcionó en ratones, aunque en otras dosis”, comenta.
Indicios inquietantes
Palumbo se refiere también a algunos pormenores de los hallazgos obtenidos hasta el momento en humanos: “Hubo algunos resultados que nos llamaron la atención. Por ejemplo, hubo personas a las que se las puede catalogar como 'normales' a partir de los test neurocognitivos, pero cuando analizamos sus citoquinas encontramos algunos parámetros alterados como si tuvieran un déficit cognitivo leve. En concreto, cuando fuimos a revisar el test hallamos que había 2 o 3 parámetros que en esas personas puntualmente daban bajos, aunque entraban, en el conjunto, dentro del grupo control (normal). Eso a nosotros nos llamó la atención, es decir, nos lleva a preguntarnos si no estaban por manifestar un déficit cognitivo leve”. ¿Podrían ser las citoquinas un indicio para detectar tempranamente, no solamente el Alzheimer sino también el déficit cognitivo leve?
El equipo de investigación que dirige Palumbo (Investigadora Adjunta del CIT NOBA-UNNOBA-UNSADA-CONICET) está integrado por Alejandro David Moroni (graduado de la UNNOBA y becario doctoral CONICET), María Micaela Castro (graduado y becaria UNNOBA), Rocío Fernández (Licenciatura en Genética de la UNNOBA), Romina Pavón (Psicóloga), Mario Oscar Melcon (Médico neurólogo) y Ana María Genaro (Investigadora Principal de CONICET).
Diseño: Laura Caturla
Los efectos del estrés en el cerebro
Por Ana Sagastume
Una tabla circular y dieciséis agujeros. El ratón, ubicado en el medio, explora hasta que, finalmente, encuentra la caja en uno de los hoyos. Ese es un lugar oscuro y, por tanto, seguro para él: allí permanece. El proceso se repite cuatro veces al día, hasta que, en la séptima jornada el ratón se dirige, sin titubeos, hacia el sitio en el que se siente resguardado. Sucede que en el día 7 ya es capaz de recordar y ubicarse espacialmente: ha aprendido. Esto, en condiciones normales. Sin embargo, un ratón estresado no es capaz de hallar el refugio tan fácilmente.
María Laura Palumbo estudia desde los inicios de su carrera una parte del cerebro relacionada con la memoria y el aprendizaje, empleando modelos de ratones. Una pequeña medalla que pende de una fina cadena delata su elección de vida y, al mismo tiempo, resulta un guiño sólo para entendidos: un caballito de mar, también llamado hipocampo, cuya forma es muy similar a la parte del cerebro a la que Palumbo emplea la mayor parte de sus esfuerzos intelectuales. De ahí que fue bautizado con el mismo nombre. “Nosotros estudiamos los efectos del estrés crónico sobre el hipocampo, parte del cerebro que está relacionada con la memoria y el aprendizaje, la ubicación espacial y la neurogénesis”, introduce la doctora en Ciencias Biológicas Palumbo.
En la UNNOBA, dentro del Centro de Investigaciones Básicas y Aplicadas (CIBA), Palumbo dirige un equipo de investigación interdisciplinar dentro de un área que se denomina Psiconeuroinmunología. “Es un área que vincula la parte psicológica, neurológica e inmunológica. Hasta no hace mucho tiempo, se pensaba que el sistema nervioso e inmunológico eran independientes. Ahora se sabe que están íntimamente relacionados, ya que hay muchas moléculas que comparten. En los humanos, también interviene la parte psicológica, la cual se vincula con el sistema inmune y el nervioso”, explica.
En la actualidad, Palumbo viaja diariamente desde Chivilcoy a Junín, pero los inicios de su carrera la sitúan en el Centro de Estudios Farmacológicos y Botánicos (CEFYBO) de la UBA y del CONICET, Buenos Aires, lugar donde realizó su tesis de licenciatura, de doctorado en Ciencias Biológicas (UBA), posdoctorado y entró a carrera de investigador del CONICET. Ya en ese momento, los roedores eran sus aliados en los descubrimientos, aunque el simpático pececito de mar sea el símbolo elegido por ella y sus pares para expresar su identidad dentro del campo de la ciencia. De hecho, este obsequio se lo realizó su directora, la doctora Ana María Genaro, una vez que logró el Doctorado. “Nosotros observamos en aquel momento que los ratones sometidos a estrés crónico moderado manifestaban un déficit cognitivo, es decir, un déficit de aprendizaje y memoria.”.
En la práctica científica la experimentación con animales se emplea en el campo de la salud (a partir de protocolos rigurosos de bióetica), precediendo a los ensayos clínicos en seres humanos. En rigor, lo que Palumbo estudiaba en el CEFYBO, y ahora en el CIBA de la UNNOBA, continuando en colaboración con el grupo dirigido por la doctora Genaro del BIOMED-UCA-CONICET, eran algunas respuestas sobre el déficit de memoria que, en seres humanos, se manifiesta, principalmente, a través de enfermedades neurodegenerativas como la enfermedad de Alzheimer.
Además de la tabla circular con dieciséis agujeros, Palumbo y el resto de los integrantes del equipo, dirigidos por la doctora Genaro “pusieron a punto” otras pruebas de comportamiento en ratones que desde hace tiempo se emplean para investigar. Una de ellas se denomina Prueba de campo abierto, en la que los ratones normales y sometidos a estrés exploraban durante diez minutos una caja cuadrada, dividida en cuadrantes. Pasada una hora se los volvía a someter a la prueba y, luego, a las 24 horas. “Como la caja está dividida en cuadrantes, uno puede contar la cantidad de líneas que va cruzando el ratón. Al volver a exponer a la prueba a la hora y a las 24 horas, el ratón-control (normal) explora menos. Los estresados, en cambio, no podían recordar que allí habían estado, entonces seguían explorando, como si no reconocieran el lugar”, describe.
Para provocar estrés en el grupo de ratones, Palumbo y los integrantes del equipo emplearon lo que se denomina “estresores de intensidad moderada”, los cuales se diferencian de estresores más intensos. La directora del Laboratorio de Neuroinmunología Cognitiva de la UNNOBA ejemplifica el modelo de estrés crónico moderado: “Los ratones tienen un ciclo de 12 horas de luz y 12 horas de oscuridad, entonces uno de los estresores es dejarlos 24 horas con iluminación constante. O bien, como ellos son animales sociales, se coloca un solo ratón por jaula. Además, se les saca durante un breve tiempo la comida y el agua, o se les inclina la jaula. Todo esto durante seis semanas y de manera alternada para que no puedan predecir el estresor y no se acostumbren”.
Concretamente, los hallazgos determinaron que los ratones sometidos a estrés crónico, no solo presentaban déficit cognitivo o problemas de memoria, sino que mostraban una menor neurogénesis en el hipocampo. “La neurogénesis se da en una zona del hipocampo donde proliferan las neuronas. Hace algunas décadas se creía que el cerebro llegaba a adulto con una determinada cantidad de neuronas, y si las neuronas se morían, no volvían a crecer nuevas. Que haya neurogénesis implica que proliferan nuevas células que serán neuronas y se van a insertar en distintos circuitos cerebrales. Esto cumple un papel en el aprendizaje”, explica Palumbo. De esta manera, como los ratones sometidos a estrés crónico mostraron una menor neurogénesis, esto podría explicar los problemas en el aprendizaje y memoria observados.
La investigadora del CONICET comenta que, en humanos, la neurogénesis se estimula “a través del ejercicio físico, manteniendo el cerebro activo, leyendo, o realizando algún tipo de actividad cognitiva que implique un desafío intelectual”. La relación entre actividad física y neurogénesis fue probada previamente por otros autores en ratones: “Hay estudios donde expusieron a ratones a ejercicio físico y a otros que no (grupo de control). El resultado fue que los que realizaban actividad física continuada tenían más neurogénesis”.
Otro componente que estudia en el CIBA son las citoquinas, que “heredó” de su familia científica de origen, del grupo de investigación dirigido por la doctora Genaro. “Antes se pensaba que las citoquinas eran moléculas propias del sistema inmune pero hoy sabemos que también se encuentran en el sistema nervioso central. En el modelo de estrés crónico estudiamos las citoquinas en el hipocampo y en ganglios del sistema inmune periférico, y encontramos que había una correlación en los niveles de estas citoquinas con el déficit cognitivo. Específicamente, en el hipocampo había una disminución de interferón-gamma y aumento de interleuquina-4 (dos citoquinas), y lo mismo observamos en ganglios.”, recuerda.
El equipo fue exitoso en su hipótesis: ellos consideraron probable que regulando las citoquinas se pudieran revertir los efectos del estrés. Y pudieron comprobarlo. Concretamente, aplicando un fármaco que se emplea en la esclerósis múltiple (pero en otras dosis) pudieron revertir el balance de citoquinas. “Como el fármaco que empleamos es un inmunomodulador, nosotros pensábamos que modulando el sistema inmune podíamos provocar cambios en el sistema nervioso central, ya que ambos sistemas se comunican. Y no nos equivocamos: pudimos revertir los efectos del estrés crónico en ratones. Esa fue parte de mi tesis de Doctorado”, recuerda.
En la actualidad, el equipo que dirige Palumbo está abocado a estudiar algunos componentes muy específicos de las células del hipocampo. Entre ellas, el receptor CD44, un componente de la célula que tiene por función “unirse” a la matriz extracelular. Esa matriz, que hace de “sostén” a las células, tiene como principal componente al ácido hialurónico. La investigadora defiende la originalidad de su perspectiva: “La mayoría de los trabajos del sistema nervioso están abocados a las neuronas y células de la glía, pocos son los trabajos que estudian la matriz extracelular en el cerebro. Por eso estudiamos al receptor CD44 y los niveles de ácido hialurónico de esa matriz, siempre teniendo en cuenta los efectos del estrés crónico. Queremos evaluar en ratones si el estrés provoca alguna alteración en los componentes de la matriz extracelular, del receptor CD44 o en proteínas implicadas en la modulación de este sistema”. Este estudio lo está llevando a cabo en colaboración con la doctora Laura Alaniz del CIBA-UNNOBA.
Además de estudiar el receptor CD44, el equipo que dirige Palumbo está estudiando el rol que cumplen unas enzimas encargadas de sintetizar y degradar el ácido hialurónico que se encuentran en la matriz extracelular del tejido nervioso en el hipocampo. “Hasta ahora encontramos algunas diferencias. Si pudiéramos comprobar que existen alteraciones entre las células del tejido nervioso con la matriz extracelular en condiciones de estrés, sería otra manera de abordar el déficit cognitivo. Estos estudios podrían aportar herramientas para diseñar en un futuro terapias para prevenir enfermedades neurodegenerativas”.
El equipo que dirige Palumbo está integrado por el Alejandro David Moroni (Lic. en Genética de la UNNOBA y becario doctoral del CONICET), María Micaela Castro (Lic. en Genética de la UNNOBA y becaria doctoral de la UNNOBA) y Rocío Alejandra Fernándes (tesinista de la Licenciatura en Genética de la UNNOBA).
Edición de imagen e ilustraciones: Laura Caturla
Cannabis y corazón
Por Ana Sagastume
Los comienzos no fueron fáciles. Debieron afrontar los prejuicios de una comunidad que, paradójicamente, se había representado a sí misma en la historia luchando contra la superstición y las falsas creencias, por medio de la razón y procedimientos objetivos. “Nuestros propios colegas nos decían: ‘¿Vas a estudiar esto? ¿Para qué? ¡Si no se puede, ni es viable!’ Bueno, sorteando todos esos obstáculos y a fuerza de insistencia, lo pudimos hacer”, recuerda la doctora Paola Ferrero, investigadora y docente de la UNNOBA.
Con la sanción de la ley que habilitaba el uso medicinal de cannabis, en 2017, el camino se fue allanando. Sin embargo, Ferrero recuerda que el contexto aún “no era del todo favorable” porque recién salía la Ley y era “difícil conseguir la cepa (de cannabis) para realizar los ensayos”. La estudiante y becaria Ivana Gómez (Centro de Investigaciones Cardiovasculares, CIN, UNLP) reflexiona acerca de las motivaciones de esas resistencias iniciales: “En Occidente siempre se ha asociado a la marihuana por sus usos recreativos como droga, aun cuando aparece descripta en la primera farmacopea china. Entonces, nos hemos encontrado con una barrera social muy grande, incluso entre nuestros propios colegas”. Por esa asociación (droga recreativa-cannabis) que, según Ivana, sesga el pensamiento, “uno ha tenido que hablar más largo y difícil para que lo tomen en serio”.
Aunque todavía quedan muros por franquear, tres años después ellas fueron testigos de una transformación significativa de las circunstancias. “La sociedad ahora pide que se haga investigación y los propios colegas también ven al tema de otra forma”, plantea Ivana. El reconocimiento internacional ha sido, en parte, responsable de esas nuevas puertas que se les abrieron, con la reciente publicación de un artículo científico en Biology Open. Esta publicación fue posible gracias al financiamiento de dos universidades públicas y a la labor de sus investigadores: la UNNOBA (a través del Departamento de Ciencias Básicas y Experimentales) y la UNLP (CIN, Facultad de Ciencias Médicas). “Nuestro paper fue un importante punto de partida porque fue el primero, a nivel nacional, estudiando efectos cardíacos”, destaca Ferrero. “Después de tanto escepticismo, esto nos permitió visibilizar el tema y comenzar a discutirlo dentro de la comunidad científica. Fue una caricia, luego de tantas trabas”, resume Ivana.
El artículo informa los hallazgos de una investigación en la que el equipo empleó como modelo a la “mosca de la fruta” (Drosophila melanogaster). Ferrero rememora: “Hace años atrás, Marcelo Morante (médico pionero en Argentina en aplicación de cannabis para fines terapéuticos) estaba buscando equipos que puedan investigar cannabis y nosotros teníamos desarrollado el modelo de moscas fumadoras. En ese momento estudiábamos los efectos del tabaco en el corazón. Nosotros nos dimos cuenta de que nuestro modelo era ideal para explorar la vía inhalatoria del uso del cannabis, porque en el ratón es más difícil logísticamente”. Ivana añade: “Es difícil estudiar al ratón a través de la vía inhalatoria, porque es complicado que el animal tenga el impulso voluntario de inhalar. En cambio, la mosca respira a través de la piel y con un sistema de tráqueas. Si vos la ponés en contacto con vapor de cannabis ella sí o sí lo va a absorber”.
Otra de las ventajas de emplear la mosca como modelo experimental es que puede absorber los compuestos de forma casi inmediata. “Su cuerpo está formado por poca cantidad de células, entonces se distribuye rápidamente porque la distancia entre la piel (o cutícula) y su sistema sanguíneo es muy corta”, comenta Ferrero, quien dictó la materia Farmacogenética, correspondiente a la Licenciatura en Genética de la UNNOBA. Adicionalmente, es más barata y se reproduce fácilmente. “Su corazón funciona de manera similar al humano, por eso es un modelo ideal”, enfatiza.
Para lograr los resultados publicados, el equipo realizó múltiples experimentos en los que exponían a las moscas de la fruta a vapor de cannabis, a través de un vaporizador al que se le colocaban las flores de marihuana picadas. En este punto, Ivana considera que es necesario realizar una aclaración: “Fumar un cigarrillo de marihuana y vaporizar son dos cosas distintas: fumando vos estás aspirando toda una serie de sustancias dañinas. O sea que por un lado querés que a la persona se le vayan los dolores, pero al aspirar esas sustancias tóxicas, puede existir riesgo de que se le genere cáncer de pulmón. En cambio, con la vaporización se inhala el compuesto, pero sin los efectos nocivos”.
En la actualidad, el cannabis medicinal se emplea mayormente para tratar episodios agudos, es decir, aquellos que surgen rápidamente y son acotados en el tiempo. Por ejemplo, una convulsión. Lo que el equipo de investigación intentó indagar es en los efectos en el corazón respecto del uso crónico del cannabis. El grupo que dirige Ferrero descubrió que, al principio, en las moscas se generaban arritmias. “Esto claramente puede ser interpretado como un efecto adverso al cannabis”, sostiene. Si, en cambio, el tratamiento se sostenía en el tiempo (tratamiento prolongado), las moscas mejoraban sus funciones cardíacas. “Quizás existen mecanismos compensatorios dentro del corazón que permiten transitar ese período negativo, como una adaptación del corazón a algo nuevo”, afirma Ferrero. “Suele pasar con otros medicamentos en que los pacientes comienzan con una dosis mínima hasta encontrar la dosis adecuada que presenta un buen balance entre producir efectos beneficiosos y tener la menor cantidad de efectos adversos posibles. Es lo que se llama 'ventana terapéutica'”, ilustra Ferrero.
Si bien el paso siguiente es realizar ensayos en mamíferos (ratones) y humanos (clínicos), la investigación permite conjeturar que quienes tengan afecciones cardíacas previas no serían buenos candidatos para consumir cannabinoides. Inversamente, en un corazón sano y con un tratamiento prolongado se podrían mejorar las funciones cardíacas. Ivana advierte: “Nosotros observamos que, a largo plazo, el corazón de mosca expuesta a cannabis se contrae con más fuerza, aumenta la contractibilidad y puede responder al estrés de mejor forma. Pero no nos tenemos que olvidar que previamente a eso se produce un aumento temporal de las arritmias. Entonces, una recomendación en pacientes sería estudiar el corazón antes y durante del tratamiento, para sumar a su seguridad y eficacia”.
Otro de los descubrimientos significativos es que no hallaron en la mosca receptores de cannabinoides conocidos en el humano (como CB1 y CB2). Entonces, ¿por qué se advierte ese efecto en la mosca por la inhalación de cannabis? ¿Tendrá otros receptores, hasta ahora desconocidos? Ese es uno de los puntos sobre los que está investigando el equipo en la actualidad. “La mosca presenta otro buen atributo: si logramos conocer el mecanismo por el cual los cannabinoides producen ese efecto en el corazón de la mosca y éste está mediado por receptores que todavía no se estudiaron en el humano, toda esa información va a servir para que otros equipos de investigación los estudien en personas”, señala Ferrero. Según explica la investigadora de Conicet y profesora de la UNNOBA, el modo de trabajo científico se realiza a partir de “bloques”: “Cada uno trabaja desde un modelo o situación particular, se van juntando bloques y así se va completando el conocimiento”.
En definitiva, conocer los receptores que actúan podría explicar por qué se producen las arritmias al inicio y se incrementa la contractibilidad cardíaca en un tratamiento prologado. “Nosotros conocemos el final de la película, es decir, saber los efectos del uso del cannabis en un tratamiento prolongado. Pero si hallamos los receptores podríamos entender el inicio y desarrollo”, intenta ilustrar Ferrero.
Moscas parkinsonianas y epilépticas
El modelo de mosca permite, al mismo tiempo, reproducir enfermedades humanas en esos insectos para así poder estudiarlas. “Están las moscas parkinsonianas, las epilépticas, las diabéticas, las obesas, las que tienen Alzheimer. Dado que esas enfermedades son producto de algunos genes modificados o mutados, si uno los aplica en la mosca, puede reproducir el fenotipo. Por eso la mosca parkinsoniana tiene trastornos en el movimiento y otras alteraciones que se comparan con el humano”, caracteriza Ferrero.
Entre toda la gama de enfermedades capaces de ser reproducidas en la mosca, el equipo se concentra ahora en dos: epilepsia y Parkinson. “El cannabis, además de atenuar los síntomas de la enfermedad, ¿posee un efecto secundario indeseable? La idea es entender mejor cómo los cannabinoides actúan en esa enfermedad en el modelo de mosca para después proponer que en el humano se estudien esas vías de señalización”, sintetiza la doctora en Ciencias Naturales, Paola Ferrero.
Además, hay una gran cantidad de cepas de cannabis. “No da lo mismo que una persona consuma una u otra, en función de su patología”, informa Ivana. De acuerdo a los estudios previos realizados, el equipo se concentrará en una cepa alta en CBD, mientras antes habían trabajado en una cepa alta en THC. Ivana: “El CBD es uno de los cannabinoides más queridos porque no presenta efectos psicoactivos, pero sí muchas propiedades medicinales”.
Por un lado, el proyecto apunta a estudiar cómo se modifica el comportamiento de la mosca parkinsoniana y de la epiléptica, en lo relativo a los trastornos en el movimiento y del sistema nervioso. No obstante, la especialidad del equipo de investigación, por su recorrido previo, se centra en el corazón. En este punto Ivana aclara la importancia de estudiar los efectos que los cannabinoides pueden tener en este órgano: “Se sabe que muchos trastornos de epilepsia están asociados a trastornos del corazón. A su vez, el corazón de una persona con Parkinson avanzado no funciona de la misma manera, por efecto de la propia enfermedad”. Por eso la investigación en la actualidad se focaliza en conocer los beneficios y efectos adversos, a nivel cardíaco, del uso de cannabis para estas dos enfermedades: “Hay que estudiar cómo actúa en el órgano sobre el que buscás un efecto (el cerebro), pero también hay que ver qué pasa en el corazón, para que así el tratamiento sea seguro”.
Los resultados obtenidos podrían complementarse con los de otros equipos de investigación que reproduzcan el mismo modelo en mamíferos. “La idea es fortalecer esas colaboraciones, para que se pueda seguir escalando”, grafica Ivana. Finalmente, el último paso sería que otros equipos, con ambos resultados, puedan realizar ensayos clínicos en humanos y así poder determinar un protocolo adecuado de tratamiento. “Nosotros no podríamos decir hoy que el cannabis es malo en una persona que tiene un problema en el corazón y epilepsia, no lo sabemos, hay que descubrirlo”, resaltan.
El equipo de investigación está conformado por la doctora Paola Ferrero (investigadora CONICET y profesora UNNOBA), la doctora Manuela Santalla (becaria posdoctoral CONICET y auxiliar docente UNNOBA), el doctor Carlos Valverde (investigador CONICET y docente UNLP), la estudiante Ivana Gómez (becaria CIN), la licenciada Maia Rodríguez (becaria UNLP), Nadia Paronzini Hernández (médica UNLP), Luciana Scatturice (tesinista UNLP), Ana Clara Maldonado (técnica UNLP), Belén Lucha pasante programa NUBA, UNLP).
Los ensayos en moscas se realizan de acuerdo a normas éticas de experimentación con animales.
Infografías y edición de imagen: Laura Caturla
El potencial del sauce
Por Ana Sagastume
Investigadores de la UNNOBA estudian la madera de sauce como material para la construcción, ya que el crecimiento de este árbol, que es pariente cercano del álamo, posee ciertas ventajas entre las que se destacan su rápido y fácil modo de crecimiento.
Ana Clara Cobas es doctora en Ciencias Forestales y dirige el proyecto desde el Laboratorio de Ensayos de Materiales y Estructuras de la UNNOBA, ubicado en Sarmiento 1169, ciudad de Junín. “A partir de una rama, lo que se llama una estaca, podés hacer un árbol nuevo. Esto implica que a los dos años tenés un nuevo ejemplar de tamaño considerable y a los quince lo podés estar cortando, frente a un roble o quebracho que tardan cuarenta años en crecer. Entonces es mucho más rápido el proceso”, comenta Cobas. Esta forma de reproducción (por estaca) se denomina clonación, a diferencia de la que tiene lugar a partir del cruzamiento sexual.
El proceso de clonación, a la vez, permite reproducir las características genéticas del árbol original. Sin embargo, el árbol podrá sufrir variaciones de acuerdo al ambiente. “Sus propiedades van a variar dependiendo del lugar donde esté. Además, dentro del mismo árbol tenés variaciones de las propiedades que van desde la base al ápice, y desde la médula hacia la corteza”, plantea.
Si esas variaciones en la calidad de madera fueran muy grandes, el material podría presentar dificultades para su uso industrial. Por eso, uno de los objetivos del proyecto es estudiar la significancia de esas variaciones. Cobas puntualiza: “Nos interesa conocer cuán importantes son esas variaciones, si resultan significativas y si las propiedades de resistencia mecánica permitiría su uso en construcción”.
La docente e investigadora aclara que, como el material de un árbol es de origen biológico, nunca es homogéneo: “No se produce de la misma forma que el acero y el hormigón. Podés elegir la especie, el clon, pero luego va a variar el material de acuerdo al lugar donde esté plantado (calidad de sitio), la cuestión genética y la interacción entre ambos factores. La idea es estudiarlo bien para saber para qué puede servir”.
Construcción con madera
¿Por qué sería importante estudiar la madera de un árbol? Cobas señala: “En la actualidad, hay una tendencia a la construcción de viviendas sustentables, económicas, sociales, ya que el hormigón y los ladrillos generan contaminación ambiental, además de que su empleo en construcción resulta más caro”.
Sin embargo, en la decisión de construir con madera o con ladrillos, las personas tienen en cuenta no solamente factores ideológicos (apoyo a la ecología), o económicos (nivel de ingreso). También cobran peso las costumbres y las creencias de una sociedad. “Acá, en Argentina no es muy común el empleo de la madera en construcción, a diferencia de lo que sucede en otros países, como Estados Unidos”, plantea Cobas en relación al primero de los dos aspectos.
Respecto de las creencias, Cobas reconoce que la madera “tiene mala prensa en construcción”. Así fundamenta, entonces, la importancia de la investigación: “Construir en madera no tiene por qué implicar construir en mala calidad. Hay que desmitificar eso. Se puede construir en madera si se hacen las cosas bien. Y para hacer las cosas bien, primero hay que conocer”.
Además de la variación que presenta el sauce, el proyecto de investigación tiene previsto estudiar su durabilidad y resistencia: “El estudio podría determinar si es apto para construcción o en qué sector se podría utilizar. Por ejemplo, podría determinarse que es poco durable pero muy resistente, entonces en ese caso se podría usar en tirantes, previa preservación de la madera. O que es durable pero poco resistente, entonces se podrían usar para la fabricación de muebles”.
Los hallazgos hasta el momento determinaron que la madera del sauce es semidensa. “Encontramos que tiene una densidad media de 400 kilogramos/metros cúbicos. O sea, no está tan mal en cuanto a la densidad”, especifica Cobas. Y en relación a la variación de esa densidad informa: “De médula a corteza hallamos que hay una variación poco significativa. Pero sí encontramos una diferencia respecto de lo que es la base y los dos metros. Eso es bueno tenerlo en cuenta para clasificar la primer troza (de la base a los 2 metros de altura) como de mayor calidad, y la segunda troza (superior a los 2 metros) como de calidad inferior”.
El otro aspecto que estudian es la durabilidad. “Nos estaría faltando culminar los ensayos mecánicos”, aclara la ingeniera Forestal y añade: “Una cosa es estudiar la durabilidad natural de la madera, sin añadirle ningún producto. Y otra cosa es estudiar cuánto extienden esos productos la vida útil de la madera”.
Los principales enemigos de la salud de la madera son los hongos. Para atacarlos y así aumentar la durabilidad de la madera, existen distintas alternativas que no son tan amigables con el medioambiente. “Algunos postes, por ejemplo, pueden tener un producto de cromo-cobre-arsénico (CCA) en su interior que evita que la madera sea atacada. O biocidas, que son sustancias químicas que impiden la proliferación de organismos nocivos”. Sin embargo, aunque esos productos estén en el interior y, por tanto, no generen un daño inmediato, Cobas reflexiona que “la madera alguna disposición final tiene que tener”. “Por ejemplo, quemarse, y cuando eso sucede se liberan tóxicos al medioambiente. Lo mismo si los enterrás: la madera termina degradándose y se liberan”.
En coherencia con un proyecto que podrá tener como aplicación futura la construcción de viviendas sustentables, la investigadora defiende el uso de métodos alternativos para preservar la madera. Puntualmente, a partir de métodos químicos y térmicos se puede modificar la estructura interna de la madera, para que ella “no sea apetecible para los hongos e insectos”. “De esta manera, nos evitamos añadir productos como los biocidas que en Europa ya están prohibidos”, subraya. Debido a que cada especie particular de árbol reacciona de manera diferente frente a esos tratamientos, el proyecto de investigación también apunta a encontrar un modo alternativo para preservar la madera del sauce.
La investigadora espera poder determinar con exactitud, una vez que culminen todos los ensayos mecánicos, si la madera de sauce es útil para la construcción en estructuras. “Si logramos determinar que no sirve estructuralmente, podríamos establecer qué otras aplicaciones podría tener”, finaliza.
El proyecto de investigación dirigido por Ana Clara Cobas está integrado también por los ingenieros Miguel Tortoriello, María Victoria Doblari y Renso Cichero, y el técnico Luis Seewald. Participan además los siguientes alumnos: Lautaro Zorrilla, Paula Aragón, Jacqueline Gallo, Francisco Carboni. Por parte del Laboratorio de Entrenamiento Multidisciplinario para la Investigación Tecnológica de la UNLP participan la doctora María Verónica Correa y el ingeniero Gustavo Veloso.
Infografías y diseño: Laura Caturla